Título del libro: La policía de la memoria
Autora: Yōko Ogawa
Traductor del japonés: Juan Francisco González Sánchez
Editorial: Tusquets Editores
Año de la publicación original en Japón: 1994
Por Club de dos (Otilia Carvajal y Mariana Recamier)
Este año creamos “casi sin querer”, como diría Miguel Bosé, un club de lectura de dos. En febrero lanzamos una convocatoria en un grupo de WhatsApp donde mujeres compartimos intereses por distintos libros y autoras. La idea era armar un club para leer juntas, pero entre los trabajos, los tiempos y las rutinas de cada una, al final quienes nos reunimos fuimos nosotras: Otilia Carvajal y Mariana Recamier. Así, de forma muy orgánica, nació este club de dos.
Elegimos leer La policía de la memoria, de la escritora japonesa Yōko Ogawa, por recomendación de una colega y algunos sucesos políticos del momento y avanzamos con calma entre marzo y julio. La edición que compartimos fue publicada por Tusquets Editores en 2021 y traducida por Juan Francisco González Sánchez. Nos encontramos en línea seis veces, siempre después de leer entre tres y seis capítulos.
En cada sesión hablábamos largo sobre lo que habíamos leído sin mucha estructura más que nuestra propia emoción por la novela. Comentábamos no solo el contenido, sino también la forma en que Ogawa escribe, los ritmos, la sensorialidad, la capacidad de evocar olores o texturas. Observábamos cómo estaba construida la novela y cómo, sin decir demasiado, lograba conectar con situaciones políticas de diversas etapas históricas y con miedos profundos que tenemos muchas personas.

Como parte de esa lectura compartida, hicimos una pequeña investigación para contextualizar a la autora. Ogawa nació en Okayama, Japón, en 1962. Su trabajo se enfoca con frecuencia en temas como la memoria y la condición humana y ha recibido los premios literarios más importantes de su país, entre ellos el Akutagawa y el Yomiuri. La policía de la memoria fue finalista del Premio Booker Internacional en 2020.
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Desde las primeras páginas de la novela sentimos que el tema central era la pérdida, pero no una pérdida evidente o explícita, sino sutil, progresiva, inquietante. En la isla donde transcurre la historia, los objetos desaparecen: flores, calendarios, sombreros, perfumes. Pero no solo desaparecen de la realidad tangible; también se desvanecen de la memoria de las personas y con ello de la memoria colectiva. Esa desaparición implica una forma de borrado más honda.
El título, La policía de la memoria, proviene del nombre de la institución encargada de garantizar la desaparición de los objetos olvidados, por cualquier método: quemarlos, destruirlos o lanzarlos al mar. También persigue a las personas que, por razones desconocidas, conservan la capacidad de recordar. La presencia de esta institución está envuelta en una atmósfera de misticismo, no sabemos mucho de ella, pero lo que se manifiesta de forma recurrente es el temor que provoca.
La narración tiene un ritmo lento, lo que nos permitía discutir los detalles. La historia avanza sin grandes clímax y se apoya mucho en escenas cotidianas, como compartir la comida o conversar en espacios íntimos. Los diálogos son sencillos pero cargados de significado. Nos llamó mucho la atención cómo la autora describe objetos que son olvidados. Es un ejercicio interesante de escritura: cómo describirías un objeto cómo si no recordaras nada sobre su utilidad o historia.
“Un manto formado por una multitud de pequeños fragmentos de colores, desplegados en un abanico de imprecisos matices, entre rosa, rojo y blanco, cubría todo el caudal sin dejar ningún resquicio de agua a la vista. Aquellos fragmentos se alineaban, se solapaban entre sí y fluían pausadamente sobre las aguas, más despacio de lo que cabría esperar, produciendo una sensación un tanto hipnótica”, así retrata Ogawa la presencia de los pétalos de rosa sobre el agua.
Otro recurso interesante es que la protagonista escribe una novela dentro de la novela, lo que crea un juego de espejos y capas narrativas. A partir de este y otros detalles, Mariana reflexionó sobre la novela como un dispositivo que puede funcionar con pocos elementos porque con apenas tres personajes principales, Ogawa construye una historia compleja y profunda sin necesidad de explicar todo el contexto político. La omisión también cuenta. Hay una violencia latente, estructural, que nunca se nombra del todo, pero cuya presencia se siente en cada página.
Los personajes nos parecieron muy bien logrados. Cada uno tiene una relación distinta con el olvido. El señor R, en particular, representa la resistencia a olvidar, esa necesidad de sostener la memoria incluso cuando parece inútil. A lo largo del libro los personajes evolucionan de manera muy sutil, con gestos mínimos que sin embargo dicen muchísimo.

Otro tema que toca es la importancia de hacer comunidad y crear lazos para sobrevivir en situaciones difíciles. Los tres personajes principales se ayudan más allá de una relación laboral o de parentesco. Comparten la comida, los cuidados, las alegrías y la pérdida. Esto nos hizo pensar sobre cómo en situaciones extraordinarias el apoyo mutuo puede ser la única forma de salir adelante.
También reflexionamos sobre los objetos presentados a lo largo de la novela, algunos tan insignificantes que parece que no ocasionan un gran cambio al desaparecer, pero lo hacen. Por ejemplo, un fragmento que nos hizo detenernos a pensar fue la desaparición del calendario. Ahí entendimos que no se trataba solo de perder un objeto, sino de perder toda una forma de entender el tiempo, de organizar la vida, las estaciones, las cosechas, los alimentos. Cada desaparición arrastra algo más profundo.
“Con la desaparición de los calendarios no vamos a saber cuándo termina el mes exactamente. De hecho, va a ser como si el siguiente mes nunca llegara y, por tanto, quizás la primavera tampoco —dedujo la anciana mientras se acariciaba las rodillas, enfundadas en unos leotardos de lana”.
Leer esta novela juntas, con pausas para conversar, pensar y volver sobre lo leído, nos permitió tener breves discusiones sobre el tiempo, la memoria y la política. En un mundo donde todo se acelera, esta lectura fue una invitación a parar, a pensar, a cuidar lo que no queremos que desaparezca.
Este libro es una historia fascinante que nos confronta con lo que decidimos defender y con todo lo que permitimos que se pierda. Invita a pensar en las formas de opresión ejercidas sobre nuestras vidas, muchas veces de manera tan silenciosa o normalizada que pasan desapercibidas hasta que ya están instauradas. La policía de la memoria plantea una advertencia: si no nos organizamos ni resistimos juntos, podemos perder aquello que es esencial para nuestra existencia. Y una pregunta: ¿qué desaparece hoy sin que hagamos algo para evitarlo?
Esta reseña forma parte de una pequeña columna donde queremos compartir lo que leemos y conversamos en nuestro club de lectura de dos.
