febrero 12, 2021

Nombres prohibidos

By In San Valentín

Por Clau Nyappy

Me invitan a escribir sobre mi “Voldemort” y con toda la pena del mundo digo que no tengo: mi pareja actual es la única que he tenido. Me da risa que me incomode aclararlo, como si el hecho de no tenerlo significara que hubiera algo mal conmigo. De todas formas, prometo escribir; siento la compulsión de decir siempre que sí y, seguro algo se me ocurrirá.

II

Sigo pensando en escribir y me mortifica no tener sobre qué hacerlo. Tengo un deadline y un máximo de palabras, tengo incluso la motivación, cosa que nunca suele existir, sólo me falta el “Voldemort”. Ignoro olímpicamente esa voz en mi cerebro que sabe que sí tengo no sólo uno, sino dos, pero que les niega porque el tema es el amor romántico no la amistad. De eso me trato de convencer desde el día uno. 

III

Estoy tentada en escribirle a mi amiga, porque pienso que evidentemente no es el tipo de texto que quieren publicar, además, aunque imagino la conversación, siempre siento que mi pregunta sería tonta y no la termino ni siquiera de formular: 

-Oye… ¿Tiene que ser sobre…

-¿Funcionaría si escribo sobre…

-Estoy pensando en escribir de… 

Ninguna funciona y, además, no creo en realidad poder escribir sobre esas personas. 

IV

Una vez un amigo con un nombre parecido me mandó un inbox y casi me muero pensando que fue ella. Otra vez fue a mi trabajo cuando estaba empezando y me fui a esconder a la bodega porque la sola idea de verla me hacía sentir mal. Otra vez la vi en el mórbido y me pregunté cómo tenía el coraje de aparecer por ahí. Otra vez llegó a la tienda un nuevo libro de un cómic y pensé en que sería un regalo ideal para su cumpleaños que estaba cerca antes de sentir el dolor. También evité escuchar ciertas canciones, ver algunas series, hablar de ciertas películas, ver recuerdos de fb. Tolerar a Luis Miguel se volvió mi super poder cuando un compañero lo empezó a poner un día sí y otro también en la tienda. En este párrafo hay oraciones de ambas, la última va por las dos. 

V

Creo mucho en la amistad, más que en el amor romántico, así que me involucro mucho con mis amigues. En un principio ni siquiera me interesaba ningún otro tipo de relación, no me veía como pareja de nadie, pero sí me interesaba formar amistades sólidas. Es curioso cómo empecé a abrirme con otras personas de esa forma cuando antes de dejar mi hogar no tenía ningún vínculo real. Mis padres ejercían un control total sobre mí y no tenía amigos porque según ellos no debía confiar en nadie más que en ellos, aunque ellos tampoco eran confiables. Tal vez encontrarme con gente afín que me hacía sentir menos sola fue lo que de a poco me hizo abrirme.

VI

Con ella fue con la primera persona con la que viví después de cuatro años viviendo sola en esta ciudad. Había tenido antes dos amigas que me ofrecieron ser mis roomies, pero el miedo a que mi familia tuviera razón y que nadie me soportara pudo más en ambas ocasiones. Sin embargo, el vínculo entre nosotras parecía fuerte y nos mudamos juntas. Nos contamos muchas cosas y lloré mucho en sus brazos y ella en los míos, antes de que todo se complicara, antes de que su nombre se convirtiera en impronunciable no solo para mí, sino para gente que amo y que ella dañó tanto o más que a mí. La culpa de meterla en nuestras vidas me siguió durante años. 

VII

Ella fue mi amiga casi casi desde el día uno. La amistad se extendió por años y parte de mí nunca entendió porque siendo tan diferentes podíamos ser amigas, sin embargo, me hacía feliz saber que podíamos llevarnos. Es extraño cómo podía ver los focos rojos, me parece más extraño aún como los ignoraba. La escuchaba hablar de otros y siempre se quejaba de cómo los defendía y nunca estaba de su lado, la escuchaba hacer comentarios machistas, la veía desear, añorar el poder y a los poderosos; no le importaba los modos en que estos llegaban al poder. Cuando todo se vino abajo, cuando al fin la vi con otros ojos, me dolió haber obviado tantas cosas.

VIII

Sus nombres están prohibidos; duele escucharlos porque traen recuerdos. A veces en ciertas reuniones hablamos de lo que pasó, pero en esas conversaciones solo participamos quienes nos vimos afectados. 

Pienso y trato de encontrar en dónde debió parar, cuándo fue demasiado, cuándo debí alejarme, cuándo los focos rojos -en cualquiera de las dos- brilló lo suficiente y yo elegí pensar que era un error, que la amistad podía más.

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