diciembre 29, 2021

¿Cómo vive el amor una chica de invierno?

By In Ensayos

Chiquitita, you and I know
How the heartaches come and they go and the scars they’re leaving
You’ll be dancing once again and the pain will end
You will have no time for grieving
Chiquitita, you and I cry

abba

¿Los ligues, romances, amores, tienen temporalidad? Le pregunté a mis amigas. He recibido respuestas variadas, pero en general, muchas de ellas identifican el inicio de las relaciones más trascendentales en sus vidas en una “temporada”. 

Jugué con la idea y cuestioné si el momento en el que nos enamoramos, el contexto cultural en el que ocurre, tendrá algún papel con cómo nos aproximamos a la relación, con el apego a las fechas, con la interpretación de la relación y su aparición en nuestras vidas. 

Considero que cada una de las temporadas del año -si tomamos en cuenta la estandarización global que las enuncia como cuatro: primavera, verano, otoño e invierno- cuentan con significados muy particulares y las atraviesan fechas en las que ocurren eventos y se socializan mensajes precisos, como es el caso del 14 de febrero. Todas las fechas que se mercantilizan con mucha popularidad por temas económicos, capitalistas, participan activamente en delimitar el desarrollo de nuestra cultura año con año y al mismo tiempo crean escenarios para el amor.

No pretendo lanzar una generalización respecto a cómo es amar en cada temporada, sino compartir un ejercicio reflexivo en torno al amor y cómo el amor romántico se ha conjugado en “mi” temporada, porque si aspiro a desenmarañar la estructura patriarcal de mi forma de amar, debo de reconocer y situar mis procesos en un contexto determinado. 

Así lo hice y concluí que soy una chica de invierno. ¿Cómo es serlo y qué encontré? Aquí les cuento.

El primer invierno

En un invierno dí mi primer beso. Un beso arrojado que tomé de los labios de mi primer pareja mientras sujetaba el cuello de su camisa. Lo que fue mi primer momento íntimo con alguien más dio inicio a una tradición, porque las relaciones románticas que más han impactado mi vida comenzaron entre finales de noviembre y febrero. 

Durante estos meses, vivo una gran carga de amor, coqueteo, intimidad, incertidumbre, dolor y todo lo que conlleva entablar relaciones interpersonales. La primera pareja que me arrojó a la calidez y frialdad invernal fue mi sad winter boy. Conocí a mi chico triste de invierno en la época preparatoriana, por el antiguo MSN. 

En el verano de nuestro primer año de preparatoria, era distante y pensé que no le había generado tanto interés como sugirió por mensaje. Sin embargo, para los exámenes finales de aquel semestre, no nos podíamos quitar las manos de encima. Fue un invierno increíble, un sueño memorable, pero como he concluido con los años, si algo me despertaba de golpe, era la primavera.  

Un año más viví este sistema de contar con su atención total de forma virtual, querernos intensamente en persona cuando teníamos oportunidad y padecer su indiferencia cuando la calidez del sol se sentía más en la piel. Ya que transcurrió esto en mi adolescencia y al ser de mis primeras relaciones, las emociones que desató no las gestioné adecuadamente, así que impactaron mi amor propio, la percepción de mi cuerpo y me arrojaron por primera vez a los cuestionamientos de suficiencia, ¿por qué no se queda? ¿Qué estoy haciendo mal?

Foto de cottonbro en Pexels

Nos distanciamos un par de años. Volvió un día sujetando en una mano seis cervezas y en la otra su corazón roto. Bebimos juntos días antes de Navidad para celebrar nuestras vacaciones, entre tragos fue narrando lo que le dolía; ese día se comportó lo más sad winter boy que he visto jamás. Nos terminamos las cervezas, ignoramos que eran un pretexto y dejamos que los besos nos llevaran a mi error: estar ahí para él.

Este evento, si bien no me descolocó tanto como en la adolescencia, sí marcó el inicio de encuentros cíclicos que sólo ocurrían en invierno. Hacíamos del auto, la casa de una amiga, a veces la mía o la suya un espacio para refugiarnos del frío entre risas, besos y fajes interrumpidos por canciones de ABBA. Con seguridad sentía que no me interesaba tener un noviazgo, estaba conforme con estos encuentros y la “libertad” que me hacía sentir. No reconocía el daño que me hacía sentir que tenía algo entre mis manos que al mismo tiempo se diluía entre mis dedos. Era una ola que traía a flote todo el torbellino relacionado a las expectativas que depositaba en él -ahora en temas de amistad o pareja casual-, y juicios duros sobre mí misma. 

Siempre me aturdía su actitud en la virtualidad tan contraria a la presencial. Incluso había un momento en que sus actitudes evasivas, fluctuantes, silencios y omisiones se reflejaban en la virtualidad y esa era mi señal para alejarme. Sin tener mayor certidumbre que la del siguiente invierno, navegaba entre una amistad, actitudes y encuentros completamente líquidos.

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El invierno líquido

Me sentía muy unida y “conectada” con él y al mismo tiempo, no. Esta división notoria respecto a demostrar hacia mí un afecto efusivo en la virtual que no se reflejaba fuera de la pantalla, es algo que el filósofo Zygmund Bauman ha analizado ampliamente en parte de su obra centrada a describir lo volátil, fluida e incierta que es la sociedad en la que vivimos hoy, o como él llama, nuestra modernidad líquida.

Bauman le dedicó un libro completo al análisis de la fragilidad de las relaciones interpersonales en nuestro contexto. En El amor líquido, el autor expone la disminución del interés de las personas en tener lazos fuertes y preferir lazos provisionales, frágiles y cómo la tecnología nos habilita en este juego: “Los celulares ayudan a estar conectados a los que están a distancia. Los celulares permiten a los que se conectan, mantenerse a distancia […] conectarse no es obstáculo para mantener distancia”. 

Lo podemos comprobar: vivimos en una época en donde estamos más conectados pero esto no es referente a la profundidad con la que vivimos nuestras relaciones. La pandemia también vino a demostrarnos esto, nada podrá sustituir un abrazo o la calidez de comunicarte en persona con tus seres queridos. Y es algo que también el filósofo retoma en este libro, explicando que muchos humanos piensan que las charlas, discusiones virtuales, son de alguna manera sustitutos de las conversaciones presenciales, algo que mi sad winter boy hacía con recurrencia.

En aquel tiempo me dejaba llevar por la marea invernal sin preocuparme por los embates. “¿Por qué vernos, si podemos hablar por aquí? Platícame por mensaje, aquí estoy para ti.” Y frases similares que me eran suficientes, no quería sonar demandante, no quería pedir nada, ni lo mínimo, ni siquiera en nombre de la amistad. Con ello, indirectamente fomenté la fluidez de la relación, tampoco quería comprometerme ni con mis necesidades básicas. 

Sobre esto, Zygmund Bauman describe “2 perversiones” que existen en los vínculos humanos: quienes complacen al otro en todo y evitan conflicto, y quienes quieren cambiar a la gente. Mi sad winter boy y yo caemos en la primera con diferentes matices, yo otorgaba absoluta libertad, mostraba una apertura a hacer “acuerdos” pero no ponía firme las bases de los mismos, ni restricciones, y él no quería confrontar nunca nada o proponer dinámicas distintas para tomarme más en cuenta.

Quiero acotar que si bien el libro me abonó varias cosas, el panorama tan general de su propuesta me resultó insuficiente para colocar las particularidades que vivo como mujer. Siento que perpetúa narrativas dañinas del amor romántico, como el afirmar que las personas ya no nos esforzamos en mantener las relaciones y lo hace sin describir las particularidades de las relaciones a las que se refiere. Sobre todo porque desde el feminismo sabemos que en décadas previas muchas situaciones políticas, jurídicas y sociales le impedían a las mujeres liberarse de relaciones o entablar relaciones no normativas, incluso actualmente aunque haya caminos, es una decisión muy compleja para las mujeres. 

Entonces hablar o sugerir que “las cosas no son como antes”, idealiza mucho el pasado y con ello omite la realidad femenina. Las mujeres sí nos queremos esforzar en nuestras relaciones pero en términos que nos permitan procurarnos física y mentalmente. Sintiéndome un poco al aire e incómoda ante su descripción del deseo como un impulso de destrucción y anhelo de consumismo sin proponer alguna apertura para su resignificación, me fui a continuar mi análisis leyendo mujeres. 

La ilusión colectiva 
Foto de Taryn Elliott en Pexels

En la temporada invernal todo está lleno de mensajes relacionados con el amor, paz, serenidad, propósitos, nuevos inicios, nuevo año, nueva ropa, nuevos libros, nuevos hábitos, nuevo amor. Todo lo que te ocurrirá por estas fechas está cargado de simbolismos y señales que muchas veces te invitan a empezar de cero. A mí, se me junta con mi cumpleaños entonces me tomo la idea de “los regalos” del universo muy a pecho. 

Ya acepté, aunque me da un poco de pena, que están engranadas en mi cerebro todas las imágenes de parejas celebrando esta temporada, abrazadas, y el romanticismo de “las vacaciones de navidad con tu pareja”, las actividades, hacer planes juntos -y yo amo hacer planes-, arroparse del frío, ver el netflix y hacer el correspondiente chill eran escenas que ante la llegada de los ligues, parejas, me motivaban mucho a “relajar” mi análisis, reflexiones para dejarme llevar. Se convierten en expectativas y propósitos exponenciados por la temporada.

Esto me arrojaba a la construcción de escenarios esperanzadores en dos sentidos, pensando que las parejas que llegaban serían “las que tanto estaba esperando” o me abrazaba a la ideal del “milagro invernal”, pensando que el siguiente año las cosas cambiarían y mis relaciones darían ese giro que me haría sentir mejor en ellas. Nada de esto ocurrió, pero el dolor de estas decepciones y sus fundamentos culturales es algo que escritoras ya han revisado. 

Sobre este tema, la escritora y crítica del amor romántico, Coral Herrera, en su libro “Cómo disfrutar del amor”, señala: “El mito romántico es una ilusión colectiva, un espejismo, compartido por casi todas las culturas del planeta, cargado de falsas promesas”. La autora también explica que las mujeres no contamos con una propia educación emocional, aprendemos de referentes familiares, sociales cercanos y por supuesto de los productos generales de nuestra cultura (cine, novelas, series, canciones, etc), sin herramientas que nos ayuden a resolver o abordar las cosas sin sufrir. 

El sufrimiento, dice Coral, es gran parte de lo que se nos ha enseñado a las mujeres que involucra el amar: “La mayor parte de nuestras heroínas y héroes son grandes sufridores, y las historias de amor que nos ofrecen están basadas en el sadomasoquismo que heredamos de la cultura cristiana”. Leo eso y ahí me veo, cada invierno, esperando el milagro, pensando, que mi sufrimiento tendría algún tipo de retribución algún día, pero no fue ni será así. 

Revisando “el otro lado de la moneda”, Bell Hooks, en su libro “Todo sobre el amor”, declara: “Al mantenerse alejados de los sentimientos, los hombres tienen más facilidad para mentir. De hecho, muchas veces para afirmar su masculinidad, utilizan sin apenas darse cuenta las estrategias de supervivencia que aprendieron cuando eran niños. La incapacidad para conectar con los demás lleva consigo la incapacidad de asumir la responsabilidad del dolor que ellos mismos han causado”. Y estos escenarios de mis parejas llenándome el chat o el oído de “lo siento”, sin hacerse responsables de lo que les tocaba es algo con lo que estoy familiarizada. 

Hooks puntualiza que la mentira es una pieza clave del pensamiento patriarcal y es en donde se basan muchos valores y patrones de comportamiento masculinos, así que su aceptación nos involucra también a las mujeres: “La tolerancia generalizada de la mentira es una de las principales razones por las que muchos en nuestra sociedad están destinados a no conocer nunca el amor. Resulta imposible fomentar el crecimiento espiritual propio y el de los demás cuando la parte más íntima de nuestro ser, de nuestra identidad, está rodeada de secretismos y embustes”. 

Entonces, ¿qué tanto mentía mi sad winter boy? Tomando en cuenta que ambos solemos complacer y no enfrentar, creo que mucho. ¿Qué tanto he mentido yo a mis relaciones? Creo que los inviernos en los que ocurrieron mis encuentros con mi sad winter boy, fueron reunirnos a pasarla bien con mentiras, sin querer ser nada más allá de la compañía mutua y aunque nos sentíamos agusto con eso, no le pudimos retirar toda la carga del amor romántico, asumo que por nuestra juventud e inexperiencia, era nuestra forma de convivir, porque no conocíamos otra, ni teníamos las herramientas -al menos yo no- de proponer algo distinto. ¿Cómo sería algo distinto?

Las utopías del amor

Si en algo coinciden Hooks y Herrera es que existe una máscara, velo o mito que nos impide aproximarnos y disfrutar del amor con genuina libertad. Abrazadas a promesas culturales que no nos brindan individualidad sino nos invitan a encajar en “moldes” preestablecidos sobre lo que es amar o construir una relación, conviviendo con mentiras, enmascarando miedos, expectativas e inseguridades, nos perdemos con facilidad en nuestras relaciones o comenzamos a violentarnos. 

Ambas desde sus perspectivas invitan a aceptar que mentimos y a ser conscientes que al dejar de hacerlo podremos tener una experiencia muy distinta en torno a nuestras relaciones interpersonales, lo cual requerirá evaluar nuestra honestidad y sinceridad al pretender tener una relación afectiva con otra persona, Coral nos recuerda: “El amor es una energía que mueve, y no hay por qué reducirlo a la pareja. Cuanto más amor tengamos en nuestras vidas, más felices seremos,y cuando más diversos sean nuestros amores y más grandes nuestros afectos, más fácil y bonita será la vida para todas y cada una de nosotras”.  

La autora también señala con optimismo y convicción que ya somos más las mujeres que nos reunimos a imaginar otras formas de querernos, “al margen del modelo romántico patriarcal, y crear nuestras propias utopías amorosas” que le hagan frente a las narrativas actuales, líquidas, machistas, que nos impiden disfrutar de este sentimiento. 

Sugiero ampliamente que si les interesa el camino de cuestionarse sus vínculos,  revisen el libro de Coral Herrera que mencioné anteriormente, porque incluye muchas reflexiones muy interesantes y dos termómetros muy útiles. La autora comparte su termómetro del amor y del desamor, porque ella y las mujeres que participan en el Laboratorio del Amor, un grupo de investigación formado por mujeres de diferentes edades y países que estudian el amor romántico y trabajan para encontrar otras maneras de querernos, están convencidas de que contrario a lo que se nos enseña en la cultura, las mujeres no podemos saltar al amor a ciegas. 

El termómetro del amor es una lista de preguntas para que cuestiones si hay amor en tu relación y si existen las condiciones para que sea disfrutable; el termómetro del desamor  te ayudará a saber si estás o no enamorada, su finalidad es ayudarte a descubrir si estás perdiendo tiempo o energía en esa relación. Este último cuestionario es el más duro de abordar, porque como crecimos en una cultura que nos enseña a sufrir o aguantar por amor, el terminar una relación es algo a lo que muchos nos resistimos. Pero mientras más rápido podamos esclarecer esto, disminuimos el sufrimiento de ambos y podremos empezar con nuestros procesos de duelo y sanación. 

Foto de Jonathan Borba en Pexels
El futuro invierno

Hace unos días coincidí con mi sad winter boy, lo vi de lejos, me sentí muy atraída a él cuando se acomodó su cabello. Inmediatamente le escribí a una amiga y me dijo “que te atraiga un momento no significa que vaya a pasar algo”, repliqué que lo sabía, solo quería compartir que una vez más no lo vi todo el año, coincidimos al término del mismo y me sentí atraída hacia él, y con mucha nostalgia. 

El ciclo con mi sad winter boy terminó hace varios años. Me encantaría decir que yo lo concluí, pero no me adjudicaré esa gestión o “madurez”, la vida nos siguió separando y ninguno quiso alimentar más el ciclo. Nos movimos a otras relaciones y nos concentramos en ellas. En mi caso he ejercitado el no maternar, ni concentrar mi contención anímica en mis parejas o una sola amistad, y poco a poco he hecho mi red amor mucho más amplia, lo cual ha cambiado mucho mi perspectiva respecto a mis relaciones interpersonales. Así que ya ni para llegar con cervezas y corazón roto busco a mi sad winter boy. Puedo decir que nos hemos reencontrado fuera del ciclo y somos buenos amigos. 

Sigo trabajando en mí y en las repercusiones que dejó tener una primera relación tan intermitente y las heridas de las siguientes. Me da gusto saber que ya no me quedo en relaciones que me hacen sentir incómoda, que aunque mi amor propio ha sido comprometido en varias ocasiones o pasé un proceso complejo al mirarme como persona con discapacidad, ya cuento con más herramientas, conocimientos y muchas amigas con quiénes compartir mis análisis de este mito romántico. Estoy dispuesta al amor y a intentar vivirlo de otra manera. 

¿Lo más curioso? A principios de noviembre conocí a alguien… Justo a tiempo para escribir otra historia de invierno.

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