agosto 25, 2022

La primera del resto de las desveladas eternas

By In Ensayos

Por: Mara Güereca

Era 4 de diciembre. El año, 2006. Horas antes de dormir, mi papá apareció en la casa. Tenía varios días sin verlo. De un tiempo a la fecha, pasaba muy seguido. Tomaba sus cosas y se iba. Había cosas más importantes que hacer que pasar tiempo con sus hijos. No lo juzgo. El hombre estaba enamorado.

En verdad, no lo juzgo. Ahora, con 31 años, entiendo que el amor te construye y también te destruye.

Mi papá, con 34 años, estaba entre ambas. Quería construir junto a su amada, pero eso lo destruía. No solo a él, también a mí y a mis hermanos. Yo, con 16 años, cuidaba de ellos: Miguel de 14 y Luis de seis. ¿Qué se hace cuando papá no está? Te haces cargo. Y no lo juzgo. Estaba enamorado.

Cuando llegó, no venía de humor. Se le veía cansado y preocupado. No hubo abrazos en su regreso, tampoco besos o una charla sobre cómo nos fue en la escuela. No importó si habíamos terminado la tarea, pero al menos quería saber si habíamos comido. Luego soltó la bomba: el amor de su vida tenía las horas contadas. Mi mamá estaba agonizando. El cáncer la mataba luego de un año de lucha, un error en un diagnóstico y el abandono de un Dios al que muchos meses le rogué por salvarla.

Corrí a la florería más cercana. Compré un lindo arreglo, el que completé con el poco dinero que me quedaba. Aceleré y entré a la Iglesia para pedirle a la Virgen de Guadalupe que me la salvara. A cambio, le dejé las flores y le prometí seguir yendo a misa tal y como lo hacía desde los seis años porque así me lo inculcaron en el colegio católico. Caminé al otro extremo y me hinqué ante Jesús para implorarle que la ayudara. Me acerqué a la salida, miré hacia arriba y hablé con Dios por última vez, antes de borrarlo de mi vida.

Volví a casa y mi papá ya se iba otra vez. Las cosas se habían complicado. Benjamín, un primo de mi mamá estaba con él. Nos pidió tomarnos de la mano para hacer una última oración antes de partir. De pronto, estábamos solos otra vez.

Cerca de las nueve recibí una llamada. Una clarividente regia, quien había sido contactada tiempo atrás en un acto desesperado por encontrar salud para mi mamá, le dijo a mi papá que la muerte estaba afuera de la casa. Que no temiéramos, pero que no abriéramos a nadie.

Cuando escuchas eso, sabes que la noche será larga. Que no dormirás, sabiendo que al exterior hay una figura huesuda, encapuchada, vestida de negro, que busca un alma para llevársela al más allá. Y no quiere cualquiera. Quiere la de tu madre.

Mis hermanos dormían. Yo “pelaba el ojo” asustada, preocupada. Mi desvelada recién comenzaba. Poco antes de medianoche otra llamada me alertó. Era mi papá.

—¿Cómo están?  

—Bien. ¿Y mi mamá?

—Bien. Al rato marco.

Pronto, doña Tere, quien ayudaba con la limpieza del hogar, llegó. Mi papá se lo había pedido para hacernos compañía. Luego mi tío Adán, solo para “asegurarse que estuviéramos bien”.

Pasó la media noche y el teléfono sonó por última vez.

—¿Cómo están?

—Bien. ¿Y mi mamá?

—Ya vamos de regreso.

—¿Entonces está bien?

—No, hija. Ella va con nosotros.

¿Recuerdan cuando en las películas, en un momento cumbre, el protagonista ve su vida pasar en segundos? Lo viví. Mi desvelada se convirtió en una función de cine. Mi vida pasada, presente y futura pasó frente a mí.

Colgué.

Caminé hacia Miguel y sin poder derramar ni una lágrima, le di la noticia. Hice lo mismo con mi tío y doña Tere. Ahora mi desvelada era un desierto. Estaba seca por dentro.

El velorio sería en casa. Reacomodamos muebles para recibir invitados y a mi mamá por última vez. Mi desvelada se convirtió en un evento de logística.

Estaba vacía, así que salí al patio a las 4AM. Las estrellas iluminaban mi oscura desvelada.

Perdí la noción del tiempo y quedé en blanco. No recuerdo más, solo que de pronto mi familia me abrazaba. Lloraban. Yo no podía y me desgarraba por dentro.

Ahora entiendo que una desvelada puede convertirse en una ola de suspiros. En estrellas. En cientos de lágrimas secas. En el deseo de cerrar los ojos y ya no despertar, pero que, si despiertas, todo haya sido un sueño. Hay desveladas de recuerdos, de anhelos, de hambre, de películas y de ansiedad. De muerte y despedidas.

Esa desvelada, fue la primera del resto de las desveladas eternas que su ausencia me dejó. Y aunque a veces duelen, no imagino mi vida sin desvelarme tratando de no olvidar su voz ni su recuerdo.

Leave a Comment