agosto 25, 2025

Entre la Zona Centro y la hora de verano oriental

By In Especiales, Fotografía

Texto y fotografías: María Ruiz

No puedo escribir sobre una sola noche de desvelo porque el desvelo, para mí, es una herida abierta que constantemente me recuerda que estoy en los márgenes de la norma.

Desde que soy una bebé tengo problemas para dormir. Mi mamá siempre cuenta que el día que nací no dormí nada, así que en teoría,  la primera noche de mi vida, la pasé desvelada. Y aunque crecer convirtió mi trastorno de sueño en herida, el desvelo es también un espacio que he disfrutado. Y es un espacio, sí, porque las desveladas se habitan. Una las va decorando con rituales para hacerlas más llevaderas. Y también una se va mudando entre espacios de desvelo.

Mi primera mudanza entre desvelos fue de la cuna al cuarto, de ser bebé inquieta a infancia miedosa.

De niña me quedaba despierta en mi cama por horas escuchando la música clásica que me ponía mi mamá para “conciliar el sueño”. Así conocí a Vivaldi y sus Cuatro Estaciones. Que hacía todo menos darme sueño, porque era un gran soundtrack para fantasear con la luz apagada. Éramos yo, la oscura nada y las notas de Vivaldi que verdaderamente me hacían ver paisajes en el techo. Esos eran los días buenos.

Los días malos consistían en quedarme despierta hasta la hora que da miedo, la hora del  lobo o del diablo. Esa entre las tres y las cuatro de la mañana cuando el silencio impregna las paredes y cualquier ruidito, cuando eres nena, se interpreta como el sonido del espíritu que viene a asustarte y que nadie más que tú va a escuchar.

Con el tiempo dejó de darme miedo y comencé a ver lo fascinante de ese momento. De habitar la parte media entre la noche y el día; cuándo no sabes si es demasiado tarde o demasiado temprano.

Luego, más crecidita, me mudé al desvelo compartido. Ya era suficientemente grande para compartir el desvelo de los adultos y las desveladas se volvieron cenas magnificas con mi papá. Él llegaba del trabajo y me compartía sus platillos improvisados: sincronizadas con frijoles, crema, aguacate y agua tónica preparada con naranja;  una vez nos comimos un melón completo a cucharadas. Después de esa madrugada, dejé de comer melón por mucho tiempo.

La comida y el desvelo siempre van bien. También compartí buenas comidas de madrugada con mi tía Gris. Mi tía escondía comida deliciosa que sacaba de noche y que, como yo seguía despierta, me tocaba probar. Las noches descubren toda clase de secretos y tesoros. Conversábamos de la vida y nuestro desvelo compartido nos acercó mucho más. Ahora que ni mi tía Gris ni mi papá viven, agradezco esas horas extras que tuve con ambos.

Ser habitante de la noche también te hace escuchar cosas que quizá no siempre quieras escuchar. Y las madrugadas también pueden ser muy tristes. Cuando murió mi papá, todos en casa nos mudamos al desvelo de las tristezas. Ahí, en la oscuridad de la noche, después de aguantar todo el día, pensando que mi hermano y yo dormíamos, mi mamá por fin lloró la muerte de mi padre. Ese día el desvelo me permitió escuchar algo que el día y sus máscaras no me permitía escuchar. Nunca olvido el sonido de sus lágrimas rompiendo la madrugada.

Luego está la desvelada virtualizada, la llegada de la internet y con ella los blogs, los chismografos, el StumbleUpon, las lecturas en Wikipedia y la infinidad de ir de hipervínculo a hipervínculo. La Internet era, es, tan inmensa como mi desvelo. Hoy sigue siendo mi fiel compañera de madrugadas.

Cuando entré a la universidad mi desvelo se volvió un súper poder. El desvelo de la peda y la aventura. Podía seguir la fiesta por varios días y la aguantaba limpia, no necesitaba de ninguna droga para conectar la fiesta y llegar al salón de clases el lunes por la mañana.
Y bueno, las desveladas por amor, las de las  conversaciones hasta el amanecer, recomiendo no saltárselas.

A Rita le toca despegar los chicles de la calle Madero en el Centro Histórico de la CDMX. Su jornada laboral en el servicio de limpia de la CDMX empieza a las 10PM y termina a las 6AM / Fotografía tomada durante el 24 Hour Project del 2021


Me gusta la palabra desvelo porque me recuerda lo que pienso de las noches. Las noches son revelaciones de intimidad; de la gente sin sus máscaras de funcionalidad productiva. Revelaciones de todo lo que son, quieren ser y han sido.

Pero a pesar de este texto tengo que confesar que a mí no me gusta romantizar la desvelada. Soy una persona con riesgo a ser disfuncional por ser así y constantemente vivo con miedo a fallar por no lograr dormir de noche. Me aterra y me bajonea mucho no lograr cumplir mis metas, sueños y responsabilidades por quedarme dormida. Miedo fundamentado en todas las mañanas perdidas, mañanas que nunca existieron, ni existirán para mí.

Recuerdo que una vez en un trabajo me preguntaron que por qué no buscaba un trabajo de madrugada. Yo me quedé pensando, ¿cuáles son los trabajos de madrugada?, ¿Qué pasa si yo quiero este trabajo?

También un exnovio, que amé con todo mi corazón, puso a mis desvelos entre su lista de razones por las que no somos compatibles. Lo mucho que mis desvelos afectaban su vida me hizo llegar a mi primer diagnóstico en la Clínica del Sueño.

A veces, en realidad muy seguido, dormir poco, desvelarse, puede arruinar tu vida. Tu vida laboral, tu vida amorosa, tu salud mental, física, etcétera, etcétera. Y la verdad, es que me gustaría escribir algo más bonito para terminar este texto pero la realidad no siempre es bonita y ser desvelada a veces me hace sentir muy sola porque pienso que las personas nocturnas no siempre encontramos nuestro lugar en el mundo. Un mundo que cierra a las siete de la tarde y apaga sus luces a más tardar las diez.

Pero bueno, mi última mudanza entre desvelos fue, literalmente, una mudanza de ciudades. A una ciudad que dicen “nunca duerme”. En este espacio-tiempo, por primera vez en mi vida, vivo frente a un restaurante que está abierto hasta las cuatro de la mañana.

El restaurante es un Wendys. A su alrededor, los coches no dejan de pasar, alguna que otra persona grita y luces de ventana adornan el cielo desde las distintas alturas de los edificios. Aunque es de madrugada, hay un ruido constante, un rumor metálico que cuenta que la vida sigue pasando entre las calles. Son las dos de la mañana de la hora de verano oriental y es la media noche en la Zona Centro de México. Ahora puedo medir mi desvelo en dos husos horarios. En ambos sigo despierta, cuando la mayoría duerme, y probablemente no me dé sueño hasta dentro de unas horas pero esta vez escribo desde el desvelo en una ciudad que, dicen, nunca duerme y tengo el presentimiento de que, al menos por un tiempo, las noches se sentirán menos solas.


*Si tienes problemas para dormir, necesitas ayuda y habitas la CDMX, puedes acudir a la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM ubicada en Dr. Balmis 148, Doctores, Cuauhtémoc en un horario entre las 8AM y las 9PM. Recuerda que aunque lo sientas, no estás solx, ni estas defectuosx. Solo eres un animalito nocturno en un mundo que nos domestica para ser diurnos.


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