agosto 25, 2025

En las manos te traigo viejas señales

By In Especiales

Por Estefanía Camacho.

“La gente que tiene amores jóvenes recuerda a cada rato que ya no lo es”,

María Fernanda Ampuero, “Visceral” (2025)

Sé que tuve una noche memorable cuando al dormir, sueño con ella. Como si el cansancio se encontrara con la adrenalina y jugaran con lo que hay: recuerdos e imposibles. 

Como buena adolescente adulta ya sabía cómo escaparme de mi casa en la noche: por la puerta. Ser lenta con la llave para no hacer ruido y… a la libertad. 

La segunda vez que lo hice ya tenía práctica porque lo había probado antes, cuando una noche mi crush de MySpace me escribió. Patricio, metalero dos años más grande que yo, con el cabello negro, caireles pequeños lustrosos que no perdían su forma atados en una colita detrás, me mandó un SMS diciendo que estaba en una fiesta por mi casa y que saliera a saludarlo a las 12:00 de la medianoche. Cualquier abuelita me habría aconsejado esa y la segunda vez que nada bueno pasa después de las 12:00 y mejor dormir. Sí vi las red flags, pero desafortunadamente las hormonas no las tengo en los ojos. Me escapé, platicamos en la fuente del parque de mi casa y pasamos a los besos. Ya saben: tocada por primera vez. 

Cuando migré de MySpace al más primitivo Twitter, había conseguido otro crush: yo tenía 17 cuando empezamos a seguirnos en Twitter, él 30. Periodista autonombrado poeta. Ligaba por redes, tenía una novia de su edad y una hija con su ex esposa. Y lo peor: le gustaba Joaquín Sabina y citaba constantemente a Benedetti.

Una casi medianoche de mayo estaba conmigo la alcahueta de mi mejor amiga, quien dormía con frecuencia en mi casa, pero le daba sueño tempranísimo contra mi vida nocturna. Puse algún tuit de gancho para continuar desvelada con él: era mucho pedir  en 2010  que lo viera, que estuviera también crónicamente conectado. Pero funcionó y se coló de nuevo en mis mensajes directos: “manejar pa’ donde el viento indique… ¿paso por usted?”

Foto de Hayana Fernanda: https://www.pexels.com/es-es/foto/fotografia-callejera-nocturna-de-un-coche-naranja-clasico-33548185/

Si hubiera podido gritar, lo habría hecho para avisarle a la cuadra que mi crush quería conocerme. Le conté a mi amiga, que entre sueños me apoyó en mi tonta decisión sin considerar en conjunto los riesgos: ¿quién es? ¿por qué está seduciendo a alguien que conoció con 17 años de edad? ¿Por qué la llama “mi niña” o alguna vez “kid”, como en Casablanca? ¿Es quien dice ser? ¿Por qué no cita a más poetas? Mi mejor amiga fingiría ser yo en mi cama, como en las películas gringas y yo partiría al amanecer con este hombre como en las películas mexicanas de oro

“Llego en veinte… Ya veremos cuándo regresamos”. Repetí los pasos de salida: llave lenta, cerrar despacio y me subí a su auto negro. Era quien decía ser en su foto de perfil. Su voz era grave y deliciosa y yo estaba gélida de nervios. Compró unas cervezas y procedimos al viaje en carretera nocturno. Entre escenas Lynchianas, siluetas oscuras de casitas en pueblos, que bien podrían haber sido solo escenografías vacías que apagaban sus luces a las 12:00, más una selección musical dudosa del viaje, pasamos la noche platicando. 

Surgían mis primerísimas dudas de sexualidad que me hablarían después al confirmar mi bisexualidad: ¿me gusta realmente o quiero ser esa persona? Lo que me atraía era su profesión, periodista y su aparente estilo de vida twittero: intelectual, viajero, escribano que sabe de vinos y escucha jazz. 

Por ese año se estrenó la película El amor en los tiempos del cólera y mi propuesta musical fue “Hay amores” de Shakira, parte del soundtrack. Cuando platicábamos por mensaje directo   hacía comentarios condescendientes, como que le impresionaba que yo escribiera con buena ortografía y que hablara parcialmente un tercer idioma. Esa noche, respecto a Shakira, siguió: “no está mal, me sorprendiste”. En traducción: “eres muy madura para tu edad”, esa horrible frase repetida durante más de medio siglo por aquel que sabe que seducir a alguien mucho más joven está mal, pero busca justificar su actuar. “Si fuera tan joven e ingenua eso me hace un depredador, pero como es muy madura, no debería haber problema”. 

Una hora y cacho después llegamos a un mirador. Estuvimos solos en esa parte de un pueblo friolento y boscoso. Tomamos cerveza, me disculpaba por mis eructos y él se reía. “Mi novia no es tan guapa como tú”, dijo en algún momento como si eso la descalificara de serle fiel. Me dijo “no te hagas periodista, vas a sufrir mucho”, aunque mi ingreso a la universidad ya estaba pactado. Yo atenta le pedí que me contara cómo era serlo cuando su carrera se limitaba a saber sobre periodismo cultural en el Estado de México.

Foto de Stefan: https://www.pexels.com/es-es/foto/33510559/

Seguí entre intimidada, nerviosa y ahora borracha. De camino a mi casa me pasmó su sugerencia de ir a un motel. La manera tan gentil en la que usaba las palabras correctas para que no sonara a una idea grotesca, le sumaba puntos. Le dije: “tengo que avisarte algo, sería mi primera vez”. No me di cuenta de que lo que para mí había sido una bochornosa declaración, para él fue un incentivo. Entonces me negué porque estaba menstruando. Así que continuamos a mi domicilio, pero la propuesta para él y para mí quedó pendiente.

Entré a mi casa por la mañana antes de que alguien se despertara. Eran casi las siete de la mañana, la niebla satinaba el cielo azul y entre la adrenalina, concilié el sueño sin despertar a mi amiga. 

Nunca había estado tan agradecida de mi estigma de estar en mis días, qué asco coger cuando alguien de los dos citaba a Benedetti en sus 30. La sola idea de pensar que en su mente de seductor poeta, con su fedora de Humphrey Bogart, tuviera entre sus versos la emocionante noche que durmió con una joven virgen, hoy me da un poco de náuseas.

No sobra explicar que yo sentí que me enamoraba, pero no era que fuera una tonta preparatoriana sino que él sabía cómo propiciarlo. En 2010, que suena reciente pero no lo es (probablemente su hija ya estudie la universidad), no existía en mi vocabulario la palabra grooming, la idea de relación de poder, del feminismo tan cercano. 

Al siguiente lunes le conté a mis amigas de la prepa. Todas, yo incluida, estábamos extasiadas con la escapada amorosa y cómo no: las cervezas, la charla, la música, el camino, el mirador, el apuesto hombre mayor sumado al casi magno evento de perder la virginidad.

Todavía cuando partí a otra ciudad para estudiar la universidad me buscaba. “Mmm… no sé cómo proponerte cosas… es más, no sé si deba hacerlo… pero…” y lo dejaba en puntos suspensivos. Una amiga de mi ex prepa me dijo que lo vio en su transporte universitario porque daba clases. Yo ya no quería saber de él. Por última vez intentamos un encuentro y yo accedí. Esta vez yo iba a él, pero me canceló a horas de vernos. Lloré mucho por la desilusión sin saber que el universo me estaba salvando una vez más de lo que quería. 

Un año después del encuentro regresé al mirador con mi mejor amiga alcahueta, ella manejó toda la noche pese a su sueño irremediable y repetimos la cita, pero esta vez ya no tuvimos que escaparnos ni mentir. Éramos libres.

Foto de Emre Ayata: https://www.pexels.com/es-es/foto/erciyes-ten-sehir-isiklari-30210065/

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