junio 23, 2024

“El que se usa correctamente”: la Alameda y las miradas bragueteras

By In Ensayos

Por: Roy

Cuando creces en una familia religiosa no te enseñan mucho sobre sexualidad y eso te hace pasar momentos vergonzosos, por ejemplo, sentir culpa cuando te autoexploras.  A pesar ello la naturaleza sigue su curso y hace que te arriesgues y te expongas a episodios para los que no estás preparado.  Aprendes lecciones por tu cuenta: a veces cosas buenas o de forma errónea, con personas menos informadas o también vives a base de expectativas.

Si bien todo comenzó en la Ciudad de México, eso no implica que no conociera lo que era el placer de un orgasmo. Ya había tenido experiencia homoeróticas desde la secundaria, con alguien de mi edad y fue así como aprendí a masturbarme, a pesar de que el único consejo que me dio mi padre al entrar a la pubertad fue: “no toques ni dejes que te toquen”.

Cuando llegó el momento de estudiar la preparatoria, decidí que no quería seguir estudiando en la provincia donde crecí (en el estado de Veracruz), porque era un lugar lleno de estigmas y varias veces fui violentado y agredido por mi forma de ser, por mis principios, porque no solía decir groserías. No sé si los demás notaban que me gustaban las personas de mi propio sexo, pero aun así me molestaban. Por ello decidí irme a la capital a estudiar en un internado, donde esperaba hacer las cosas de forma diferente, al menos poner en marcha los principios con los que crecí.

Foto de Luis Quintero

Me adapté rápido durante el primer semestre. Tenía una buena relación con mis compañeros. También trabajaba dentro de la escuela, en el área de intendencia. Cuando cursaba el primer año una de mis hermanas cursaba el último, en tanto que mi hermana mayor tenía ya su vida establecida en la ciudad con su pareja y su hijo, así que de vez en cuando salimos a pasear al centro.

Cuando salimos a pasear me centraba en aprender lo principal: como usar el metro, memorizar el camino para llegar a casa de uno de mis tíos donde me quedaba los fines de semana. Cuando salía los fines de semana me perdía por las calles el centro haciendo largas caminatas por lugares poco convenientes, posiblemente peligrosos para un joven de 15 años. Supongo que me daba seguridad el tener un cuerpo fornido y tosco. Desde la secundaria me decían que yo tenía cuerpo de señor, creo que eso fue lo que me tuvo a salvo de los asaltos en la calle. La gente de provincia dice que la ciudad es violenta y peligrosa.

***

Todo comenzó en una salida con mi padre, cuando yo le acompañaba a hacer unas compras. Recuerdo que era la época festiva del Día de Muertos. El ambiente estaba adornado de calaveras de cartón, flores amarillas… lo típico de esa fecha. Acompañaba a mi padre a la central de autobuses y teníamos que pasar por el centro de la ciudad. Justo a la altura del Eje Central nos encontramos un desfile con calaveras y carros alegóricos. Esto llamó mi atención y mi padre me dio permiso de quedarme para que yo continuara viendo el desfile. Me quedé solo con dos pesos en la bolsa y no podía gastarlos en pasaje, por eso decidí caminar hasta la casa de mi tía. Tuve que pasar por la Alameda Central. Lo único que sabía de este sitio es que era un lugar histórico, con grandes jardines en donde las familias iban a pasear, pero no conocía su otro lado.

Caminé por los jardines hasta que llegué a una de sus intersecciones circulares, justo donde había un altar de muertos que llamó mi atención, a pesar de ser noche el altar lucía iluminado. Pero luego me topé con danzantes vestidos de calaveras y noté que había mucha gente que tenía” “amaneramientos”, los tan llamados “jotos”, palabra con la que nombran a los gays en mi lugar de origen.  Ellos estaban haciendo una velada con una dinámica muy particular.

El altar era en honor a los caídos por el sida. Recuerdo que ya había escuchado sobre esa enfermedad, pero yo desconocía del tema. Decidí quedarme porque, aunque no lo aceptaba, sabía que yo era gay pero vivía engañándome. Recuerdo que un chico pedía cooperación a cambio de un condón, ya había escuchado sobre los preservativos. Otro chico se le acercó y le preguntó cuál era el mejor preservativo, a lo que el compañero contestó: “el que se pone correctamente”. Esa frase me quedó grabada. No dimensionaba la importancia de todo lo que estaba viendo y pensando en ese momento.

Seguí dando vueltas por un rato. Minutos después note que alguien me miraba: un hombre mayor como de unos 30 años. Después de un juego de miradas bragueteras (cuando te miran el cierre del pantalón o la entrepierna) el sujeto habló conmigo. No dijimos nuestros nombres, sólo me preguntó:

‒‒¿Qué te gusta? ‒‒, yo sabía a lo que se refería, pero evadí la respuesta, así que respondí:

‒‒Me gusta el dibujo, la música, el SKA, leer y el cine de Buñuel.

Él fue más directo y dijo.

‒‒A mí me gustan los chicos como tú. Hacerles sexo oral y darles dinero.

A pesar de negarme, seguía con él. Dimos vueltas y me platicó lo que sucede en la Alameda, de como algunos chicos asisten a ese espacio a “dar la vuelta”, donde hay señores en busca de ellos, para llevárselos a algún lugar y tener servicios sexuales a cambio de dinero. No todos los chicos que se paran en ese lugar tenían la mayoría de edad. Algunos, como yo, teníamos entre 13 o 15 años. También había chicos más grandes, algunos de provincia, cada uno con su propia historia.

Llegamos hasta donde estaba un quiosco. El pasillo no estaba iluminado y el espacio estaba vacío. Cerca de ese lugar el chico se me volvió a insinuar, pero esta vez de forma no verbal. Yo no pude decir nada, no solté ni una sola palabra. Me llevó a una banca donde procedió a decirme que me pusiera de pie y sacara mi pene, ya más que erecto se lo metió en la boca y yo no tardé en eyacular. En fin, él cumplió lo que dijo y metió 200 pesos en la bolsa de mi pantalón.

Esa vez llegué tarde a casa de mi tía, la mayoría de mis primos ya estaban en sus cuartos y yo me quedé a dormir solo. Me metí a bañar y trataba de asimilar varias cosas: de entrada, el sentirme deseado, el tener esa sensación de ser sexual, algo contrario a lo que me habían enseñado, más cuando eres el adolescente gordito, el hijo de familia.  

Comencé a fantasear que yo sería como los famosos estríper de televisión, pero por lo pronto solo había sido una mamada y pensaba en como ese dinero me sería útil para mis gastos personales, para mis útiles y necesidades básicas dentro de un internado que era caro, donde antes de entrar mi padre me pidió que trabajara horas extras para pagar mi colegiatura. Esa había sido la primera vez que conseguía dinero a través de sexualizar mi cuerpo y claro que no fue la última.

No sabía si recibir una mamada cuenta como perder la virginidad. Me preocupaba el hecho de penetrar a alguien. Ya había escuchado algunas cosas sobre lo que es penetrar a alguien, principalmente de un tío mío que era un hombre ciego, sin estudios y de rancho. Él me platicó cómo se le desgarró el frenillo del pene la primera vez que había tenido relaciones con una mujer.

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***

Lo había conocido en la Alameda. Se me insinuó y me invito a ir con él, pero no tan lejos. En lugar de ir a un hotel entramos al bar donde él trabajaba. Nuestro primer encuentro había sido por un servicio (una mamada). Esa vez yo tenía mucho miedo por aquello que me había contado mi tío, me daba miedo pensar que me pasaría lo mismo.

El bar estaba solo. Comenzó el faje y me sentó en el sillón. Me preparó y me puso un condón. No había lubricante y uso saliva. Cuando él se sentó en el sillón fue brusco y sentí eso en el frenillo, aunque después todo estuvo bien. Vi restos de sangre en el condón. No era mía.

Ese primer acto de penetrar a alguien analmente lo veo como el comienzo de mi vida sexual como activo. Es curioso como para muchos es importante su primera vez, haciéndolo enamorados. Yo sólo buscaba ganar un poco de dinero y mantener un cliente eventual.

Al menos mi primera vez fue con condón.

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