octubre 25, 2024

Un espiral llamado Asunción

By In Crónica

Texto e imágenes: Romina Aquino González

“Las personas, las sociedades, tenemos ese derecho: a tener algún lugar, algún espacio,

dentro de nuestro territorio, donde podemos redisfrutar, redescubrir, volver a vivir, e

n el espacio de nuestra infancia, de la infancia de nuestros padres o abuelos.

Tenemos derecho a lugares de la memoria”.

Milda Rivarola, historiadora paraguaya.

Asunción es como un espiral, gira indefinidamente sobre el mismo punto. A veces, se aleja velozmente del centro, se expande. Cuando parece que el ciclo se va a romper, vuelve a pasar por los mismos lugares y empieza a contraerse, a asfixiarse. El espiral nunca deja de girar, repitiendo el recorrido, que es como una trampa. Habitar esta ciudad es aceptar que vas a caer en la trampa. Hace unas semanas le dije a una amiga: “¿te acordás cuando pensaba que F era la última persona que yo necesitaba conocer en Asunción?” Ambas nos reímos, no por sacarle valor a esa persona, que fue increíble conocer, sino porque vivía tan encerrada en mis círculos, en mi visión, que me limitaba a cierto tipo de persona o experiencia. Ahora, Asunción es otra cosa. Y me veo teniendo conversaciones profundas con gente a la que antes solo sabía decir hola. Y conozco nuevas terrazas y me vuelvo a enamorar de la ciudad desde arriba. Y resignifico grafitis que desde hace un tiempo están, pero que ya me daban lo mismo. Como el que dice “Vivo en un cumple!” en una gran puerta de madera, en una construcción antigua sobre Palma, la calle que debería ser peatonal todos los días, sin embargo, solo es usada para los eventos culturales del gobierno los sábados. Me apropio del concepto del grafiti y lo adapto a mi nuevo contexto: “Vivo en una cita” porque desde que terminé una relación de dos años, estoy viviendo en una cita conmigo misma, en esta ciudad que pensé que ya no tenía nada para ofrecerme. Y tener una cita conmigo misma es darme la oportunidad de volver a conocerme en esos lugares que pensé ya gastados, generar nuevos recuerdos, permitirme conectar con personas que me daban miedo y descubrir que hay otros mensajes ocultos. Como irme a El Bolsi, a comer la icónica sopa de tomate, conocida por pocos, anhelada por quienes sorbieron una cucharada. O visitar la Costanera y cruzarme con cuanta familia dispar habita este territorio. O ir al teatro un domingo y escuchar una banda de jazz un miércoles. Quizás conocer a C es clave en todo esto. C que es de acá, pero que vive allá. C que es como el personaje de una sitcom, que observa y analiza todo de manera muy racional, que se conmueve con lo simple, pero le cuestan los abrazos. C que de repente apareció en mi vida y parecemos dos turistas que conocen por primera vez una ciudad. “Me estoy encontrando con personas que no existían en mi Asunción”, me dice. “Vos por ejemplo”. Y yo me siento toda sonrojada. Pensaba que esta ciudad ya no me pertenecía, que era una impostora habitando este lugar. Yo nunca me fui de acá. Por eso entiendo cuando C dice que no es fácil irse. Hay gente que viene de lugares súper lejanos y nunca puede irse de Asunción. Te atrapa. Te absorbe. Por eso digo que es como un espiral. A mí me gustaría irme para entenderle un poco mejor. Para quizás extrañar esta endogamia rara que es estar siempre a dos personas de distancia de tu ex. 

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Asunción no es Paraguay, lo sé, porque cientos de personas que no vivimos aquí ―según el último censo es la ciudad con más viviendas desocupadas del país― igual tenemos que entrar y salir de ella todos los días, aunque todas las manifestaciones sociales se hagan ahí en el casco histórico, aunque sea considerada la madre de ciudades. “Si vas a esquivar, si vas a correr, si vas a esconderte, yo te presto una ciudad”, canta El culto casero, una de las bandas alternativas más populares de la capital. En las redes sociales del Ministerio de Cultura, la ciudad parece muy viva. Pero yo no sé si le prestaría Asunción a cualquiera, hay que ser un poco masoquista para abrazar este lugar, porque no es poca cosa sobrellevar el duelo comunitario que se experimenta cuando alguien de la escena decide sacarse la vida o la desesperanza porque la cuadra cultural, La Chispa, sobre Estrella y Montevideo, ya no puede gestionar actividades, nuestro principal refugio anticoloradismo, anti el partido oficial que gobierna hace más de 60 años. Desde que La Chispa ya no ocupa la calle, las disidencias, que tanto molestan al gobierno, nos quedamos huérfanas. Volvimos a escondernos con nuestros pogos contra el capitalismo, con nuestras discusiones feministas, con nuestros abrazos homosexuales, con nuestro porro rico y nuestro rap sucio. Uno de los últimos recuerdos que tengo, siendo libres y felices, fue en un evento pro Palestina. Un feroz mural con un niño y una sandía con el lema “Palestina Libre” quedó como registro indeleble. Se llenó de chicos indie, porque tocaba una de las bandas jóvenes del momento, Mi sueño póstumo. No sabíamos que iba a ser una de las últimas veces. Creo que somos como los puercoespines de la parábola de Shopenhauer: cada que nos acercamos mucho para salvarnos del frío o el abandono estatal, nos hacemos daño y cuando estamos lejos, sentimos la falta de calor, de comunidad. Es el espiral. Vivir así, tan próximos emocionalmente es una carga y el sentirse turista en tu propia ciudad dura solo dos semanas. 

Me gustaría insistir en que Asunción es otra cosa. Pero de nuevo, caí en la trampa. Recorro los mismos trayectos: semáforos que titilan, personas que cruzan sin mirar, buses que juegan carreras, baches más grandes que mis cubiertas, conversaciones que giran en torno a querer salir de aquí, bajar de las terrazas para encontrar un centro histórico sucio, abandonado y con cada vez más personas en situación de calle, el chisme de que ya estoy saliendo con otra persona, y los grafitis que quedan como registro de que alguna vez sentimos placer en esta ciudad. 

@buskndosenti2

Este artículo fue trabajado y editado en Si pudiéramos enviarnos cartas, un curso sobre crónicas de escritoras latinoamericanas de los siglos XX y XXI, impartido por Mariana Recamier en la #EscuelaDesvelada. En el taller se leyeron e hicieron ejercicios a partir de textos de Clarice Lispector, Cube Bonifant y Hebe Uhart.

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