En realidad esta historia comienza en Madrid, en diciembre de 2014.
Es tan de madrugada que todos los bares han cerrado ya. E insiste: conoce uno cerca de Sol que cierra hasta las seis, siete de la mañana.
No sabemos si este bar pequeño al que llegamos es el prometido, pero apilamos bolsas y abrigos en un banquito, y mientras A y E piden una caña, G y yo improvisamos una pista de baile al lado de la barra.
Siempre me dijo que no sabía bailar. Ahí descubro que no es cierto.
Esa noche llegué tarde porque había estado peleando con mi novio. Pasé de sentirme preciosa en la residencia de estudiantes a llorar todo el trayecto en metro. En ese punto, ni siquiera sabía si tenía una relación o no, y quería que dejara de importarme.
Cuando llegué, pregunté por la novia de G. Su cara me lo dijo todo. Se había ido de España. Mi cara también se lo dijo todo. Nos abrazamos y seguimos caminando.
Horas después, bailando cualquier canción en ese bar inesperado, mientras me hacía girar y soltar carcajadas, G tomó mis manos, me detuvo frente a él y me dijo: “no entiendo cómo estamos tan felices con lo que nos acaba de pasar”.
Recuerdo que, intoxicada por el vermut, las cañas y su cercanía, le respondí “no sé”, pero supe por qué yo lo estaba.
Una semana después, en otra madrugada, tomando cerveza en la calle, la temperatura bajó tanto que mi abrigo duranguense ya no me cubría lo suficiente. G se burló de mí y me dejó entrar bajo su chamarra. Cuando nos movimos del parquecito en Malasaña para finalmente ir a casa, siguió abrazándome y apretó mi mano en su bolsillo.
Al llegar a la residencia, recibí un mensaje de texto que decía: “no debí dejarte ir. Debí traerte conmigo”.
Paralizada frente al elevador, con el celular en la mano, pensé que su piso estaba a tan sólo 10 minutos caminando.
Pero yo tenía novio.
Y algo en mí me decía que, si me dejaba llevar, lo que sentía por G tenía todo el potencial de desmoronarme.
Así que no lo hice.
Años después, nos encontramos en la Ciudad de México.
Estar a su lado aún me hacía sentir como una niña, completamente inexperta, nerviosa e intimidada.
Una madrugada, le dijo a una de mis mejores amigas que podría enamorarse de mí y no enamorarse nunca de nadie más. “¿Y por qué no lo haces?”, le respondió ella.
Todo el tiempo me preguntaba por qué no le presenté a mi novio cuando me visitó en Madrid. Todo el tiempo me hacía la tonta. Todo el tiempo estaba confundida. Todo el tiempo me empujaba, confiaba en mí, me decía que era una de sus escritoras favoritas y yo pensaba en Joan Didion y John Gregory Dunne.
Pero él tenía novia.
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Un día, me invitó a una fiesta con un grupo de amigos extranjeros.
Tengo varias fotos que me tomó G esa noche, sin que yo me diera cuenta. En una, desde un ángulo que normalmente no me gusta, estoy mirando las lámparas en forma de flor que colgaban del techo, con una sonrisa abierta.
Algo en su mirada siempre me hacía sentir hermosa.
Bailamos otra vez. Recuerdo a la tela rosa de mi vestido girar en la sala de uno de esos departamentos de ensueño, en una calle antigua y mágica, con el balcón abierto por el calor del verano.
Cuando decidí irme, de nuevo era tan de madrugada que ya casi todo está cerrado en la Ciudad de México y el Uber tardó en llegar.
Intoxicada y envalentonada por el vino tinto, le respondí por fin por qué no le presenté a mi novio: “porque tenía un pequeño crush contigo”, le dije, a sabiendas que estaba mintiendo.
Sentí cómo me jaló para besarme al tiempo que el Uber se estacionaba en la puerta.
And I scream, “for whatever it’s worth:
I love you, ain’t that the worst thing you ever heard?”
-He looks up, grinning like a devil-
Cruel Summer, Taylor Swift
He pensado mucho en si debo o no escribir esto porque durante mucho tiempo me engañé pensando que todo había pasado en mi cabeza, aunque sé bien que no. Me cuesta aceptar los errores que cometí, y me cuesta aceptar, con todos sus matices, la profundidad de lo que sentía por él, no sólo como una posibilidad en el futuro, sino como algo que ya ocurría en mí.
Porque el miedo a desmoronarme ganó, y después de compartir desveladas bailando, ahora somos dos audios enviados por WhatsApp que no tienen respuesta.