Por: Ginés Navarro
Para quienes padecemos insomnio, contar es una estrategia de supervivencia. Otro es el caso cuando contar es parte de los motivos para una buena desvelada.
Hay una diferencia: para intentar dormir contamos ovejas, respiraciones o simplemente contamos de atrás para adelante, partiendo desde un número muy alto.
1999, 1998, 1997, 1996, 1995…
En una desvelada irremediablemente terminamos contando, contando bocados y bebidas, contando anécdotas y hasta chistes, pero lo más importante, contamos historias.
Esta es una de esas historias para contar durante una desvelada, y a modo de Las mil y una noches, esta es una desvelada hecha de muchas historias, pero sin sultán ni Sherezade.
1425, 1424, 1423, 1422, 1421…
Vamos al principio: después de años de trabajo en publicidad, decidí retomar el periodismo con un proyecto de divulgación cultural y, como siempre pasa, una cosa llevó a la otra y con una plataforma y un podcast en marcha, entrevistar artistas y profesionales del arte se volvió rutina.
En una exposición colectiva conocí a un fotógrafo cuyo trabajo me pareció impactante, era como poner en una coctelera una medida de kitsch, otra medida de queer, mucha música a gogó, luego agitarlas hasta mezclar y lo sirvieras en un vaso tiki decorado con una sombrilla.
Como la personalidad del fotógrafo era acorde a su trabajo, no puede evitar contactarlo y concertar la cita para una entrevista.
578, 577, 576, 575, 574…
Cuando entrevisto artistas prefiero hacerlo en su propio espacio, así conozco algo más de intimidad, de su forma de trabajar.
A veces descubres más sobre una persona con sólo mirar su espacio que hablando con ella.
Así que la cita se acordó para una tarde entre semana en el estudio del fotógrafo ubicado en Ciudad Nezahualcóyotl, ese municipio entre la Ciudad y el Estado de México, famoso por ser una de las zonas más densamente pobladas del país, con todos los problemas que eso acarrea, como la violencia.
La idea era hacer una plática previa, grabar una entrevista para el podcast de máximo treinta minutos y regresar a casa antes del anochecer.
Volví con la luz del día.
234, 233, 232, 231, 230…
Llegué puntual a la cita. El fotógrafo me mostró su estudio y algunas maquetas de una serie de libros que estaba preparando. Sin saber cómo o cuándo, en la mesa apareció una botella de mezcal y dos vasos: sí, dos vasos tiki, pero sin sombrillas.
La entrevista sucedió según lo planeado, empezamos hablando de música, arte y, por supuesto, de fotografía. No bien apagué la grabadora se desató una tormenta, salir ya no parecía una opción, mas seguir con la plática y los mezcales, por otro lado…
Un par de horas después, la lluvia nos dejó un cielo despejado que nos hizo salir a la azotea para mirar el sol que se ocultaba en lo que se distinguía como el centro de la ciudad. No era posible saber que terminaría viendo ese mismo sol salir por el lado opuesto.
82, 81, 80, 79, 78…
La plática discurrió entre música a gogó, el arte y sus chismes, más fotografía y sus divergencias, lo que a él le gustaría hacer con su trabajo y lo que a mí me gustaría hacer con el mío.
Para mí no hay una buena conversación si no incluye cine y la imposibilidad de hacer una lista con cinco películas favoritas, las suyas, las mías, las obvias, las raras y las que se quedaron como promesa para ver.
Desde la azotea me mostró su barrio, las calles donde ha hecho sus fotografías y donde creció, lo que le inspira, lo que le mueve, de sus amigos, sus mentores y su familia. Mientras lo escuchaba, pensé que todas las entrevistas deberían ser iguales: con mezcal, desveladas y azoteas.
37, 36, 35, 34, 33…
Como estaba anunciado, la charla se extendió hasta el amanecer, los silencios para mirar al cielo y adivinar el lugar donde deberían verse las estrellas también fueron parte de la desvelada. Permanecer despierto toda una noche no siempre te llena de tanta energía para el día, definitivamente hay diferencias entre el insomnio y la desvelada.
5, 4, 3, 2, 1.