agosto 25, 2022

El Ocelote

Undécimo Códice

By In Enigmas

La noche cayó sobre el valle, el silencio cubrió poco a poco toda la región, sólo unos pequeños y sigilosos pasos podían escucharse, el ocelote regresaba a su cueva. Cansado y herido, pero satisfecho, se deshizo de su armadura casi sin dificultad, después colocó las armas en un pequeño rincón y se tiró a descansar. 

Desde pequeño conocía la pugna entre los ocelotes y los jaguares, los pergaminos lo decían: su guerra sería eterna. Por lo tanto, en tan desigual lucha se juntaban en pequeños grupos y emboscaban al jaguar para matarlo, esto les aseguraba que al menos por una o dos lunas, antes de que otro jaguar llegara, su grupo podía disponer de la carne de animales más débiles, además de tener una inagotable cantidad de frutos que podían disfrutar sin ser molestados. 

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Esa noche, varios de sus compañeros habían muerto destrozados por un gran jaguar antes de que le arrancaran la vida. -Pero así es nuestra vida y así también termina- pensó, y se quedó profundamente dormido.

Vio su alma caminar por el centro del valle rumbo al cerro de la serpiente en un día soleado, caminaba lenta pero placenteramente. Innumerables seres lo acompañaban a sus costados y frente a él. Al subir a la punta del cerro, descubrió a la gran deidad y al observar su rostro en todo su esplendor pudo ver miles o millones de rostros en un instante. Incluso su propio rostro apareció entre los rostros de conejos,  serpientes, tlacuaches y escarabajos. Todos los rostros del mundo eran el rostro de Dios, incluso los jaguares estaban ahí junto con el rostro de los cerros, las flores y las piedras del río. 

Un calor agradable y ligero invadió su cuerpo, despertándolo. La luna llena estaba en lo más alto, lo sabía porque una pequeña grieta en la parte más alta de su refugio dejaba ver un delgado haz de luz. Con una extraña paz dentro de sí, durmió nuevamente.

Su alma atravesaba de nuevo el valle, su armadura brillante contrastaba con un cielo gris, su espada todavía estaba embarrada con sangre fresca de algún jaguar, era un héroe. Detrás de él, en fila y marchando al unísono, estaba su ejército, al llegar al templo las puertas se abrieron de par en par, adentro en el altar de piedra pudo ver el rostro de la gran presencia, era un rostro como el suyo. “Oceloth”, pensó para sus adentros, era un Dios hecho a su imagen, como él mismo pidió a los escultores que lo hicieran. De este ídolo salía todo poder, el cual era tan grande que sería imposible que alguien lo derrotara. Era único y ningún dios podía derrotarlo. Ese rostro casi idéntico al suyo le auguraba la victoria final sobre los jaguares y un reinado para siempre del valle.

El ocelote levantó las manos y con un gesto de su guante de hierro ordenó a su ejército que se arrodillara ante la gran estatua y él mismo puso cara en tierra para rendir adoración, entonces los jaguares cayeron con toda su furia sobre los arrodillados ocelotes desatando una tremenda lucha. 

La sangre corría por el suelo del valle. El ocelote, ágil para matar, veía a su ejército destrozar a sus adversarios, al mismo tiempo que era destrozado poco a poco. En un heroico duelo con un gran jaguar, dentro de los ojos de su adversario pudo ver el reflejo del gran Dios, que en ese momento era una delicada abeja y no un ocelote o un jaguar…

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