Por: Jorge Cardosa
Durante años mi madre estuvo en contra de que yo acudiera a pijamadas en casa de mis amigos con la siguiente premisa: no está bien dormir en otra casa que no sea la tuya. Esto me hizo vivir una infancia con esa frustración guardada, pues crecí viendo en la televisión cómo grupos de amigos pasaban la noche juntos, ya sea en casa de uno de ellos o acampando en el bosque, pero juntos, a fin de cuentas. Y por supuesto que yo quería experimentarlo por mi cuenta, quería vivir la experiencia; ya no quería verlo, necesitaba vivirlo.
Fue hasta que estuve en primero de secundaria que por fin se dio la oportunidad, pero resultó no ser lo que esperaba. Esa pijamada se resume en esos amigos de secundaria jugando Call of Duty mientras yo sólo los observaba en un rincón de la cama fingiendo, o tratando de convencerme, que esa era la mejor noche de mi vida.
Al final de Stand by Me, esa película del 87 donde cuatro amigos van a buscar el cadáver de un niño desaparecido, el protagonista cuenta cómo con el tiempo se distanciaron él y sus amigos y lo asume como lo natural, pues crecer implica seguir un camino que no será el mismo para los demás. Por suerte, o por pura casualidad, otras personas caminarán por los mismos senderos que tú. Aquellos amigos de secundaria se transfirieron a distintas escuelas una vez terminado el primer año; no he vuelto a coincidir con ellos desde entonces.
Al año siguiente conocería a quienes son mis mejores amigos en la actualidad. El cúmulo de decisiones que personas de otras épocas tomaron, me llevaron a coincidir con algunas de las personas más importantes de mi vida, aquellas con las que empezaría a compartir noches enteras con cierta regularidad, hablo en serio cuando digo enteras, pues en más de una ocasión los primeros rayos de luz nos han sorprendido jugando Super Smash o algún juego de mesa, viendo una serie o película, o simplemente platicando sobre el jugoso chismecito.
Cuando pasas la noche entera con amigos, inevitablemente estos descubrirán aspectos de ti que nadie más conocía. Pero eso no es todo: llegas a conocer comportamientos que ni siquiera tú mismo sabías sobre ti.
Una noche de tantas decidimos que sería buena idea ver un anime que un par de amigos y yo ya habíamos visto, pero estábamos empecinados en que otro par que aún no lo veían tenían qué hacerlo. Como resultado, me quedé dormido después de los primeros capítulos. Pero supe algo de mí que si no fuera por mis amigos jamás lo habría sabido: muevo los pies mientras duermo, y si me hablan, respondo moviéndolos a pesar de seguir dormido. Y es que simplemente pudo pasar inadvertido, es un dato tan irrelevante de mí que pude haberlo descubierto de algún otro modo y no darle importancia, pero aquí no es el qué, sino el cómo, el quiénes lo descubrieron. Ellos lo mencionaron entre risas a la mañana siguiente, eran risas cálidas, y me sentí afortunado de que fueran ellos quienes lo descubrieran.
Yo nunca juego para ganar, sino para divertirme. Mis amigos siempre estuvieron conscientes de ello, y cierta noche conocieron la segunda parte de esa afirmación: me divierte que los demás no ganen.
Eran alrededor de las once de la noche cuando decidimos jugar UNO, la primera ronda no duró más de veinte minutos, quizá un poco menos. Pero en la segunda partida la malicia se apoderó por completo de mí, manipulé el juego a tal grado que el ganador se coronó hasta las casi tres horas después. Inicié un proceso minucioso en el que fui contando las cartas que cada uno de mis amigos tenía, sabía exactamente con qué colores contaban en sus manos, y sabía perfectamente cómo perjudicar a las siguientes dos personas que seguían de mí y, esto lo hacía a base de cambios de colores en momentos oportunos utilizando incluso las cartas comunes. Que me hicieran tomar más cartas del mazo era todo un placer, pues más cartas significaba más oportunidades de mover el juego como yo quisiese.
Disfruté ser el antagonista esa noche, y mis amigos lo saben. Aquella partida la recordamos con cariño como un suceso que no queremos volver a repetir y como una anécdota que me deja en evidencia como una persona de temer a la hora de jugar UNO.
Bien dicen que de noche somos “más reales”, pero no es así, sencillamente somos más vulnerables. Entendí que aquello que yo veía en televisión no se trataba de los juegos o las aventuras nocturnas. Una habitación es un santuario porque nos refugiamos en ella, y cuando pasamos la noche con amigos es porque decidimos mostrar deliberadamente nuestra vulnerabilidad. Ese es el significado que encontré al desvelarme con mis amigos.