Preludio
Se me advirtió. Pero ni lo pensé mucho. Una sola cosa me dijo mi intuición: Bicky, cierra ese pinche hocico. Pero como es costumbre, hice todo lo contrario. Me dejé llevar por la emoción.
—Santi, ¿te puedo contar algo?… ¿Ves a ese chico de allí?
—Ajá, el de lentes— dijo Santi apartando su mirada de la computadora para clavarla en el objeto de mi deseo. Augurio de indiscreción.
—Sí, ese mero. ¡Ash, pero sé discreto, pinche Santi!
—Ajá, ese. ¿Te gusta?
—Pues me parece lindo.
—Sha está. Parece buen tipo, ¿cómo se llama? ¿Qué hace?
—No sé. Sólo sé que trabaja en esa oficina y pues cuando pasa a veces nos sonreímos, saludos cordiales y así.
—¿Quieres que te investigue el nombre?
—¿Puedes?
—¡Claro, mujer! Sólo le pregunto casual como se llama y sha está.
—¡Ay sí, sí!— Doy un gritito en silencio y vuelvo a corroborar— ¿Me harías ese favor?
A principios del 2023 comencé a trabajar en un proyecto social en el borde de Tijuana. Tenía una semana en este nuevo empleo cuando se integró Santiago, un argentino de 56 años que llama la atención por sus ojos azules y por su carismática forma de socializar. Tanto Santi, como los dos chicos abogados (Emiliano de 24 años y Toledo de 28) y yo pasamos mucho tiempo juntos. Casi todo el día. A veces no nos soportamos, pero somos una equipa. Aunque Santiago es el líder, supongo que es su experiencia lo que me hace recurrir a él no solo cuando debo informarle actividades de carácter laboral, sino también cuando requiero uno que otro consejo o echar la broma. Claro ejemplo fue mi tonta “confesión de amor”. Desde entonces, Santi no solo era líder de la equipa, también intervino como mi cupido personal. Sospecho que era su primera vez en esto de generar vínculos amorosos porque las cosas no salieron como yo esperaba. Aunque las risas no faltaron.
Acto 1. Che Cupido tirando paro
Hoy es uno de esos días en los que finjo que sé usar Excel, pero a simple vista se sabe que las únicas celdas que conozco son las de la prisión de mis romances.
—¡Te odio, pinche Excel!— exclamo mientras me llevo las manos al rostro, para después esconder mi cabeza entre mis brazos y recostarme en lo que parece un escritorio.
Como si necesitara más drama en mi ambiente laboral, de repente el Santiago me aborda como un espía profesional y, sacudiéndose las manos en el pantalón, me dice discretamente:
—Francisco. 31 años. Soltero.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Del chico que te gusta. Se llama Francisco, tiene 31 años y está soltero.
—¿Cómo demonios sabes eso?
—¡Mujer! ¡Le pregunté! Sho te dije que le iba a preguntar.
Me reí. No supe si de emoción por la información o por la practicidad de mi informante, quien añadió otro dato que, probablemente, no necesitaba saber. Igual solo fue una broma.
—No manches, pinche Santi, ¿cuándo se lo preguntaste?
—En el baño, mientras orinábamos. Le dije: “oshe, siempre te veo por ahí. ¿Qué hacés? ¿A qué te dedicás? Entonces le pregunté el nombre, si era soltero y me dijo que sí. Y si te sirve de algo, creo que le cuelga hasta el piso”.
Santi siempre buscó la forma de que Francisco y yo interactuáramos. Quiero señalar que, en un principio, yo no pedí el acercamiento…aunque no me disgustaba la idea. Los intentos de Santiago como cupido fueron: el ofrecerle uno de los panquecitos que yo había comprado para la equipa. Después me animó a pedirle una bolsa de té. Una vez me llevó de la mano a la oficina de mi crush, solo para preguntar: “Francisco, dice Bicky que si puede tomar algunas galletas del stand”. Pero definitivamente la vez que Santi decidió echarme a mi suerte fue el día en que motivados por la visita de Manu, nuestro jefe, partimos un pastel para convivir.
Todo estaba planeado: yo le llevaría una rebanada de pastel a Francisco y, según los cálculos de Santi, todo comenzaría a fluir. Pero aquel plan de telenovela que Santiago me ayudó a crear en mi cabeza se desvaneció por la agenda de trabajo. El día comenzó con una tediosa junta virtual, el resto fue trabajo de campo. Lluvia. Mi ropa húmeda. El chofer se llevó mi mochila y chamarra en la camioneta. Tenía frío. El frizz de mi cabello. Más lluvia. Mis pestañas caídas. Mis botitas con lodo. Neblina. Tráfico. Mucha lluvia.
Al llegar a la oficina veo el pastel sobre la mesa. Es momento. Voy al baño para acomodarme el cabello. No tengo mi cosmetiquera a la mano, pero creo que no me veo tan mal. Tengo frío y mis pechitos lo saben. Me limpio las botas, me mojo los labios con saliva, respiro hondo y salgo decidida a darlo todo.
El primer pretexto: buscar servilletas. Santiago me hace un gesto de complicidad. Sé lo que tengo que hacer aunque no estoy segura de querer hacerlo. Camino a la oficina de Francisco. Tres golpecitos en la puerta.
—¡Hola! Disculpa, “chico de lentes”.— Así como lo lees,me hice la que no sabía su nombre.
Mala estrategia. El chico volteó como desganado. Intuí que no le gustaba estar un viernes a las 8 de la noche frente a la computadora y que de repente aparece una extraña que se dirige a él con un adjetivo. Continué con mi insípida estrategia.
—Chico, disculpa, tú que tienes acceso a la cocina, ¿podrías ayudarme a conseguir unas servilletas?
—Sí, claro.
El “chico de lentes” se levantó de su asiento. Caminamos a la cocina.
—Disculpa, y a todo esto, ¿cómo te llamas?
(¡No mamen ya denme un Oscar por mejor actuación! )
—Me llamo Francisco. Soy abogado militar.
Su respuesta me sorprende. No supe cómo interpretar aquella “nuestra” primera presentación. ¿Quién chingados le preguntó su cargo? ¿Qué le digo? ¿Lo felicito? ¿Le aplaudo? ¿Le mato un pollo? ¿Le hago un mole? ¿También le tengo que decir mi grado académico?
—Ah…mucho gusto. Soy Bicky. Bueno, me llamo Virginia, pero Bicky está bien.
—Mucho gusto, Bicky.
—¿Y cómo me debo de dirigir a ti? ¿Tienes un rango o algo así?
—No, para nada, sólo como Francisco.
Me siento incómodamente estúpida. Tomo las servilletas y comenzamos a partir y repartir el pastel. Pero resulta que el jefe no quería comer pastel en servilletas ¡sino en platos!. Y ahí voy de nuevo a la oficina de Francisco. Molesta por tener que buscar platos, molesta por la pésima facha de presentarme ante mi crush, por su extraña y rígida presentación a la que no podía darle una lectura porque los ruidos de mi estómago delataban que tenía una mezcla de hambre con nervios. Aunque el segundo acercamiento no estuvo tan mal. Al menos el “abogado militar” ya me sonreía.
Acto 2. El No ya lo tienes… ¡Vamos por el oso!
El problema fue que Santi comenzó a interactuar mucho más con Francisco que yo. Le pidió su número de teléfono y me pasó el contacto sin que yo se lo pidiera. Mis ilusiones se aceleraron cuando Santi me confesó que, en un par de ocasiones Francisco preguntaba por mí. Entonces Santi le pasó mi número. Semanas después, el pinche Francisco confesó que era él quien esperaba que yo le mandara un WhatsApp.
—¿Le dijiste que me gustaba? No te pases, Santi.
—No le dije nada, pero igual lo intuye.
—¡Ajá! ¡Qué oso! Ahora mi crush sabe que es mi crush… ¿y te cae que yo le tengo que escribir?
—Pues eres la interesada. Por ahí deberías de tomar la iniciativa.
—O sea, el güey sí me gusta pero no sé por qué me gusta…aunque no por eso le voy a escribir. Pero si dices que él ya tiene mi número y no me escribe pues es porque no le intereso. ¿Así funciona el mundo, no?
—Por allí el chico es tímido. Él me dijo “oshe, ¿y qué tu amiga es tímida? Ni un mensajito ni nada”. Sho le dije que te escribiera y me dijo que lo haría. Tranquila, dale tiempo.
Fue en una cena con colegas del Colegio que hice lo que juré que no haría: escribirle. Motivada por la euforia de mis amistades, tomé el celular y decidí dar el primer paso. Si por dramas no paramos. Tardé dos horas en formular el primer mensaje y una hora más en enviarlo. Según mi círculo de amistades, el truco estaba en “ser yo misma”. Pero el augurio ya se veía venir desde el primer momento en el que se me sugirió confiar en mi personalidad. Y fue así como envié el primer mensaje, aprobado y certificado por académicos. A continuación la Bicky invitando a salir a un chico:
Bicky: ¡Qué onda! Y los abogados militares toman chela, o qué?
Francisco: Hey! Si como de que no!
Bicky: Será prudente? Pues cuándo (adjunto stickers de perrito tierno)
Francisco: Mañana, si gustas! ¿Trabajas?
Bicky: Ay que rápido. Pues va. Espero no trabajar. ¿Tú trabajas?
La cosa pintaba bien. Yo le pregunté qué le gustaba hacer y si se le ocurría algún lugar a donde ir. Él dijo que quería tomar, que trabajaba mucho y que los domingos los ocupaba para salir de la ciudad. Le pregunté repetidas veces que sugiriera una hora, porque no era lo único que yo pinches que tenía que hacer en el día. El vato jamás me dio una hora, ni sugirió lugar, solo me mareó con mensajes. Tampoco se disculpó por su falta de compromiso y por aplicarme el visto. Así fue como terminó la ilusión en mi cabeza.
Afortunadamente, aquel día mi amigo el Gonzàles me animó llamándome por teléfono. En tanto que mis amigas Ely y Caro escucharon mi sentir entre carajillos y cerveza. Ambas llegaron a la conclusión de que la inmadurez y la poca falta de sensatez de aquel tipo no debía quitarme energía.
Acto 3. Sí la regué ¿y qué?
El domingo la equipa de trabajo me invitó a la parrillada en su departamento. Subí a su terraza. El humo que se desprendía del asador apenas dejaba ver la silueta del Santi. Cuando el humo se dispersó pude apreciar a mi cupido argentino en playera y short, asando chorizos para choripan, picanha y por supuesto, los restos de mi corazón. Al Santi ya le había contado de mi iniciativa de escribirle al desgraciado aquel, aunque no supo el desenlace. Por eso no me extrañó su inmediata pregunta: ¿y qué pasó con Francisco?
Y que me suelto, con lujo de detalle. Un drama con sus respectivas onomatopeyas. Con las pruebas del delito. Obviamente, los otros dos escucharon la historia, vieron la conversación y entonces vino la cruel retroalimentación:
—Con razón. O sea, Virginia, si yo hubiera sido Francisco, desde la primera frase te hubiera dejado en visto. O sea, ¿chelas? ¿insistirle la hora? ¡Ay no, qué horror! te viste súper intensa— dijo Emiliano.
—A ver, o sea ¡no se envían stickers a la primera! ¡Ve ese perrito! ¡Güey, le estabas coqueteando! Te viste urgida— expresó Toledo.
En resumen: la culpa era mía. ¿La culpa era mía?
Santi fue más empático. Me dijo que lo más probable es que yo había asustado al susodicho y que le estaba prestando mucha atención. Que el tipo era un tonto y que le diera tiempo.
Acto final. Diga No a los versos tristes escritos de noche.
¿Por qué esta tontísima historia de amor me molesta? Posiblemente la respuesta más acertada se inclina en que pisotearon mi ego. Porque se me culpó de tener una fantasmagórica personalidad, una que supuestamente asusta por intensa y urgida. Por eso decidí buscar otra respuesta, una con tintes teóricos. Y como dijera la chaviza: ¡soporten!
Mi emoción traducida en molestia me lleva a considerar las aportaciones de la socióloga Eva Illouz. Y es que para la autora “(…) las emociones se organizan de modo jerárquico y ese tipo de jerarquía emocional organiza las disposiciones morales y sociales”. Es decir, era la primera vez en mi vida que yo rompía las reglas que han regido mi concepción de romance. Por primera vez había decidido dar el primer paso y genuinamente invité a un chico a salir, ¿qué podía salir mal? Rompí ese control emocional masculino con el que he configurado la idea de que solo los hombres pueden dar ese primer paso. Ese silencio que me aplicaron no solo es un golpe al ego, es un golpe de realidad. Es una respuesta sistémica por violar las disposiciones sociales de los entornos hetero afectivos y románticos. Incluso esa mala racha me llevó a pensar en el filósofo Slavoj Žižek quien menciona que: “salir de la ideología hace daño (…) y es una experiencia dolorosa”.
Pero ante todo, me molesta mi pinche inseguridad. Una no puede ir por la vida rompiendo los códigos sociales sin sentirse segura de sí misma. Desde el principio dudé de mi capital erótico, el cual las autoras Eva Illouz y Dana Kaplan definen como: “(…) una combinación culturalmente condicionada de atractivo, deseabilidad física y emocional: atractivo corporal, comportamiento, clase, autonomía, grado académico”.
Me resulta difícil no dejar a un lado mi patética lectura biologicista en la que me autosaboteo pensando que MI FÍSICO no cumple con determinados patrones de belleza. Desde el principio di por hecho que yo no podría ser del gusto de un “abogado militar” porque, “a lo mejor” mi personalidad y físico no son lo suficientemente atractivos dentro del ámbito de la jurisprudencia. ¡No mames, Bicky! Los prejuicios que formulé respecto a mi persona me hicieron sentir insegura y ese fue el primer error. Si fuera más segura de mí y de todos mis atributos, hubiera puesto en marcha otras estrategias y a lo mejor le hubiera facilitado las cosas a mi cupido argentino.
Aunque también es válido cuestionar la falta de responsabilidad afectiva de los “onvrez”. ¿Les es muy difícil ser honestos? ¿Es muy difícil decir no puedo, no quiero, no me interesa? ¿Tan difícil es decir “morra, no me estés molestando, suéltame que me lastimas”? El comportamiento de Francisco sólo me lleva a pensar que fui protagonista de esa fluidez creciente de las emociones sentimentales propias de la modernidad, en donde desechar a las personas es fácil, sobre todo si se intuye que le interesas a alguien (amor líquido le llama el sociólogo Zygmunt Bauman). Reconozco que en algún momento yo también estuve en la misma posición que el pinche Francisco, la única diferencia es que yo tengo la amabilidad de no dejar esperando a las personas, sea quien sea. En fin, mucha teoría para decir que el enojo es conmigo y que me molesta que el tonto Francisco me aplicó el visto con sus estúpidos y sensuales brazos fuertes.
La verdad me gustaría preguntarle al “abogado militar” el porqué de su comportamiento. ¿No que mucho derecho? Si de esa forma me aplicó el visto, es como aplica las leyes… ¡uff!… yo nomás digo. Me hubiera gustado dejarle en claro que mi intención era solo salir y platicar de cosas bobas para reírme mucho, porque eso es lo que me gusta. Incluso me reí mucho escribiendo este texto. Con lo que se refiere a Santiago, pues allí anda. Haciéndola de cupido pero solo cuando tiene tiempo, porque desde su experiencia aún asegura que “algún día va a cuadrar una cita” entre él Francisco y yo. No creo que eso pase, pero al menos el estrés, los regaños y las malas rachas laborales se aminoran cuando platico con mi amigo el Santi, también cuando les hago bromas a ese par de abogados. ¡Se sabe!
¡Chingados, pibe! Estos cupidos ya no los hacen como antes.