Llaman indulgencia, sabiduría, a esta inercia del corazón:
es la muerte que se instala en nosotros.
Simone de Beauvoir.
Escribir en segunda persona es poco común. Me dijeron en la secundaria que se requiere una gran destreza literaria para hacer sentir al lector parte de la historia en vez de cansarle. La consigna de aquella clase fue escribir un relato en la voz que quisiéramos. Elegí la segunda porque quería saber cómo sonaba y si tenía la habilidad de expresar ideas así.
He olvidado los detalles, narré sobre una mujer que vagaba por la calle y le hablaba constantemente a la persona que la abandonó; no tuvo un final feliz porque esos sólo los escribo cuando me los piden. Recuerdo que dediqué mucho tiempo a esa tarea porque mi segunda persona era agotadora desde el primer párrafo y tenía que entregar al menos cuartilla y media. Mi maestra de español tomó con ternura mi intento y me invitó a leer textos con esa voz si me había gustado.
Fruncí la nariz porque no me había encantado, sentí que mi cuento sólo era una queja y una súplica. ¿No se necesita un poco de misterio en la historia? ¿Si comparto el mundo interior de mi personaje no estoy arruinando la posibilidad del lector de sorprenderse, de empatizar? ¿No estoy guiando los sentimientos del lector? ¿No estaba arruinando el nudo hacia un tedioso desenlace? Recién me acababan de enseñar esos conceptos y mi mente necesitaba verlos con claridad.
No tuvo caso, dejé esa voz, no le encontré mucha utilidad con el pasar de los años, hasta que mi propia conciencia me exigió usar la segunda persona el 27 de febrero de 2015:
Carta a mí misma:
Te escribo hoy viernes 27 de febrero, Miranda, desde el hospital T1. Aún con tus dos piernas. Ayer pasó un Dr. a decirnos que no se ve bien nuestra lesión, el tumor (es) que tenemos también están en la tibia y el peroné. No dejó de decirnos que se veía mal. No dijimos mucho pero sí lloramos cuando se fue. Hoy la Dra. Isis nos dio otra indirecta: al parecer nos quitarán la pierna derecha. Naturalmente nos cayó de peso, lo lloramos a medias. Hace rato vino mamá, le dijimos y fue fuerte, nos dió ánimos, prometió ser nuestra sombra a partir de ahora. Lloramos ante esas palabras porque, tú sabes, eso era lo que menos queríamos, que su vida girara en torno a la nuestra, por esas cosas de la dependencia. Sin embargo, fuimos felices al oír sus palabras. Estos días han estado llenos de muchas cosas, entre ellas dolor. Mucho, mucho dolor. Un dolor indescriptible que nos ha hecho temblar y gritar hasta con todos los a pulmón completo. Hemos aprendido muchas cosas y hemos hecho muchos amigos. No te olvides de Don Luis F. Beltrán, trabaja en una farmacia por Pacabtún. Camilleros, enfermeros, doctores, hemos hecho muy buenos amigos que nos han ayudado a aliviar el dolor. De nueva cuenta la plática y la palabra han venido a mi rescate.
Aquel día con desesperación pedí una libreta a la siguiente persona que me visitó, demandé a las enfermeras con qué escribir. Nunca había experimentado una necesidad tan furiosa de dejar vestigio de lo que me pasaba. Como menciono hablé mucho, escribí sin papel y muy lentamente he comenzado a reconfigurar los momentos por los que atravesé, muchos que sólo contemplaba cómo anécdotas. Me reiteraba que era la mejor decisión porque pensaba que nadie quería escuchar lo que pasa en un hospital, en una cuerpa enferma, en una familia o relación en donde los cuidados son algo medular. Tenía miedo de sonar lastimera, quejumbrosa o triste. ¿Qué es lo que se puede o no contar de tu vida?
Hace poco terminé la lectura de Historias de Mujeres de la autora española, Rosa Montero y me hizo cuestionarme: ¿qué estás contando de tu vida?, ¿cómo haz elegido hacerlo, estás conforme con las palabras que eliges, los medios y formatos? ¿De qué quieres dejar vestigio esta vez? Este libro reúne biografías de mujeres que la autora publicó en un suplemento dominical de El País. En el prólogo, Rosa habla sobre la capacidad de las mujeres de ser toda excelencia y todo abismo, en cómo tenemos la presencia constante de relaciones que nos determinan y el de una escritura secreta. ¿Cuál es mi escritura secreta, la tuya?
Creo que es muy atinado pensar como “escritura secreta” toda la comunicación o redes que creamos para tratar de solventar las penas, expectativas y desigualdades sociales que nos aquejan. Como enferma, puedo compartirles que la lista de expectativas no se reducen. La expectativa de una mujer, ahora es una mujer enferma o una mujer con discapacidad. ¿Cómo son? ¿Qué imaginas cuando piensas en una? ¿Qué es para ti una buena enferma? ¿Una mala enferma?
Este libro narra la vida de muchas mujeres, nos da otra perspectiva de sus vidas, la mayoría en contextos europeos y pocas fuera de ese continente, pero coinciden en ser vidas que querían desafiar las expectativas, quisieron, desearon, intentaron y pagaron el precio con toda la violencia y el olvido que confiere intentar salir del molde, de lo que era “una buena mujer” en sus épocas. Muchas de ellas resonaron en mí, pero cuando leí la vida de Camille Claudel, la talentosísima escultura que quedó eclipsada entre el rechazo de su familia, su relación con Rodin y muchos otros sinsabores, sentí mucha tristeza y removió algo en mí porque Montero nombra que en el caso de Camille, el romperse pareció ser el destino de su vida. Muchos años viví con esa sensación, llegué a pensar que no pararía y que romperse era mi destino y el inicio fue el registro de aquella carta:
Todavía nos queda un estudio más, una biopsia, van a raspar tejido dañado de mi pierna y con base en eso van a decirme si es benigno o maligno lo que tenemos, pero como dijo el Dr., no pinta bien. No te eches la culpa, no estuvo en tu control en ningún momento. Pase lo que pase vive tranquila al saber que disfrutaste lo que pudiste tus piernas. No te limites, no te rindas. Es cierto, quedaron cosas pendientes, pero piensa lo mucho que ya hiciste. Papá y mamá siempre vieron que te movieras e hiciste muchas cosas, velas recordando, hemos bailado, hecho karate, tenis, yoga, caminado por horas y horas, conocido lugares hermosos, nadado. No pienses en lo que ya no vas a poder hacer, eso sólo te amargará.
Sí me eché la culpa, claro que pensé mil veces en lo que ya no iba a hacer; a veces vamos hacia lo que nos hiere porque no sabemos afrontar la realidad sobre todo cuando sentimos que algo se nos ha arrebatado. No sólo sentí que me quitaron hueso, si no que me arrancaban de una adolescencia o una adultez que no pude vivir plenamente. Eran fracturas constantes, aun cuando la cicatriz ya había cerrado. Me intenté despedir lo mejor que pude pero creo que nunca dejaré de hacerlo, ni dejar de extrañar y ya pasaron los suficientes años para decir que he aprendido a habitar en paz la melancolía que me genera la memoria, siento algo muy similar a lo que narra Simone de Beauvoir en La edad de la discreción: “Reflejos, ecos, repitiéndose hasta el infinito: he descubierto la dulzura de tener tras de mí un largo pasado. No tengo tiempo de narrármelo, pero a menudo fortuitamente lo percibo como transparente en el fondo del momento presente; le da su color, su luz, como las rocas a las arenas se reflejan en el tornasolado mar”. Pintaba feo ese día y así fue, sin comparaciones, desde mi historia, mi vida, me fue terrible. Conocí colores que son imposibles de percibir a menos que tengas el lente del dolor, con la graduación máxima de incertidumbre. Y ahora también esos días son ecos infinitos de un pasado que no me puedo detener tanto tiempo en narrar porque es fácil perderse en el duelo. ¿Tú comparas tu dolor con el ajeno para hacer menos tu sentir? Lo que ahora te agobia, del 1 al 10, ¿cuánto te duele? ¿Usas las historias de otros para hacerte sentir mejor? Piensas que, ¿al menos no vives lo que esa otra u otro está experimentando? Una de las cosas que he aprendido en este tiempo es a no comparar el dolor propio con el ajeno, ni a ponerle número. Con números es peor, por ejemplo, me dijeron que en tres meses volvía a caminar y pude hacerlo tres años después, sí fue un tres pero no el que quería. Nada lo fue y ante la capacidad mutable del dolor, uno busca puntos fijos para sostenerse:
Tu vida va a cambiar, pero tómalo como venga. No estás sola. No temas, tus amigos no te van a dejar. Y si lo hacen será porque sus vidas los llevan por otros caminos. Confía en tu familia, en los tuyos, recárgate y apóyate en ellos.
Tomar las cosas “como vengan” es de las cosas más “échale ganistas” que me dije y que no fue capaz de contener la vertiginosidad de ese momento en mi vida. Sí me recargué en mi familia y en mis amistades y también en la mano que me ayudó a sostener mi mundo interior:
Lo de R. es un tema delicado, incluso ahora no sabemos qué pasará. Pero, Miranda, si él quiere quedarse, déjalo. Sé que pensarás que el merecerá a alguien “completo” o mejor, pero no porque nos falte una pierna eres menos merecedora de amor o de un novio. Recuerda el año tan maravilloso que has vivido a su lado. Incluso si él se marchase, recuerda por favor lo mucho que te amó y no cesó de demostrarlo. Recuerda lo mucho que has llegado a amarlo. Repito, si él desea quedarse, déjalo. Él ya es grande y sabrá, no decidas por él.
Estuvo a mi lado, me amó y en un silencio ensordecedor como el que antecede a una explosión, salió de mi vida. Varios de los vínculos más relevantes de aquellos años ahora están disueltos o concluidos, la vida nos ha llevado por otros caminos pero ello no me resta el agradecimiento que siento al mirar ese amor que me rodeó. Me enternece. Teníamos entre 21 y 24 años e ideábamos rutinas de cuidado para mí, reunían la mayor tecnología que estuviera a su alcance para hacerme llevadero todo. Pasar de tener autonomía corporal a ser sujeta de cuidados fue una transición desgarradora desde el comienzo, y no te quedó más que pedirme tolerancia y empatía:
No te sientas inútil, no decaigas, tienes que mantenerte fuerte y firme. Para poder cuidarte y vivir lo más plenamente posible. Recuerda comer bien y en cuanto puedas ejercitarte. Llora lo que tengas que llorar, que no te dé pena. Es tu duelo y acéptalo. No te deprimas, ni pierdas el ánimo porque eso no va a permitir que tu cuerpo sane como debe. Las células no trabajarán si decaes, esa es una de las cosas que te han enseñado acá. Recuerda tus fortalezas, eres buena adaptándose, demuéstralo una vez más. No te cierres, valora la opción de una prótesis.
Me convertí en una mujer con discapacidad pero no tenía idea de cómo eso atravesaría mi “reincorporación” a la sociedad, tampoco sobre cómo llevar una relación sana con mis cuidadores, ni encontré mucha información al respecto. La cercanía con estos temas ha sido reciente y en esa exploración árida he tenido la fortuna de encontrarme textos gratos como lo fue el caso del libro Tecnologías del cuidado, que reúne tres ensayos escritos por Nadia Cortés, Irene Soria y Silvia Soler Casellas, pensadoras feministas y activistas, sobre distintas formas de nacer, el hackfeminismo y la relación entre cuidados y tecnología, apuntando a múltiples reflexiones que aún medito: ¿qué consideras como cuidados?, ¿cómo lo definirías?, ¿es o no una problemática exclusiva de los humanos?, ¿por qué habitas un mundo lleno de posibilidades pero sin alternativas para los cuerpos no normativos o que quedan fuera de las exigencias de la productividad? La tecnología, cuidados y recursos van de la mano y este libro acompaña esa cruda realidad y la problematiza invitando a la imaginación de otros mundos para quiénes nacemos o nos convertimos en cuerpas revoltosas.
Reprimí mucho pero procuro permitirme llorar inesperadamente y suavecito todo lo que mis dientes se mordieron para no gritar. No sé si he logrado crearme un mundo tan distinto a partir de mi imaginación, he intentado hacer el mejor uso que he podido de mis recursos, tecnología y tiempo que me ha dedicado amorosamente mi familia, amistades o parejas. He lidiado con la mejor dignidad que he encontrado, ante la frustración de saber que hay tecnología o cuidados a los que no tendré acceso, procurando resistir en mis términos e imaginando siempre lo que podría esperarme adelante si lo hago:
Ve a Chiapas como prometiste. No pierdas tu picor, tus ganas de conversar y buen humor. Habremos de cambiar muchas cosas, pero hazlo no por resignación si no por adaptación, porque es lo que necesita esta nueva vida que inicias. Habrá días que desesperes y te deprimas, vívelo pero que no te consuma, que no te venza. Si seguimos aquí es porque todavía hay cosas que hacer, lugares que ver, gente que conocer. Piensa en eso. Piensa en eso. Como dijo mamá, no estás sola. Todos tus amigos han estado estos días afuera. ¿Qué más pruebas quieres?
No he llegado a Chiapas pero he conocido otros sitios preciosos en la república. Mis ganas de conversar están intactas, el picor también, ahora ya tengo ganas de escribir y me siento muy dichosa por que después de esta carta que te comparto, no había podido escribir nada sino hasta 2020. No me resigné, acepté hasta ser consumida, eso ya ni lo peleo, me dejo ser cenizas cuando todo quema. Todo ha sido lentísimo en esta adaptación, sobre todo porque ante la falta de información y a pesar de estar rodeada de amor, nada pudo evitar que la muerte se instalara en mí en 2016.
En ese año, un médico me dijo que mi “esperanza de vida” era de cinco años, con esa declaración arrancó parte de la esperanza que quise dejar en esa carta. Aunque respondona e insolente y “mala enferma” me negué a ese final, la verdad es que sus palabras sí me hicieron sentir que esos trece puntos lentamente comenzaban a perforar mis pulmones y no tenía más qué hacer, el sentido en hacer planes estaba perdido, así como el soñar o aspirar a algo más allá que vivir con este conocimiento sobre mí misma. Iba a contrarreloj y tuve mucho miedo. Por cierto, amo la honestidad en los contextos médicos, lo que detesto es la desfachatez, cinismo y descaro, tal vez fue la manera tan mezquina con la que me informó de la estadística lo que me envenenó e hizo temer. Pero esa segunda persona, también me dejó una última instrucción y premonición:
Acaban de venir a decirnos de la biopsia que es para el martes. Le urge al Dr. ver esos tumores, jaja. Toma todo con calma, ¿ok?
Recuerda: ¿qué nos importa más? Vivir. Eso nos importa más, vivir. Róbale a la vida todos los años que puedas, pero si lo vas a hacer hazlo feliz y gustosa. Ama tu cuerpo siempre.
Cuídate y cuida a los tuyos.
Miranda
A principios de este año, leí para un taller un fragmento de esta carta y la tallerista me dijo que sonaba muy apocalíptica, me reí un poco y creo que fue atinado el adjetivo. Porque sí, para mí fue el registro de un final en mi vida. Me da mucha dicha volver a ella en este 2023, porque me dijeron que viviría hasta los 28 y yo dije: quiero llegar a los 30. Y aquí estoy, escribiéndote.
Me encantaría concluir con una metáfora sobre que la enfermedad ha sido esa crisálida de la vida para poder resurgir y extender mis alas hacia una libertad más allá del cuerpo y que me hizo quién soy, pero, no me siento así, ni se sintió así. Fue más como que me enterraron en un depósito de barro hasta el último cabello, la compresión fue insoportable, no pude moverme. Salí de ahí arrastrándome como pude. Luego, ya maleable y frágil, no sabía bien cuánta presión, calor, agua, sol, viento tenía que aplicar para moldearme. Comencé a amasar para ver qué podía esculpir. Lo que logré pasó por el horno; tal como una artesana primeriza que no tiene práctica en el arte de cocer barro, no manejé bien el agua en mi interior y ese núcleo acuoso cuarteó mi figura. Sales del horno con grietas, ni modo. Si la enfermedad me convirtió en barro, fueron mis manos las que intentaron hacer algo con ello. No soy la gran Camille Claudel, hice lo que pude con esta cuerpa y mente. Después de que vives un apocalipsis, ¿con qué te quedas?, ¿qué dejas ir?, ¿quién te cuidó y cómo lo hizo, con qué recursos?, ¿dinero, cariño, tiempo, tecnología?, ¿cómo sostuviste o sostuvieron tu vida en esos momentos de crisis?, ¿desde dónde te narras y qué quieres contar de ti tras esos momentos?
¿Cómo lidias con los finales y las memorias? Ahora sé que lidio sin tanto miedo, ni siquiera temor a dejar testigo de la tristeza o quejas, que puedo contar lo que quiera mientras sea cuidadosa conmigo, dejo ir con más calma, retiro todo misterio, hablo sin sorpresas en segunda persona, escribo para recordar mis deseos y me suplico cuanto sea necesario que viva.
Breve carta a mí misma:
Sí, robaste. Ya escribes pero aún no alcanzan las palabras para compartir lo que sientes y el capital a veces te secuestra. Mamá pretendió ser tu sombra, pero no fue necesario. Conservas la pierna pero ya no es tuya. El tumor sí fue maligno y vive en ti como una constelación que decora tus pulmones y te da miedo pensar que podrían quitarte el aire. Te deprimiste y perdiste ánimo. Vives con ello. Vives. Eres otra. Otros y otras te acompañan. Viviste y vives en duelo, vives y robas. Vives, vives, vives. Lo hiciste bien, ya comienzas a ver las canas que nunca pensaste que podrías ver en tu cabeza, lo hiciste bien, avanza tranquila, sigue disfrutando que ya te cumpliste: llegaste a los treinta.
Agosto, 2023.
Gracias por compartir una parte de ti, es un honor ser tu amiga y poder trabajar juntas.