abril 25, 2023

Horror y literatura: representaciones en la obra de Enríquez y Fernández

By In Ensayos

Desde ahí escucho que me grita.

Recuerda quién soy, dice.

Recuerda dónde estuve, recuerda lo que me hicieron.

Nona Fernández, La dimensión desconocida

La violencia ha caracterizado una actualidad brutal, grotesca y llena de sangre. El ser humano se ha manejado por guerras, abusos, masacres, robos, secuestros; momentos agresivos y traumáticos que marcan un imaginario colectivo y su proceso neurótico que puede llevar a la creación de productos artísticos donde se reflejan nuevas perspectivas hacia un mundo que se desajusta constantemente de una sensación de seguridad, una que quizá haya sido omitida por personas conformistas y acostumbradas a vivir en las profundas aguas del trauma. Es aquí donde todo latinoamericano puede reflejarse y sentirse identificado con las vivencias de un mundo que se jacta de ser inestable y que ha sido así por la lucha de una obtención de poder que ciega y mueve a realizar actos en contra de la vida.  Por mi parte, me reflejo en estos temas al haber sido un hijo parido por la guerra contra el narcotráfico que fue dada en el sexenio de Felipe Calderón, donde también me convertí en el hijo adoptado de una privación de la libertad que no me dejó vivir de la misma manera que hubiera querido mi adolescencia, marcada por la incertidumbre de una posible muerte cercana. Es quizá por estos dos puntos donde surge la obsesión por el tema y una lectura de aquellos autores que se han dedicado a representar esas realidades que se asemejan a la que yo percibo desde los quince años.

La violencia ha sido una marca para muchas personas, crea cicatrices que seguirán punzando como el recuerdo de una pesadilla. Es dentro de esa marca profunda que se ha gestado una nueva memoria social que se basa en recurrir a esos eventos para ser narrados desde diversas perspectivas y que ayudan a configurar historias que no se alejan de esa realidad jactada de no desaparecer a partir de la concepción de la historia, con la esperanza de que no se repitan sucesos similares que, sin embargo, han vuelto a acontecer. Dentro de este panorama, la representación de una violencia es de suma importancia para comprender ciertas vivencias que se han vuelto parte de un imaginario social latinoamericano donde existen casos ejemplares como las escritoras Mariana Enríquez (Argentina) y Nona Fernández (Chile).

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La representación de la violencia se ha posicionado dentro de diferentes procesos creativos que han denotado la aparición de narrativas grotescas e incómodas, situación que no puede ser evitada dentro de esta realidad que lleva los atributos de la sangre y el horror. En el caso de las autoras mencionadas, sus creaciones literarias están inspiradas en sucesos que marcan de manera traumática la existencia humana. Incertidumbre, horror, sorpresa, son algunas de las maneras con las que describiría las sensaciones que me recorrieron al leer la narrativa de Enríquez y Fernández. Con más atención en la novela Nuestra parte de noche de la escritora argentina y La dimensión desconocida por parte de la escritora chilena.

El primer caso surge como una historia de fantasía que se nutre del horror de una orden que adora a la oscuridad. Centrada en una realidad que tiene a la dictadura argentina como un fondo de escenario, se logra generar una historia que habla de los desaparecidos y la violencia militar que existió para relacionarla con las prácticas que llegan a tener los integrantes de la organización. Sin embargo, la latencia de una dictadura no se convierte en el tema principal, pero sí logra generar una nueva perspectiva ficcional del funcionamiento de un grupo que establece reglas donde los de mayor jerarquía terminan por ser más beneficiados a partir de la explotación de los cuerpos de otros.

Mariana Enríquez logra representar el adoctrinamiento como un elemento clave del pensamiento humano hacia lo sobrenatural. Al igual que cualquier religión que haya existido, el culto a la oscuridad que se propone en la novela aparece bajo una estructura donde los roles de poder interfieren en todo momento. El sistema de control es implementado bajo una estructura donde las matriarcas del culto controlan los cuerpos de aquellos que deben ser sacrificados como una ofrenda a la oscuridad que los devora y la sobreexplotación al médium que puede conectar con ese ente de otro plano que es adorado como a un dios. En esta novela, Mariana Enríquez logra plasmar la relación de los cuerpos con la tortura y la explotación de estos por un posible bien común, dando pie a los horrores que se pueden presentar en la forma de heridas físicas y mentales que no logran sanar del todo y temen por seguir surgiendo. 

El cuerpo es trastocado por una violencia constante que no puede evitar ser relacionada dentro del panorama indirecto de la época en la que suceden los hechos, es decir, la dictadura militar argentina. Momentos complicados que terminan representados en ese mágico mundo que puede ser crudo y perturbador para el lector, denotando una realidad que no sólo aconteció en Argentina, sino que ha sido un denominador común para Latinoamérica como un proceso que cierne la eterna violencia que ha generado desapariciones, terror y el derramamiento de sangre. En el caso de Enríquez, acontece una representación a través del género de fantasía y horror, pero no un mundo mágico donde existe el bien y el mal, sino un mundo donde todos son malos. Este plano terrenal lleno de elementos espiritistas termina por ser tétrico, asfixiante y complejo dentro de su propia naturaleza violenta para lograr la representación que busca de una realidad que inspira la historia.

Sin embargo, no sólo Mariana Enríquez es el ejemplo de una escritura que representa el común denominador latinoamericano que se trata de trabajar aquí, también existe la propuesta de Nona Fernández en Chile con su novela La dimensión desconocida, libro que trata de reconstruir el testimonio del “hombre que tortura” para recrear la violencia de la dictadura chilena. El segundo caso mencionado se centra en la apariencia de un testimonio que es configurado en diversos momentos donde se traslapan los recuerdos del “hombre que tortura” con la imaginación de la narradora. Situaciones que ponen al descubierto una historia que se percibe desde la mente para representar aquellos sucesos que no son conocidos más que por los desaparecidos a manos de la dictadura y los sujetos que fueron parte del sistema opresor. Esa dimensión desconocida, que hace referencia al famoso programa de televisión The Twilight Zone, queda fuera de nuestro alcance de entendimiento y, a la manera de Nona Fernández, no queda más que imaginar las posibilidades que ocurrieron con los que ya no tuvieron voz y se perdieron para ser sólo parte de la memoria de sus más allegados.

La reconstrucción de la dictadura chilena, en especial la que estuvo en manos de Pinochet, abre el panorama de la violencia hacia los opositores de un sistema que se estableció desde la mano militar y su agresividad sistemática que siempre les ha caracterizado. El libro de la autora chilena se centra en ese olvido que trata de imaginar, para rellenar los huecos de la historia que nunca más se podrán contar al ser omitidos desde los sistemas de poder que estaban al mando en ese momento.

La mención de la violencia representada en la literatura latinoamericana podría convertirse en una constante dentro de los países que la conforman. Territorialidades que han vivido eventos violentos donde el ente social fue reprimido o lo sigue siendo en países que no serán mencionados en este escrito para evitar entrar en el terreno actual de la política. Sin embargo, el horror que hemos visto los que sobrevivimos día a día se representa fuera de esa fantasía donde acontecen los monstruos de lo que Lovecraft consideró como parte de ese género. 

A lo que refiero, la representación del horror en Latinoamérica surge como un sistema que representa los desaparecidos, los privados de su libertad, el dominio de otros a partir del abuso de poder, el derramamiento de sangre de las dictaduras o las guerras contra el narcotráfico. Una lista que podría seguir enumerando ejemplos de una historia del horror latinoamericano enfocado en la violencia y las formas en que han sido representadas, como la posmemoria de Nona Fernández o la fantasía-horror que plantea Mariana Enríquez. Estos ejemplos son claridades de ese efecto de la violencia que ha llegado a afectar a escritores que han percibido ese mundo caótico de los países que se salen del Norte Global. 

Desde este punto, quizá el horror latinoamericano dentro de la literatura debería de pensarse como esa violencia inevitable que se ha normalizado dentro del imaginario social del territorio planteado, uno que se ha representado constantemente y del que probablemente ya no dejaremos ir al percibirlo como una constante de una realidad que ha inspirado a muchas escritoras y escritores a representar lo cotidiano desde su lado más perturbador.

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