Por: Nikthya González
Estaba dormido.
Sus manos, que minutos atrás habían estado tocando mis costillas como si fueran un piano, ahora estaban quietas. Su boca, que llevaba toda la noche cantando y hablando conmigo, ahora se mantenía cerrada. Su pecho, que hacía algunos momentos se sacudía de la risa y retumbaba con su voz, ahora solo subía y bajaba al ritmo de su respiración; y yo con él. Mi cabeza descansaba justo donde su cuello y su hombro se unen. Todo mi torso estaba pegado al suyo y sus brazos me sujetaban por la cintura para mantenerme ahí.
Nos encontrábamos dentro de su auto, eran las dos de la mañana y mi playlist sonaba en el estéreo.
Esa fue mi noche favorita.
Aunque suelo enorgullecerme de mi memoria, mis recuerdos sobre él antes de la primera noche que conversamos a solas, son bastante borrosos. Interactuamos varias veces antes de eso, incluso asistí a su fiesta de cumpleaños, pero siento como si lo hubiera conocido hasta aquella noche en que se negó a bailar conmigo y terminamos platicando hasta las tres de la mañana. Entonces, lo clasifiqué como amigo, pero su etiqueta eventualmente cambió.
Me gustaba su cabello desordenado y sus ojeras. Me gustaba su ingenio y cuando me sonreía mostrando los dientes, porque así parecía uno de esos “héroes” de las películas ochenteras que adorábamos, como Patrick Dempsey en Can’t Buy Me Love, o John Cusack en Say Anything. Dios, me encantaba que entendiera esas referencias. Aunque probablemente él preferiría ser Randy Floyd de Dazed and Confused, o el icónico Ferris Buller. Y supongo que tenía algo de ellos, tal vez por eso me gustaba más.
En retrospectiva, mi infatuación con él era mi forma de lidiar con todo lo que se desmoronaba en mi vida, con que constantemente me sentía desorientada. Él nunca supo nada y eso lo hacía perfecto.
Fue una fría noche de verano, la misma en que nos besamos por primera vez, cuando supe que lo que sentía ya no era inofensivo.
Él me tomó por la cintura y grité risueña cuando me levantó en el aire.
-Es como en Some Kind Of Wonderful– dijo al bajarme y entrelazó nuestras manos. La referencia me hizo sonreír. No sabía qué demonios estábamos haciendo, y estaba aterrada porque, lo que sea que fuera, me gustaba. Pero cuando llegamos a la entrada de mi casa, todo fue desastroso.
Después de eso, estar con él ya no era seguro, así que le pedí espacio y dejamos de hablar. Él consiguió una novia y yo enfrenté mis problemas.
Con el paso del tiempo volvimos a interactuar de forma amistosa, pero esporádicamente. Pasaron años antes de que volviera a recurrir a él. Me sentía drenada y nada a mi alrededor estaba ayudando. Necesitaba emoción y salté por la ventana de la oportunidad que él abrió semanas atrás.
Fue como escuchar una canción que solía ser mi favorita por primera vez en mucho tiempo. Hablamos divertidos hasta que ya entrada la noche, extendió su mano hacia mí y con su mascota como único testigo, bailamos. Primero despreocupados y luego demasiado cerca.
Hay muchas razones por las que debí irme a casa después de eso y por las cuales no debimos habernos besado de la forma en que lo hicimos más tarde. Son las mismas por las que, hasta ahora, nos mantenemos en silencio.
De todas formas no sabría qué decirle.
A veces lo extraño mucho, a veces lo creo un cobarde. No sé si volveremos a hablar en un mes o nunca más, pero espero que esté bien. Yo finalmente lo estoy.
En mi noche favorita, cuando estaba entre sus brazos, mis ojos se cerraban contra mi voluntad por pequeños intervalos de tiempo, sin embargo sabía que no podía quedarme ahí. Al final, lo desperté para despedirme y bajé del auto.
Pensar en él se siente como volver a ese momento. De pie entre la puerta de mi casa y su auto, observándolo mientras se talla los ojos y se pone los lentes, preparándose para conducir. Me pregunto si debería detenerlo y hacer que la noche durase un poco más. Pero prefiero entrar a casa.