Este texto es uno de los prólogos del e-book Conjurar a B: apuntes oníricos sobre el duelo y los milagros.
Cuando alguien que amas muere es como si nubes grises aparecieran sobre ti. Durante un buen tiempo se mantienen lluviosas, casi como huracanes, y aunque sabes que hay más personas que ahora también las tienen con ellos, incluso si es por la misma persona, es difícil ver más allá de tu propia lluvia. Es difícil ver al resto del mundo seguir con sus vidas, ver las horas, los días, las fechas especiales pasando, tú mismo atendiendo responsabilidades, hablando con personas, todo mientras sigues empapado de lluvia interminable. Recuerdas con anhelo los días antes de la tragedia, los días en que estabas seco. A veces crees que darías cualquier cosa por poder escapar de las nubes, a veces te das cuenta de que sólo externan cómo te sientes.

Dependiendo de cada persona, su situación, su entorno y cómo lo llevan, las nubes grises poco a poco comienzan a dejar de mojarte. Descubres que no son tu enemigo: no generan lluvia para torturarte, o para hacerte sentir culpable por estar vivo, generan lluvia porque son parte de ti, son la parte de ti que ama a esa persona y no quieren que olvides ese amor. Ellas tampoco saben qué más hacer.
En cierto punto, las nubes finalmente dejan de hacer tormentas todos los días, y no es porque estés olvidando a la persona, sino porque van evolucionando contigo y ya no necesitas la lluvia para llevar a esa persona contigo todo el tiempo.
Las nubes grises se convierten en una parte de tu vida. Aprendes a vivir con ellas y, si eres observador, comienzas a darte cuenta de que muchas personas a tu alrededor las tienen también, también han perdido a alguien. Hay momentos en que incluso agradeces por ellas, porque son una marca que esa persona dejó en tu vida, porque contribuyó a convertirte en lo que eres y lo que serás. También a veces algo detona mientras estás de vacaciones, o en una cena divertida, o mientras haces el mandado en el supermercado, de pronto tus nubes se oscurecen y comienza a llover. Puede ser una llovizna amorosa, puede ser una tormenta aterradora. Pero eventualmente vuelven a aclararse.
Cuando conocí a Sac sus nubes por B ya la rodeaban. Eran claras, pero a veces podía ver cómo se oscurecían, cuando nos hablaba sobre Didion y Noches Azules, cuando compartió “Lucha Libre y Dinosaurios” en sus redes sociales y lo leí. Yo era una universitaria que tenía poca experiencia con nubes de duelo, tenía un par solamente, muy claras ya, todas de familiares que habían fallecido en la tercera edad, años atrás, cuando no tenía mucha noción de nada. No podía entender su dolor, pero la admiraba por la forma en que lo escribía.

Un par de años después, cuando ya no era una universitaria y después de creer que lo peor de la pandemia mundial había pasado, aparecieron nubes gigantes sobre mí: mi Javier falleció y yo no veía nada más que lluvia. Si bien hundida en mis tormentas no acudí a Sac personalmente, sí acudí a sus letras. Uno de los días en que más me empapaba la lluvia, busqué con desesperación ese texto sobre lucha libre y dinosaurios que recordaba haber leído. Linkeado estaba también “Réquiem”.
Al fin me sentí vista.
Al igual que B, Javier había fallecido inesperadamente a los 24 años y los sentimientos de injusticia, sorpresa y sobre todo tristeza y duelo que yo había estado atravesando, se sintieron diferentes al verlos expresados en las letras de Sac. Aunque ella misma dijo hace poco que siempre recordaba “Réquiem” como un texto “desordenado” yo no lo sentí así.
En The Year Of Magical Thinking Joan Didion dice que la literatura sobre el duelo es “notablemente escasa”, aunque la poesía sobre el tema es abundante, y aunque es más abstracta, la poesía se siente “más exacta”. Nunca he sido una fan de la poesía, así que los ensayos fueron uno de mis refugios más preciados y “Réquiem” se siente como poesía, se siente como fragmentos, se siente como estar rodeado de esas nubes grises, de esa lluvia incesante.
Incluso en los textos más recientes puedes sentir como los escribía con sus nubes alrededor.
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Cuando Didion falleció en 2021, Los Angeles Times publicó el ensayo “Appreciation: Joan Didion’s indelible study of grief gave me the tools to save myself” de Seyward Darby. Como su nombre lo dice, explora cómo se refugió en los libros de Didion sobre el duelo, después de ver a su novio morir frente a ella cuando era apenas una universitaria. Un año después, tuvo la oportunidad de asistir a una firma de libros de la autora y no pudo evitar decirle su situación.
“Eres muy joven para eso”, le dijo Joan.
“Él era muy joven para eso”, le respondió Seyward.
Aunque apenas lo encontré hace un par de meses, al leerlo pensé de inmediato en Javier, pensé en mí. Pero después pensé en Sac, que tenía la misma edad que yo cuando ocurrió. Sac que estaba al otro lado del mundo, con su sistema de apoyo y hogar muy lejanos, con todos los planes y el mundo como conocía cayéndose. Pensé en ella sin poder ver más allá de sus nubes en la cama de su habitación, en cómo aún no puede recordar realmente toda esa etapa. Pensé en B, que había sobrevivido un accidente un año antes.
Todos éramos muy jóvenes para eso.

En el ensayo, Darby concluye que incluso si fue cuando ya tenía 70 años, Didion también era muy joven para todo eso. “Ahora comprendo que todos somos demasiado jóvenes para eso: hasta que no conozcamos el dolor y sus causas, no estaremos preparados, porque no podemos estarlo” escribe.
Pero cuando finalmente conocemos el dolor, es bueno tener textos que nos acompañen. Me parece importante escribir sobre el duelo, sobre cómo atravesamos esas nubes grises, especialmente de una manera tan personal, honesta y bella como lo hace Sac.
Además, creo que es una forma hermosa de honrar a quienes se van de este plano.
Patti Smith, una artista en toda la expresión de la palabra, escribió el libro Just Kids sobre su larga relación con su mejor amigo, su alma gemela, Robert Mapplethorpe. En el último capítulo hay una frase que dice: “¿Por qué no puedo escribir algo que despierte a los muertos? Esa búsqueda es lo que más me quema”. Suena al sentimiento constante de quienes vivimos con nubes de duelo. Lo más humanamente posible que tenemos para poder mantenerlos vivos en nuestros recuerdos y en nuestras creaciones. Conjurarlos.
Es lo que Sac hace aquí, conjurar a B.