agosto 25, 2023

Cuando no alcanzan las palabras para expresarlo todo

By In Especiales

Por: Monse Chávez.

Despedirte de tu hogar y de quienes te aman nuca deja de ser un proceso difícil, el río de sentimientos desiguales y confusos que golpean, que asustan, que detienen. Irse sabiendo que a donde llegues no encontrarás, de forma rápida, un hogar, amistades sinceras y un círculo de apoyo estable. 

Partí de mi ciudad natal hace poco más de un año por razones académicas, llegué a un sitio muy alejado y desconocido. No había una sola persona a la que mi presencia importara, no había a quién acudir durante las noches en las que sollozaba porque le temía a esta ciudad y a su gente

Pero las encontré. Y me siento muy agradecida y afortunada de tener una amistad bonita, respetuosa y cálida. Una amistad que todos merecemos. Donde nos hagan sentir amados, confiados y considerados

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Ese viernes 17 de febrero fui feliz, el recuerdo es tan nítido y hermoso que podría tatuarlo para no olvidarlo nunca más. La clase había terminado y yo apresuré el paso hacia la casa, varios días atrás una pena inexplicable se había incrustado en mí, aunque deseaba compartir el tiempo con quienes quería, la tristeza me impedía ser un ser social. 

Tanta fue mi prisa que no recuerdo haberme despedido. Llegué, me bañé para irme a dormir pero antes quería cenar, acostarme, aunque sea, sin un huequito en la panza. Luego vino el mensaje: “Monse, ¿podemos ir a tu casa? O vamos al departamento de A y pasamos por ti”.

Sin pensarlo dos veces, dije sí. Llegaron los tres a la casa y comenzamos a platicar. Era algo casual, para pasar el rato después de clases pero se prolongó hasta las cinco de la mañana y concluyó en un desayuno. Cuatro individuos destruidos por no dormir pero felices de compartir su tiempo

No recuerdo la hora exacta, quizá fue entre las nueve y diez de la noche de ese viernes. Nos acomodamos en los sillones y comenzamos a hablar de nada en particular. Nosotros siempre tenemos tema de conversación, no sé si nos aburre demasiado la vida, nos gusta mucho el chisme o ambas, pero en el grupo de WhatsApp o en persona siempre hay algo que decir y que bien puede extenderse durante horas.

Somos de esas personas que no terminan de hilar una idea cuando ya comienzan a hablar de otra, saltamos de un tema de conversación a otro sin que necesariamente tenga un cierre. Me encantaría escribir a detalle todo lo que platicamos aquella madrugada pero por respeto a la privacidad de sus nombres y vidas personales, no lo haré.

Lo que sí les puedo decir es que nuestra relación de amistad se basa en ver memes, enviárnoslos y reírnos, llevarnos muy pesado y molestarnos constantemente, pero también se conforma de conversaciones incómodas y situaciones emocionalmente vulnerables que nos llevan hasta las lágrimas. 

¿Me creerían que todo eso pasó durante una madrugada? La plática seguro inició riéndonos del otro por sus traumas, fetiches o idioteces diarias y conforme avanzaban las horas, la sensibilidad fue subiendo de nivel hasta compartirnos nuestros sentires, aquel pensamiento que traíamos guardado y que no podíamos externar por falta de espacios seguros, nuestros secretos, dudas y dolores, todo eso que no se le dice a cualquiera que va por la calle, pero sí a un par de cabezas huecas que son tu alma gemela. 

Ese viernes según yo iba a dormir temprano pero terminé desvelándome por el chismecito y el amor. No fui consciente del tiempo hasta que muy entrada la noche revisé el celular y eran casi las seis de la mañana, dormir ya no era una opción. Entonces L sugirió ir a desayunar y por un buen rato buscamos lugares ya abiertos. No dábamos con alguno que ofreciera opciones veganas, pero encontramos un restaurante abierto y nos dirigimos a él, al llegar nos percatamos de que se encontraba cerrado. Sin agüitarnos, fuimos a Caffenio a comprar cafecito y pan, seguimos platicando porque ya les dije, aquí sobra chisme hasta para aventar. 

No sé cómo ni por qué pero terminamos dando vueltas en algunas calles hasta que encontramos otro lugar para desayunar, con opciones veganas y platillos muy llenadores. Esa desvelada terminó en un desayuno de señoras con chismes y abrazos.

Esa noche fui feliz. Y me hice recordar que la depresión no es más fuerte que yo, que la ceguera se puede disipar con un poco de atención y amor, propio y ajeno. Yo tenía días con la sensación de no pertenecer y ellos me cobijaron amorosamente, haciéndome entender con paciencia que tenía un lugar en sus corazones y vida. 

No sólo yo me supe querida, los cuatro sabemos que aquí tenemos un lugar seguro.

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