Por: Daniela Mazon
Ni siquiera sé por dónde empezar. Llevo mucho aplazando esta situación, supongo que en algún momento me convencí a mí misma de que no es que ya no habláramos, sino que todo era como antes, cuando ambas estábamos demasiado ocupadas para ponernos al corriente de nuestras vidas y pasábamos semanas sin escribirnos por el trabajo, la tesis, la escuela, la familia y los novios de ese entonces. El problema es que esas semanas ya se volvieron meses y esos meses, años y sólo por Instagram me enteré de que ya te mudaste, de todos los premios que has ganado, de que tu abuela falleció y de que por fin te pudiste titular. Me imagino que tú también te enteraste por ahí de todo lo que he hecho, logrado y perdido.
Cuando nos conocimos percibíamos la vida a través de las sitcoms que veíamos todas las tardes después de la escuela. Las temporadas iniciaban y terminaban, pero los personajes principales seguían siendo los mismos. En esos tiempos éramos los personajes principales, supongo que por eso tampoco dudamos ni un segundo que en algún punto nos distanciaríamos.
En muchas ocasiones pensé en regresar, pero no soy la mejor haciendo eso. ¿Con qué cara regreso sabiendo que te fallé? Discúlpame por todas las veces en las que te lastimé, sé que mis palabras ya no tienen peso ahora, pero te prometo que no fue intencional. También te pido perdón por todas las veces que no estuve ahí para ti como lo juramos cuando teníamos dieciséis. La eternidad parece más fácil cuando eres adolescente. La adolescencia es una eternidad en sí.
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Existen materiales para sobrellevar una ruptura amorosa. Incluso en las Por Ti y en las Tú vienen consejos para sentirte mejor después de terminar con un novio. Tenemos expectativas y muletas suficientes para sobrellevar el duelo de una relación romántica, pero en este caso no hubo canciones de desamor con las que llorar tras despertar de sueños que me recordaban todas las carcajadas que compartimos, las miradas de complicidad perdidas o los futuros planes que nunca se concretaron. Me sentí muy sola y no estabas tú para acompañarme, ni estaba yo para acompañarte.
Nunca tuve el valor de enfrentarte o más bien, de enfrentar la situación que se había puesto en medio de nosotras. Al final de cuentas tú eras la que me envalentonabas a enfrentar las situaciones que me asustaban, ¿en ese entonces quién me iba a decir que todo iba a estar bien si no estabas tú para hacerlo? Le he dado muchas vueltas al asunto desde entonces, pero creo que, en resumen: te traicioné cuando pensé que serías capaz de lastimarme.
Hay días en los que pienso que ojalá hubiera sido un evento en particular que desembocó todo, una gran pelea o traición fácil de identificar, pero supongo que, como todos los grandes momentos históricos, en realidad fue un cumulo de situaciones y suposiciones sutiles pero que a la larga se volvió tan pesado que ninguna de las dos tuvimos las fuerzas ni las ganas para seguir sosteniéndolo.
Al final nos volvimos unas extrañas. Nos fuimos fieles a una versión de nosotras que ya no existía, aquella versión de nosotras que todavía eran cuerpos aprendiendo a ser más que cuerpos. Ya no sé qué te gusta ni qué te preocupa ahora, pero abrazo la foto en donde ambas estamos felices por habernos graduado de la preparatoria y al mismo tiempo un poco nerviosas por iniciar una carrera universitaria que en ese momento pensábamos que iba a definir nuestra vida.
Quiero que sepas que siempre te querré, te desearé lo mejor y que me alegraré por tus logros y metas, aunque ya no las compartas conmigo. Si de algo estoy segura es de que eres una mujer increíble a la cual siempre admiraré. Gracias por acompañarme cuando estaba descubriendo quién era, de cierta forma hay una parte de mí que siempre será gracias a ti.