Febrero 2016.
—¡Órale! ¡Tienes un posgrado en letras! Me imagino que te gusta escribir.
—¡Me encanta! Aunque no hay muchos espacios para publicar.
—Te entiendo. Entre la línea editorial y los hombres que deciden qué publicar… ¿Pues quién querrá leer a una “Sac Calderón” o tal vez a una “Bicky Ramírez”?
—Por eso quiero hacer mi propia revista. Una revista de periodismo narrativo, donde escriban todas mis amigas. Por supuesto que tú vas a escribir en ella…

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Me gusta ser escéptica y poner en duda todo lo que veo y lo que siento. Confundir el miedo con el frío, contrastar el calor con el enfado o fastidiarme de tener que sonreír todo el tiempo. ¿Soy pesimista? Sí. O tal vez, citando a Mario Benedetti: “sólo soy una optimista bien informada”. Buscarle el lado negativo a las cosas y que me salgan bien… ¡es mi pasión!
A lo largo del tiempo el pesimismo se ha considerado una actitud negativa y por consecuencia es menospreciado. Por ello, desde infantes se nos enseñó a pensar la felicidad como el fin único, estaba prohibido ser pesimista porque nada bueno llega de lo negativo. Y entonces me decía: ¡Cuando sea grande quiero ser muy feliz! ¡Jajaja! Ojalá la felicidad estuviera debajo de las piedras, que ésta se encontrara en forma de carita feliz y que durara por un largo tiempo. Hasta el momento, lo más parecido a la felicidad se llama marihuana.
Esto de estar triste y sentirse sin rumbo en la vida no es nuevo. Hay toda una disciplina filosófica que se adjudica al difunto Arturo Schopenhauer. Un hombre con poder adquisitivo que se puso triste nomás porque se dio cuenta que la gente moría de hambre en África. Tras adquirir “conciencia de clase y salir de su burbuja social”, nuestro amigo Arturo se puso tristemente creativo y consolidó la corriente filosófica pesimista. Entre algunos de sus textos, el filósofo reiteraba que: “este mundo no podía ser obra de un Dios magnánimo y benévolo, sino más bien una construcción caótica y perversa de algún demonio ocioso que se contenta observando el sufrimiento y el dolor de los seres humanos”.

El señor Schopenhauer tuvo a sus fans, y años más tarde otro triste filósofo de nombre Philipp Mainlánder abonó al pesimismo, detallando que: “somos fragmentos de un Dios que en el principio de los tiempos, se destruyó ávido de no ser y la humanidad es la agonía de esos fragmentos”. El pesimismo de Mainlánder se llevó a la práctica y después de escribir su máxima obra Filosofía de la Redención, se quitó la vida. ¡Esos sí eran emos y no charlatanes!
Sin embargo, pienso que esta corriente filosófica (que me fascina), evidencia que desde tiempos inmemorables, los caballeros no podían lidiar con su pinche depresión y le tuvieron que inventar una corriente filosófica a su tristeza. En el fondo esos hombres no podían reconocer que se sentían tristes, que la realidad les rebasaba y que la levedad de vivir les era insostenible.
Aunque estudiar el pesimismo te permite trazar estrategias y cuestionarte los motivos por los que la negatividad puede influir positivamente en tu vida diaria, cuando indago en la escuela de Arturo Schopenhauer, me cuestiono sobre la autoridad que tuvieron los hombres para generar conocimiento desde su tristeza, hartazgo y clasismo. La lista alberga personajes como Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Albert Camus o Jorge Luis Borges, solo por nombrar algunos de los hombres más frágiles de la historia.
¿Hay pesimistas mujeres? ¡Claro que sí! Aunque estas fueron nombradas: locas, dramáticas, resentidas sociales, drogadictas o lesbianas. Allí esta Virginia Woolf, Sor Juana Inés de la Cruz, Gloria Anzaldúa, Alejandra Pizarnik y Salvador Novo (un dramaturgo muy homosexual para su época).
¿Y esto qué tiene que ver con el aniversario de La Desvelada?

La mayoría de los textos que he publicado en este espacio, se han escrito como acto de catarsis, cuando lo que siento no lo puedo hablar. Cuando me brotan las lágrimas sin motivo alguno o cuando la ansiedad me lleva a rascarme el cuello hasta que mi piel enrojece. Cuando, al igual que aquellos “hombrecitos de la corriente filosófica pesimista”, siento que la vida ya no tiene sentido es entonces cuando cometo suicidio: tomo una pluma, me corto la tristeza y brotan mis palabras.

Que la mayoría de las personas que habitan este espacio reconocen abiertamente que La Desvelada ha sido su lugar seguro y de consuelo cuando la desolación y los malos recuerdos les agobian. Que esta revista (aún digital), nacida desde el incauto de su creadora, nos ha salvado. Porque cada situación (positiva o negativa) siempre termina en un texto que por lo general, se escribe tan de noche que te sorprende la madrugada. Por ello, me atrevo a pensar a La Desvelada, como una escuela que alberga una nueva generación de “pesimistas”: personas que no rechazan lo negativo, solo lo reconfiguran, aceptan el presente y lo plasman en letras. Personas que ya no pierden el tiempo buscando caritas felices debajo de las piedras.
Aunque en el año 2016, la Sac llena de ilusiones (y mucho dolor en su corazón) miraban un futuro incierto y pesimista en esto del periodismo narrativo, logró materializar su sueño. Un proyecto que a lo largo de cinco años, decidió compartir con sus amistades y colegas. Sac, que tu ímpetu de resistencia te lleve a ti y a tu hibrida creación, ser un referente en el periodismo, para que, el tiempo y el universo nos permitan cobijar a La Desvelada y que esta siempre sea “nuestro espacio seguro”.
¡Enhorabuena Sac! ¡Enhorabuena Desvelada!