Texto y fotografías por: Bicky Ramírez
Y allí estaba. Provocando el mañana. Desobedeciendo al destino. Atravesando el país en un automóvil, con tres hombres y dos perros en medio de una pandemia mundial. Uno de esos hombres era mi pareja, sin embargo, una vez alejados de casa y de la ciudad que nos adoptó, lo sentí ajeno. Ángelo era un extraño al igual que sus dos amigos de la infancia: Sergio y Joel. La carretera se devoró más de dieciséis horas de nuestras vidas, amenizadas por un calor infernal, pelos de perro en el vestido, cincuenta cartones de cerveza y un automóvil con el cofre atado a un trozo de cable, la incertidumbre de una repentina tragedia se volvió cómplice del viaje. En todo el camino me quejé sonrientemente en silencio, sintiendo en todo momento la presencia del funcionario mexicano López Gardel diciéndome al oído:
—¡Ay, Bicky! ¿Por qué no te quedaste en casa?
Me consolaba la promesa del mejor amigo de mi pareja. Sergio nos prometió que tres días después pasaría por nosotros y entonces retornaríamos felizmente a la Ciudad de México. Me sentía irresponsablemente feliz por viajar “gratis”. Lamentablemente olvidé leer las letras chiquitas del contrato.
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A principios del mes de mayo del 2020, el estado de Sonora encabezaba la lista nacional con numerosos casos de COVID, evidentemente aquello excedía mi racha de mala suerte: el municipio de Cajeme, perteneciente a Ciudad Obregón, era el de mayor número de contagios. Curiosamente ese era nuestro destino.
La lejanía geográfica y las circunstancias me hicieron recordar, con poca exactitud, algunos datos sobre Ciudad Obregón. El único conocimiento que tenía de aquel lugar se legitimaba con la voz de Ángelo en sus cientos de aventuras de la infancia y adolescencia, narradas cuando le mitigaba la melancolía. La historia entre él y su ciudad adquieren conciencia casi a finales de los años noventa, cuando Ciudad Obregón era un lugar próspero, bonito y tranquilo. Dice que el narcotráfico, la indiferencia de las autoridades municipales y estatales, el miedo y la falta de empleos fueron los factores que desmoronaron a la ciudad. También el motivo por el que muchos cajemenses salieron huyendo en busca de nuevas oportunidades laborales y sociales. Con el paso del tiempo el panorama se vistió con negocios en ruinas, colonias vacías, casas abandonadas, calles y carreteras que se abrazan entre el concreto y la terracería. Admiro la sinceridad de Ángelo cuando promete al universo que, el día que su madre ya no esté, se acabarán las razones para visitar su ciudad.
No bastando con la violencia, a Obregón se le sumaba una pandemia mundial. Supongo que el panorama nunca estuvo bien, bastaba con escuchar las conversaciones de Joel y Sergio, quienes con su rápido acento sonorense contestaban las preguntas de Ángelo.
—¿Qué rollo con el pueblo? ¿Cómo está todo por allá?
—Igual que siempre: ¡jodido! Pero no se puede dejar, te acostumbras. Cuando se está lejos se extrañan los de asada, unas cheves, la familia.
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Aquel viaje fue la primera vez, en tres años, que conocería a la señora Carmen (según los sistemas de parentesco occidentales: mi suegra). Tres días con sus tres noches en Ciudad Obregón parecían suficientes para convivir con la suegrita. Fueron tres días de charlas, comidas, paseos en coche y cientos de anécdotas familiares que, entre risas, me hacían comprender las manías de mi pareja.
Fue la mañana del 11 de mayo del 2020, cuando una llamada telefónica nos anticipó que Sergio había decidido regresar a la ciudad de México sin nosotros, pues “le avisaron que tenía trabajo”. Fue allí donde comenzó la aventura. Los vuelos habían sido cancelados por el aumento de casos COVID a nivel nacional y tomar un autobús Sonora-CDMX implicaba poner en riesgo máximo nuestra salud. La única solución era esperar y fue así como involuntariamente me convertí en una exiliada en el norte del país, en medio de una pandemia que parecía no tener fin.
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Steven J. Taylor y Robert Bogdan, ambos académicos y especialistas en investigación cualitativa garantizan que, si se estudia a las personas cualitativamente, se puede llegar a conocerlas a fondo, incluso experimentar lo que ellas sienten en sus luchas cotidianas; se puede aprender cómo conciben la belleza, el amor, la fe o incluso el dolor. Más que una perspectiva académica, decidí interpretar ese hallazgo como una metáfora e inclinarme por la idea de que “cualitativos somos, y en el camino nos encontramos”. Después de tres alegres días en Obregón, mis verdaderos acercamientos con Doña Carmen, mi suegra, serían cualitativamente dolorosos, sorpresivos y de mucho aprendizaje.
Para los habitantes en Ciudad Obregón, la fórmula no era evitar un contagio por COVID, sino buscar la forma de sobrevivir con o sin el virus. Eso lo supo todo el tiempo Carmen, quien lamentó no haber impedido la muerte de su hermano Humberto. El Beto, como ella y todos sus familiares le decían, falleció en pleno pico de la pandemia, a causa de una bala en la cabeza. Mientras el hombre de sesenta años daba sus servicios como carpintero en el patio de su casa, dos sujetos “lo confundieron”, matándolo a él y a un cliente. No hubo detenidos.
La llegada de la noticia fue por teléfono y pese a la frialdad de la situación, la mujer jamás lloró. Su fortaleza duró toda la tarde de aquel 11 de mayo (sí, horas antes de que el destino y no Sergio, decidiera que debíamos quedarnos). Al día siguiente el dolor era tanto que poco importó si había o no contagios; las distancias se aminoraron y comenzaron los abrazos. El velorio fue crudo, extraño e inesperado. Muchos amigos y familiares, dudosos de si existía o no el COVID, prefirieron rezar y llorar al Beto desde sus casas y con ello evitar más desgracias. Los pocos asistentes a las afueras de la funeraria nunca se rehusaron a dar o recibir un cariño de pésame, el no hacerlo era una transgresión.
De acuerdo con el estudio del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, durante el 2019 el territorio mexicano albergó las cincuenta ciudades más violentas del mundo, la lista estaba galardonada por: Tijuana; Ciudad Juárez; Uruapan; Irapuato y Ciudad Obregón. La provocadora lista embonaba con las estadísticas que, un año después, arrojaban los medios de comunicación locales de Cajeme: tan solo en los primeros días de mayo ya se habían registrado cuatro homicidios, al final de mes la cifra llegó a los 142 homicidios. Entre esos asesinatos se encontraba el de Jorge Armenta Ávalos, director del Grupo Medios Obson, homicidio del que me enteré por viva voz de Doña Carmen, quien a diario revisa las noticias locales.
—¡Mataron al de Medios Obson!—, dijo sorprendida mientras comíamos unos tacos de cecina. Su gesto entre asombro y rabia me conmovían. Los ojos de Carmen se cristalizaron de lágrimas, pero no dejó caer ni una sola. Habían pasado diez días del asesinato de su hermano el Beto y aquella noticia solo alborotaba su dolor.
En aquel contexto de violencia, los homicidios eran muy normales para los cajemenses. En alguna ocasión y a plena luz del mediodía, Carmen llegó corriendo a casa luego de que ella y otros vecinos presenciaran un asesinato a quemarropa, afuera de una miscelánea. La víctima había sido un joven conocido de la colonia, dos horas después se registró otro asesinato en la misma cuadra. La muerte era costumbre, la incertidumbre era pensar qué o quién le quitaría la vida a uno.
—No mijita, si por muertes no paramos. ¡Pinche COVID, nos hace los mandados!
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Al paso de los días, las noticias sobre infectados por el virus comenzaron a inundar de mensajes el celular de Carmen. Poco a poco, los habitantes de la ciudad entablaban vínculos con una enfermedad en la que no se quería creer. Las tienditas y tiendas convencionales de la colonia comenzaban a negar el paso a todos aquellos que no tuvieran cubrebocas y los centros comerciales ponían en marcha reglas difíciles de asimilar como la de “una persona por familia”. El enfado de los cajemenses por negarles la entrada no era fortuito, poco a poco el enojo se fue ocultando tras los cubrebocas. Poco a poco las calles se llenaron de rostros desconocidos. Eran finales de mayo del 2020 y la pandemia dejó de ser un mito para pronunciarse como algo verídico.
Pocas personas estaban preparadas para las complejidades del COVID. Carmen siempre supo que eso de evitar no depende de uno: ella no puede evitar la violencia que aumenta día con día en Ciudad Obregón. Carmen tampoco puede evitar el dolor que le invade la pérdida de su hermano, o la nostalgia de tener un hijo lejos. Pese a la adversidad, Carmen sigue adelante, en la espera de que todo vuelva a ser normal.
Convivir durante todo ese mes de mayo del 2020 con Carmen, me hizo recordar a mi familia que vive en el estado de Oaxaca, aunque ellos nunca se enteraron de esta anécdota. Decidí no decirles porque me sentía culpable de haber puesto en riesgo mi salud. La distancia y el miedo de no volver a verles me hizo sentirme feliz de tenerlos a salvo. Llegué a la ciudad de México el 4 de junio, tres días antes de mi cumpleaños y… ¡Juro por Dios que desde ese día pienso muchas veces antes de salir de casa! Sepa usted que el planeta está en jaque mate y definitivamente yo soy un peón.
Así como Carmen, existen cientos de historias que se desprenden de esta pandemia que a su paso lo ha arruinado todo. No se puede hablar de un retorno a lo normal, nadie ha tenido la dicha de regresar al pasado. Sólo queda el mañana y, para ser honesta, el pensar en el mañana me provoca ansiedad. ¿Regresar a la normalidad? Sepa usted que nunca fuimos normales.
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Uff!!!, Genial!!!, La desvelada tiene gente genial, manejan la tinta y el papel para darle forma a las ideas de manera magistral, son fabulosas, vaya para ustedes mi admiración, afecto y sobre todo mi cariño, pero muy, muy en especial a Sac Nicté, diva valiente de piel de tigre, como todas ustedes. Saludos y bendiciones.