Hace dos meses una efeméride personal me obligó a hacer una pausa. Tengo efemérides positivas que me apapachan, están las agridulces, como el aniversario de cuando adquirí mi prótesis, pero la que me paralizó es una fecha oxidante.
Al aproximarse este tipo de días, comienzo a soñar con el evento y sus spin-offs creados por mi mente. Cuando llega pueden ocurrir cualquiera de las siguientes reacciones: revivir el día, tener el estómago revuelto, soñar despierta, sentir el escalofrío por mi espalda, revivir el momento exacto en el que todo se fue en picada, mi piel erizada, las arcadas y las lágrimas.
A pesar de eso, me siento lejos de las personas y circunstancias que me hirieron, estoy mucho más tranquila. ¿Por qué me pasa esto entonces? He aprendido a nombrarlo como trauma y a validar está aprehensión a las fechas como consecuencia de no haberlo llorado en su momento, no me enojé, ni reaccioné realmente. Fue la resiliencia mal aplicada, llevada al extremo, cargué todo en mi pecho, resistí y avance.
Son ecos de dolores que tienen que salir de mí, es importante dar salida a la pesadumbre, al tormento y a la angustia, de no hacerlo sé que correré el riesgo de enfermar aún más esta cuerpa.
Y pensando en que no quería vivir otra efeméride oxidante de forma pasiva, reviviendo con el cuerpo tenso, las verdades transitando sin control en mi mente, a lo mucho atreviéndome a platicar con un par de personas de confianza algunas reflexiones posteriores, decidí que este año le haría frente. ¿Cómo? Invocando a la bruja que vive en mí.
La casa de las brujas
El clic de ser bruja no me llegó ante la desesperación por pensar que quería arrancarme los recuerdos de la mente. Nada que duele por un tiempo constante se borra de golpe: se encarna y lo mejor que nos queda es purificar esa emoción para permitirle descansar en paz. Sin dejar de ser parte de nosotros, encontrar una manera de vivir con el pasado, abandonar de una buena vez el estado de alerta para estar presentes, pero, estar presentes, toma su tiempo.
Animarme a estar presente para mi dolor, personificando mi ser brujil, llegó gracias al camino que he atravesado recientemente, alcanzando y liberando muchas partes de mi ser que consideraba dormidas.
Mi gusto por la brujería, rituales, ocultismo, encontrar amigas que les gustara lo mismo, ir delimitando mi tribu, los círculos de mujeres, la propia Desvelada. El feminismo, la discapacidad, el erotismo: todo lo que he escuchado sobre la relevancia de contar nuestras historias, usar nuestras voces, el poder interior, la Madre, las Diosas. Cuando busqué cómo hacerle frente al dolor, me di cuenta de que ya estaba llena de herramientas.
Esto se enmarca en, lo que me gusta pensar, es una ola cósmica. He notado un crecimiento en la cantidad de contenido que se hace sobre astrología, brujería, tarot, meditaciones y otros saberes que cargan con esta etiqueta de “femeninos” o “no científicos”, así como el aumento de exposición de voces femeninas con las que me identifico más, el feminismo.
Reconozco que también yo he alimentado el algoritmo, compartiendo, dando clics, llenando mis redes de contenido creado por mujeres y participando en charlas whatsapperas con mis amigas respecto a si creen o no en esto, he escrito cuentos sobre brujas, nos preguntamos por nuestras cartas astrales y les he contado que mi ascendente en géminis me impulsa a hablar y compartir todo, aunque mi sol esté en la décima casa zodiacal. Nos reímos un montón con los memes de brujas, mercurio retrógrado, los de cada signo, armamos nuestros outfits zodiacales-brujiles y hemos descubierto que creer o no en la influencia de energías cósmicas es una sensación que no se compara a las pláticas, historias, los saberes, las opiniones compartidas. Nos escuchamos y hacemos casita.
Si todos tenemos asignada una casa zodiacal al nacer, compartir el conocimiento que tenemos las mujeres nos hace tener una casa del tamaño de la bóveda celeste. Me siento con mucha más libertad de darle forma a todo lo que llevo dentro y a expandirme tan lejos como quiera.
En las crisis, llegan las brujas
Leí hace poco un libro de seis ensayos, del autor Mircea Eliade, llamado Ocultismo, brujería y modas culturales. Eliade fue un estudioso de la experiencia religiosa y estableció varios paradigmas del rubro. En sus letras encontré temas diversos, todos interesantes: tropos, estereotipos, me acercó a otras culturas y me gustó cómo conectó varios elementos religiosos y su lugar en las modas culturales.
Independientemente de la resonancia que tuvieron algunos temas, lo que me mantuvo pestañeando sin cesar fue como todo está escrito en términos de “el hombre”. Los lentes violetas en acción. Claro, escribió acorde a su contexto y no voy a quemarlo por su herejía patriarcal, sin embargo,casi todo el libro estuve preguntándome: ¿qué diría una mujer de esto? ¿Qué añadiríamos?
¿Qué le diríamos a Eliade cuando cita a Edgar Morin explicando que: “[…] la atracción que ejerce hoy la astrología entre la juventud procede de la crisis cultural de la sociedad burguesa”? Y se extiende explicando que son temáticas para centros urbanos, para trabajadores, que revelan una dignidad humana nueva. Con otros temas también vuelve a enunciar la relación entre crisis social y búsqueda de lo oculto como una manera natural de “el hombre” por identificarse y atravesar por momentos difíciles. Iniciamos una búsqueda por la sacralidad del espacio, el ser y creencias para avanzar.
¿Lo oculto, la astrología, la brujería, es una respuesta a la crisis cultural? ¿Qué crisis cultural y de identidad nos aqueja a las mujeres? ¿Cómo experimentamos la lucha de clases, el capitalismo que nos lanza a la astrología y al misticismo según el autor?
El feminismo me ha enseñado que si hay algo que las mujeres necesitamos con urgencia es hacer cultura, difundirla, difundir nuestros saberes, es necesario presentarnos y presentar en cuerpa y contenido nuestra perspectiva tanto de lo que nos hace humanos como de las experiencias más íntimas que vivimos.
Y entre el “deber ser”, “deber actuar”, las explicaciones hechas mayormente sin nuestra perspectiva, llegan las brujas. La transformación de esta palabra me tiene maravillada por cómo se ha resignificado y reapropiado. “Honremos ancestras, madres, hermanas, amigas”, son consignas que me mueven mucho la energía porque si hay algo que experimentamos las mujeres desde jóvenes, pienso, es la desconexión.
Si estábamos educadas en esperar que otros, otres, develen nuestros misterios, esta ola cósmica nos está regalando la oportunidad de conectar con otras, de encontrar todo lo sagrado que nos compone, validar estas emociones que nos enseñan a silenciar, y en el camino aprendemos a nombrarnos brujas, personajas que quieren narrar sus misterios y lo oculto a su ritmo, con su propia magia.
Ligera como pluma, poderosa como bruja
Con toda la seguridad que me han brindado mis amigas, la inspiración que he obtenido de otras mujeres, teniendo cuestionamientos sobre mi atracción hacia estos temas, la sacralidad que tengo en mi vida, teniendo poca formación ritual, me dispuse a hacer una ceremonia para ayudarme a pasar mi efeméride.
Ordené los elementos que incluiría considerando lo que era importante para mí abordar en ese momento. Intencioné, algo que he aprendido que es muy importante, lo que realizaría durante mi ritual. Detoné mis emociones escribiendo en mis sentires en torno al tema. Acerqué un cuarzo rosa que había comprado sin saber cuáles eran las cualidades que tenía asignadas, me dijo una amiga que así es mejor, elegir las piedras sin saber mucho de ellas. El cuarzo es para el amor propio y eso es lo que más necesitaba, una sesión de amor propio para traer a este plano el dolor que he cargado por tantos años.
“Si mi madre entra ahora a mi cuarto pensará que estoy loca”, pensé. Me detuve un momento, quise parar el ritual luego pensé que ya celebra mi locura. Confiaría en mí.
Respiré profundo y comencé a decir en voz alta lo que pasaba por mi mente respecto a la fecha. Sin censura, con mis manos guié esas sensaciones fuera de mi cuerpo, las retenía entre mis manos, las hacía bolita y cuando me sentía lista, las elevaba a la altura de mis labios, soplaba para dejarlas ir lejos. Así hasta que ya no me quedó más por decir.
Lloré. Mucho, pero lo necesitaba. Me di amor, mencionando en voz alta lo que me hubiera gustado escuchar para validar el sentir que no expresé aquellos días.
Paré cuando recuperé el compás de mi respiración estaba exhausta. Terminé de secar mis lágrimas, le escribí a una amiga que había terminado y me dio mucho amora, como solo ella sabe. No soñé feo ese día, ni los posteriores. Me sentí más revitalizada y en conexión con mis emociones, porque también me dije verdades que he de seguir atendiendo. Poco a poco.
El camino de la brujería “formal”, si lo puedo nombrar así, es aún terreno inexplorado para mí, pero, la brujería como el camino que elegimos algunas mujeres para identificarnos como seres en búsqueda de nuevas realidades, que desean explorar otro tipo de conocimientos, de formas de convivir con otres, nosotras mismas, de desajenarse y distanciarse de narrativas que nos oprimen y dignificar todo lo que somos, es una vía poderosa que me ha resultado liberadora.