Por: Alba Mercedes Miranda Leyva de TresdeLeila
Dentro de las cosas buenas o malas que nos dejó la pandemia, tenemos una que es compartida por casi todas y todos: los efectos post vacuna. Sea la que sea, algo sucede, salvo tengas un organismo como el de mi mamá que sólo le dolió tantito el brazo.
Por la vida he aprendido a respetar a las agujas, y no porque tenga muchos tatuajes, de hecho, no tengo ninguno y el último piercing que me hice (después de 35 años), se cerró. Cada tercer mes me sacan sangre y es sólo cuestión de voltear e ir abriendo el puño que había hecho previo a que entrara la aguja, dedito por dedito, y respirar.
Pero que me inyecten algo, es otra cosa.
Lo mejor que me pudo haber pasado antes de la pandemia es que las vacunas nos las pusieran de bebés y no nos acordásemos, con excepción la de la fiebre amarilla que osaban en inyectarla con un aparato más cercano a una pistola. Ya se imaginarán los traumas.
Pero llegó 2020 y comenzó la ansiedad por cuándo nos vacunábamos, internamente yo anhelaba una pastilla, amo las pastillas, tengo pastillas para todo mal y todo bien.
Y no fue así, dos años después y mi colección de vacunas es como mi álbum de stickers de cuando tenía 8 años, los normales, los acolchonados, peluditos y cómo olvidar los de corcho.
Pero más allá del papelito que imprimimos donde escriben el lote de la vacuna o de cómo estamos protegidas, lo que nunca olvidaré son las noches post vacuna.
Johnson & Johnson fue un viaje, de esos que hasta fui al baño a verme la cara y sacarme el bicho ¿? Esta historia no es mía, la verdad quien la cuenta mejor es mi hermana, quien tuvo que escucharme en un delirio de frío, calor y de emitir voces extrañas.
Astra estuvo relax, recuerdo que soñé con uno de mis personajes favoritos de The Wire: Omar Little, hablamos sobre la vida todo muy casual y relajado, no me despertó, solo soñé.
Pero no conocía a la más fregona de todas: la Pfizer.
Mi consejo es que no vean nada en la tele cuando comienza el momento de “ya me pegó la tacha de [inserte nombre de la vacuna]”, solo hay que dejar que los escalofríos pasen, esperar que sea una leve fiebre y tener varios paracetamoles cercanos junto a todos los termos de agua posibles.
Claro, puedo ofrecer este consejo después de haber tenido una larga sesión que parecía no tener fin con nada más y nada menos que Evita Perón, en su versión para series de Santa Evita, basada en una novela de Tomás Eloy Martínez, que es una dicha leer. Lástima que el único ejemplar que encontré está en la biblioteca de la Ibero, cuyas hojas se salían.
Favor de leerse con toda la arrogancia que una diosa puede generar.
—Señora Eva.
—No me digás Eva, llámame Evita.
—Evita, ¿sabía usted que hice una tesis sobre el poder de sus vestidos?
—Te equivocaste, yo soy el poder, esos trapos sólo me ayudaron a crear a la Santa.
—Pero… los Dior… el vestido de sirena de Jacques Fath de seda blanca… los trajes sastre, la colección de sombreros.
Me dormía, regresaba y ahí estaba, dando vueltas alrededor de mi cama, con su cabello recogido, y con un bolígrafo en la mano. Y seguía dando vueltas.
—Ya déjeme dormir, ya quiero que sea de mañana, ya suficiente con usted.
—No, jamás será suficiente. Hay que lograr que las mujeres podamos votar.
—Que ya podemos votar.
—Pero mírate, si sos una funcionaria pública sin un gran cargo, ¿qué has hecho?
Me tomé la temperatura: 38.2, le llamé a mi mamá para que me autorizara el tercer paracetamol y en algún momento volví a dormir.
—No podés seguir durmiendo, hay mucho por trabajar.
—De acuerdo, le prometo que trabajaré mucho, pero ahora déjeme dormir y váyase de mi cabeza, no le fue suficiente con una tesis.
—No, no, no, no, porque fue compartida.
Nadie le había dicho que la tesis en efecto fue una comparación con Frida Kahlo.
Volví a dormir. Desperté al baño por quién sabe qué vez, y ya no estaba ahí, me metí a la cama, agradecí que se hubiera ido y de pronto:
—¡Ya lo sé! Mañana me reuniré con varias personas, ponete anotar.
Y así se fue, caminando mientras hablaba y yo anotaba que mi último desvelo había sido con una visita de una gran mujer.