agosto 25, 2021

Sanar una amistad

By In Ensayos

Por: Otilia Carvajal

Un mes de enero, cuando el frío aún era suficiente para empañar la ventana, pasé una madrugada que se hizo eterna entre reproches de: “¿qué hice mal?”. 

Sí, podría decir que se trataba de un corazón roto, pero no el típico desastre emocional que hace el vato en turno, porque de ser el caso ya sabía qué hacer: llamar a mi mejor amiga, quejarnos, llorar, sacar alguna risa y tratar de sobrellevarlo. 

Pero, ¿qué haces cuando la pelea fue con esa persona que siempre llamas cuando todo es un caos? Ambas nos equivocamos, pero no podíamos verlo esa noche. 

Foto de Daria Shevtsova en Pexels

Al final, el motivo de la pelea sí conducía a un vato: tu “innombrable”, que en ese momento aparentaba algo que no era, aunque aún no lo sabía. Lo defendiste y todo escaló a una pelea por WhatsApp en la que escribimos cosas que prefiero olvidar.

Ya había pasado varias noches padeciendo el amor romántico, pero esta vez era distinto porque no sabía cómo lidiar con esa tristeza que se sentía diferente. Porque obviamente ninguna de las películas rosas que siempre veía hablaba de esto.

Estaba en mi cama, miraba al techo, luego la pared, nuevamente al techo, rodaba hasta quedar sobre la almohada, pero mi mente sólo se llenaba de culpa y reproches.

Culpa por lastimar intencionalmente a una persona que me había brindado su amistad durante los últimos siete años. Frustración porque estaba lejos de ser un soporte. 

Frustración porque, claro, habían existido disgustos, pero ninguno tan fuerte, menos por el típico fuckboy que conoces en Tinder que estudia en Ciudad Universitaria. 

Decir que dormí dos horas esa noche es mucho. En algún punto de la madrugada que no alcancé a ver entre la oscuridad de mi cuarto vinieron otros recuerdos. 

Como la vez que nos hablamos en el CCH Azcapotzalco cuando teníamos 16 años. Desde entonces no habíamos dejado de hacerlo.

Cuando reprobamos matemáticas IV, en el salón donde siempre olía a mota, porque #UNAM, y tuvimos que recursar la materia. 

O cuando no sabía cómo distraerte porque en el salón de Física te habían organizado una fiesta sorpresa. 

Parece que todos esos recuerdos lejos de hacerme sentir bien me hacían sentir más culpable. Podía escuchar el reloj marcar cada segundo y, sin embargo, la hora no se movía. 

Los recuerdos se trasladaron más adelante, cuando por distintos motivos no pudimos entrar el mismo semestre a la universidad. Yo tenía un año estudiando Comunicación  cuando entraste a Arquitectura. 

En el edificio A-3 de Arquitectura me contaste que este vato te pidió ser novios. Gritamos en un pasillo oscuro porque habían cortado la electricidad. 

Volviendo a mi cuarto, la noche parecía no moverse, aunque en mi mente ya había recorrido varios años. 

¿Cuáles son los signos más frecuentes del insomnio? Siempre es diferente. Pese a que no lo padezco con frecuencia, recuerdo un molesto y persistente dolor de cabeza; incomodidad, como si no quisiera estar en mi cuerpo y mis ojos no pudieran más. 

La desvelada pasó factura al día siguiente: los ojos ardiendo por las emociones desbordadas y la falta de sueño. Estoy segura que me enfermé por el frío. 

Después de esa noche y una (muchas) lloradita más tarde, vino la reparación del daño. No tuvimos una reconciliación épica de película, la amistad no sanó en un día, pero fueron semanas en las que los lazos se estrecharon aún más. 

Plot twist: Sí mandó alv al innombrable. Este año cumplimos 10 años de amistad. 

Leave a Comment