agosto 25, 2025

Una noche en Topo

By In Especiales

Por: Juan José Antuna Ortiz

Me pregunto si me extrañas,

y ya quiero regresar

a una playa en Nayarit,

en tus brazos derretirme y no pensar.

Little Jesus

Hace poco más de dos meses, cuando Sac me invitó a formar parte del número de aniversario de La Desvelada, acepté con mucha efusividad sin saber muy bien de lo que iba a escribir, sabía que debía escribir sobre una desvelada memorable, pero no tenía idea de qué.

Escarbé un poco en mis recuerdos, en fotografías y algunos textos, para ver si daba con una desvelada tan especial que fuera digna de mi primer texto que conmemorara y enmarcara una desvelada excepcional y que estuviera a la altura de estar en una revista como ésta, y en ese buscar hacia adentro y hacia lo personal, me encontré con muchas dignas que no sólo me hicieron revivir momentos y recordar personas que ya no están en mi vida, sino que también me hicieron ver lo variopintas que son las desveladas, y por qué éstas, siempre, al menos en mi historia de vida muy particular, han sido buenas, incluso las que no lo han sido tanto: risas, amor, fiesta, personas especiales que ya formaban parte de mi vida, y personas especiales que se conocen a raíz de desveladas, aunque algunas precisamente desaparezcan al amanecer. La que al final decidí escribir tiene dos particularidades: la primera, no es del todo una desvelada totalmente feliz, sino que pasó por muchos estados de ánimo; y la segunda, en el estricto sentido de la palabra fueron dos desveladas.

Lo que acá cuento sucedió hace casi 10 años. Mi hermano Eduardo y yo regresábamos a La Paz luego de unas vacaciones que pasamos en Durango (en ese entonces vivíamos ahí), donde habíamos asistido a eventos familiares muy importantes, y el regreso, por una circunstancia que ahora no puedo recordar, habíamos decidimos hacerlo por mar, aunque nos llevara una noche completa de viaje, a diferencia de lo que habría significado hacerlo por aire, lo cual nos habría llevado 28 minutos exactos desde Mazatlán. Con lo que no contábamos cuando hicimos ese plan era que el ferry que sale de Mazatlán iba a estar en reparaciones justo la semana en que nosotros retornábamos, lo cual hizo que nos tuviéramos que desplazar a Topolobampo.

Pexels

Salimos de la ciudad de Durango, viajamos de noche en camión directo hasta Culiacán, y cuando llegamos a la terminal de autobuses, aún oscuro, una estación vieja con un encantador recibidor completamente de cristal, decidimos quedarnos a dormir ahí, o mejor dicho a tratar de dormir, hasta que amaneciera. Para mí fue una de esas noches en que entre la expectación de estar solo en la sala de espera, estar en un lugar que hasta ese momento no habías conocido y no encontrar un espacio medio cómodo para descansar (tengo el vago recuerdo que traíamos una pequeña manta y Eduardo la tiró en el suelo entre un par de filas de asientos, y consiguió dormir un poco); no me permitió dormir en ningún momento, pero por alguna extraña razón, me sentía bien, me sentía reconfortado, me sentía vivo como nunca.

Una vez que amaneció, viajamos a Topolobampo, todavía teníamos que trasladarnos unos kilómetros hasta llegar al puerto, así que decidimos, por todo el equipaje que cargábamos, tomar un taxi hasta el ferry. Cuando llegamos, muy temprano, ya había fila para comprar pasajes para el viaje. Muchos, al igual que nosotros, sólo teníamos que mostrar que veníamos del viaje que se había vendido para Mazatlán, días antes de que se decidiera poner en mantenimiento. No puedo dejar de mencionar que el primer encuentro con Topo fue mágico, ver esa especie de isla en medio de la bahía en el mar, con casas pintorescas; me hizo recordar mucho Pátzcuaro, pero la sensación del mar la hacía todavía más especial.

Estuvimos en la fila varias horas, a ratos acostados, a ratos sentados, a ratos saliendo a caminar por el lugar mientras el otro cuidaba nuestros lugares. Sobre todo, tratábamos de recuperar las horas de sueño que el pesado y largo viaje, y la encantadora pero nada reconfortante estación de Culiacán nos habían negado. En mi caso, fue imposible.

Para cuando llegó la hora de abordar lo único que deseaba era poder llegar a la sala común, poder encontrar una fila de asientos que no tuviera descansabrazos fijos, y acostarme a dormir, pero aún así salimos a ver el momento de dejar puerto, y ya de noche, Topo se veía aún más hermoso. Después de ello, no pensaba en la cena que podrían servir en el comedor, en disfrutar una cerveza helada que aminorara el calor, sólo quería dormir, pero no podía hacerlo. Acompañé a mi hermano a cenar, al final pude comer algo porque servían una machaca de pescado realmente deliciosa, disfruté una rica bebida preparada con Madrileña, y volvimos a la sala común, aún no era tan tarde, en las pantallas, recién empezaba Intouchables, ahí descubrí esa película.

Luego de terminada la película,  ya cerca de medianoche, y con gran parte de la sala al unísono de ronquidos y demás sonidos de cuerpos cansados, y aún sin poder pegar los ojos, decidí salir a cubierta, a tratar de ver luces en alguna costa, ver las estrellas, disfrutar de la brisa del oscuro mar y la oscura noche. Cuando crucé las puertas entre la sala y la cubierta, sentí con más intensidad el calor de las calderas que la brisa del oscuro mar, pero estaba presente.

Pexels

No había muchas personas: un grupo de jóvenes riendo, todos vestidos con sudaderas negras, una pareja sentada en una banca, y una chica en la barandilla mirando hacia el mar desde la popa. Llevaba varias horas sentado y no me apetecía volver a estar sentado en una banca, aunque fuera en el exterior, y me vería muy raro estar en medio de la plataforma estando solo, así que decidí ir a la barandilla.

Cansado, pero sin sentir sueño, veía a un horizonte invisible, no estaba vacío, sólo no había luz para distinguirlo, y no sé en qué pensaba en ese momento, quizá en los buenos días que habíamos pasado en Durango, quizá en una persona que me esperaba en La Paz luego de haber empezado una historia justo antes de mi viaje, o quizá pensaba en la chica que estaba a unos metros de mí con una cabellera completamente roja.

—¿Tienes fuego?

Fue la frase que me sacó de mis pensamientos. La voz era tan femenina, y estaba tan cerca que no podía ser alguien más que ella. En el acto le contesté que no, en aquel entonces aún no fumaba, como ahora ya no lo hago. Se guardó el cigarro y se me quedó mirando.

—¡Visitas o regresas?—, me dijo en un tono serio, pero me sonreía. Yo a mi manera, le sonreí. Le dije que volvía. Le hice la pregunta de vuelta.

—Visito. Bueno, en realidad, mi novio visita, por negocios. Yo sólo lo acompaño. Él ahora está durmiendo en el camarote. Llevaba varias horas conduciendo. En cambio yo no puedo dormir desde hace dos días. Pero he disfrutado mucho la vista.

Luego de eso, no dijimos otra cosa, o al menos no recuerdo que nos hayamos dicho algo más relevante. Sólo miramos el horizonte invisible, y unos minutos después se despidió.
Yo me quedé todavía unos minutos más, pensando en una historia que estaba escribiendo y que estaba batallando para encontrar algunas piezas del rompecabezas, y sentía que justo me había encontrado con una de ellas esa noche. Luego de un rato, me di cuenta que jamás dijimos nuestros nombres. La chica del cabello rojo fuego no me dijo su nombre, pero me dejó una parte de la historia que estaba escribiendo y que aún sigue inconclusa. Luego de eso me regresé a la sala común, ya a oscuras y con las pantallas apagadas, y dormí hasta la mañana en que había que desembarcar.

Leave a Comment