Soy una orgullosa desvelada y tal vez no debería serlo tanto. Por mis particularidades físicas, la sugerencia médica es que debería dormir a más tardar las 11 pm para aprovechar las horas de sueño profundo entre 12 y 2 am. Quisiera voltear mi reloj, llevo varios años intentando y pienso que tal vez lo logre, pero hace un tiempo me di cuenta que conciliar el sueño podría ser más fácil si dejara ir el deseo de venganza.
Este periodo de recuperación económica post-COVID 19 que vivimos, la incertidumbre, los reajustes, la desigualdad salarial, entre otros escenarios, pueden fácilmente incendiar un gran desconentento, desánimo o deseo de venganza. Sentí una chispa cuando leí los datos que retomó la página del CONEVAL de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE): durante el segundo trimestre del 2022, el ingreso laboral promedio de la población ocupada a nivel nacional fue de $6,534.04 al mes. Y la brecha salarial continúa ya que en este mismo periodo de tiempo los hombres ocupados registraron un ingreso 1.3 veces el de las mujeres (su sueldo promedio es de $7,124.23 al mes).
Varias cosas han aumentado: el salario mínimo aumentó, la cantidad de personas empleadas según el INEGI, 2,2 millones de personas más con relación al mismo trimestre de 2021 para ser exactos.
Inflación y estrés a la alza. Pero no. Mi vendetta no nace ahí. Llegó después de conjugar el escenario social con mi realidad inmediata, por aplicar al pie de la letra lo que sugiere el imaginario mexicano ante esta situación: a falta de dinero, pues no queda de otra, hay que chingarle. Y le chingué. Sin embargo, en el nombre de una búsqueda por equilibrio, creé un móvil poderoso e incurrí en lo que hoy el internet nombra “el desvelo en venganza”.
Leer más de esta Desvelada: Discapacidad y sexualidad: experiencias LGBTQ+
El desplazamiento del tiempo
Aproveché lo que provocó la pandemia respecto a validar el homeoffice. Antes me preocupaba cómo iba a moverme a otros trabajos por mi discapacidad porque notaba que muchos trabajos mejor remunerados pedían asistir. Así que para mí el 2020 fue una puerta que se abrió con el confinamiento, me permitió conseguir mi primer trabajo formal.
Estaba feliz por mis prestaciones, vacaciones y aguinaldo, por la oportunidad de demostrar que podía aportar desde la seguridad de mi cama. Entre todo lo que aprendí con este trabajo, se sumó el percatarme de la insuficiencia del sueldo, al considerar mis gastos fijos de salud y mi deseo de aportar económicamente a la casa, concluí que lo mejor sería apilar trabajos.
En un momento tuve un trabajo formal, tres freelances y otros sueltos. Mi personalidad y otras herramientas me ayudaron a gestionarlos y comencé a tener esta estabilidad económica que tanto deseaba. Sí funciona, claro que sí, la chinga deja.
—Si no tuvieras lo de tu pierna, trabajarías el doble, ¿verdad?, ni vivirías aquí. Qué bueno que te llega chamba, síguele, tú acepta todas las que puedas, lo importante es que no pares, qué bueno que ya se te está acomodando todo. —me dijo un día mi mamá en el desayuno, en un tono de orgullo agridulce muy peculiar que comprime sus piensos generacionales que ya me ha compartido en otras conversaciones sobre el trabajo, su admiración a cómo me he sobrepuesto y su dolor por no haber podido evitar el mío mientras me adaptaba a mi discapacidad.
—Sí, mamá, ya estoy en otra etapa de mi vida –le sonreí mientras le daba dos palmadas a mi pierna derecha a forma de felicitación—luego seguimos chismeando, tengo juntas de aquí a las 2:00. Interna, con clientes. Juntitis.
—Dale pues hija, ¿tienes agua en el cuarto?
Asentí y ese día, como muchas mañanas más, me retiré antes de que pudiéramos terminar juntas el desayuno, sin pasar el bocado, rumbo a mi cuarto. Mi jornada comenzaba mucho antes, entre 7:00 a.m. y 8:00 a.m., con 30 minutos dando vueltas en la cama, no en negación si no como un protocolo de validación para verificar que dormida no me hubiera lastimado o que no tuviera algún dolor fuerte. Mi primer jornada iba de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. y la segunda de 7:00 p.m. a 9:00 o 10:00 p.m.
Mi tiempo libre quedaba desplazado a esa hora, comenzaba buscando contenido sobre mi lugar de confort como fangirl de BTS, jugaba videojuegos en línea, leía, escribía para talleres o me quedaba horas en redes sociales, hasta la 1:00 o 3:00 a.m. Las narrativas de autocuidado, tener tiempo para mí, me hicieron sentir que merecía dedicarme este tiempo de “recarga de energía o inspiración” antes de dormir, ya podría descansar después o “ya he descansado lo suficiente”, pensaba.
¿Cuánta venganza es suficiente?
A este fenómeno de “robarle” horas al sueño para poder “desquitarnos” de la jornada laboral y disfrutar de nuestros gustos se le denomina como “el desvelo en venganza” y los científicos que exploran el tema lo nombran procrastinación del sueño. Este término nació lejos de la academia, se generó en redes sociales y varios portales de internet, incluída la BBC, convienen que, aunque el término podría ser más antiguo, la primera mención realizada de este fenómeno fue en un blog de un hombre de la provincia de Guangdong, China, en 2018.
Para describir este fenómeno, el autor expuso su sentir en torno a cómo la jornada laboral “le pertenecía a otra persona” y que solo podía “encontrarse a sí mismo” en estas horas de postergar el sueño, ahí podía encontrar un poco de libertad.
Así me sentía, libre. Aunque no lo nombraba como tal, el “desvelo en venganza” me era divertido al principio, sentía que estaba optando por una ruta eficiente, exprimir al máximo cada hora del día para trabajar y “regalarme” tiempo para mí. Era una búsqueda de equilibrio bastante confusa, porque me desvelaba para poder cuidar mi salud mental y no perderme en el trabajo, darme un tiempo para mis hobbies, ponerme al día en redes sociales o con amistades aunque fuera después de las 10:30 pm. Sentía que era el mejor escenario al que podía aspirar después de sentir un urgente llamado interior a “compensar” todos esos años de inactividad a causa de temas de salud. Trabajar tanto era la mejor oportunidad de retribuir todo, el desvelo en venganza era un aliado. Estaba convencida de la importancia en mantener este “equilibrio”, me decía, todo vale la pena si puedo abonar el dinero para poder reunir los recursos que necesito para mis cuidados.
¿A qué niveles de desgaste estamos expuestos para asegurar nuestro ingreso? ¿Qué estaríamos dispuestos a sacrificar a cambio de los medios para obtener los cuidados que necesitamos o los destinados para nuestras personas importantes?
Por supuesto que como toda batalla que se realiza instrumentalizando la cuerpa, eventualmente se prendieron mis alarmas y antes de que todo empeorara mental y físicamente, después de dos años, pensé que sí, en efecto, me merecía un descanso, uno real. Y fui a buscarlo.
El desquite sin sentido
La monotonía en el trabajo me devoró, los desvelos en venganza dejaron de saberme bien y sentirse mejor, me identifiqué como mi propia enemiga y, gracias a mis amigas, recordé que tengo un sueño guardadito y en sus porras por hacerlo realidad, me di cuenta que no tenía el recurso y privilegio más importante de todos: el tiempo.
A renunciar, dije, porque si vengo de un contexto de enfermedad crónica, discapacidad; si sé que la vida es más frágil que cualquier cristal, ¿qué hacía yo trabajando tantas horas? ¿Dónde quedó mi sentido romántico de hacer lo que me apasiona? Reacciona. Y en el jalonear conmigo, pensar en el romance sobre lo efímera que es la vida, sentí la fuerza contraria devolverme al piso en un instante: si decidía tomarme un año sabático, ¿qué pasaría si me pierdo la ola del homeoffice y al volver se me complicaba encontrar un buen trabajo?
Me preocupa porque reconozco que el sistema no favorece a las personas con diversidad funcional en términos de oportunidades laborales. De 6 millones de personas con discapacidad que existen en el país, de acuerdo el INEGI, en 2020, solo el 38% tuvieron participación económica. Y en el 2015, el mismo organismo reportó que las mujeres con discapacidad económicamente activas fue solo el 27.6% vs el 52.9% de los hombres. Con esta imagen y sintiendo que debía de aferrarme como nunca, desistí.
Se cancela la renuncia, tengo que aprovechar que la cuerpa no me falla y que puedo trabajar para tratar de acumular el mayor dinero posible. Ok. Síguele. Pero no pude. Y me río mientras escribo esto porque muy workaholic yo, pero ya estaba la venita del romance circulando, ya tenía claridad en mi cabeza respecto a que los desvelos no tuvieron sentido alguno y que era mejor replantear mi vida antes de seguir así, porque si la vida y mi vida es frágil podía mejor cuidarla en vez de hacer más fino el cristal.
Y aunque el miedo de mi panorama y mi situación familiar me mantuvieron lejos de mi renuncia por un tiempo, dije “ay, ya Miranda, basta”, cuando me percaté que en mi trabajo formal estaba incurriendo a la “renuncia silenciosa”, un término cada vez más relevante el cuál describe “la actitud de mínimo esfuerzo que se realiza en el trabajo en respuesta al agotamiento, malos ambientes organizacionales, falta de crecimiento laboral, la poca posibilidad de conciliar la vida laboral con la personal, entre otros aspectos”, de acuerdo con el medio El Financiero.
Entonces si en el silencio ya estaba mi renuncia, más me valía verbalizar y terminar este ciclo de venganza de una vez.
El desvelo para soñar
Renuncié en agosto. Les escribo un mes y medio después. Fue horrible al principio, tuve un par de ataques de ansiedad por mover mi rutina de la mañana. Seguía desvelándome en venganza por hábito, ha sido mayormente caos encontrar un ritmo, pero al menos tengo más tiempo para convivir con mi hermana menor y ya no interrumpo ningún desayuno con mi madre y el practicar el sentirme cómoda haciendo nada.
Incapaz de funcionar solo con romance, ahorré antes de renunciar y tampoco abandoné todo trabajo, tengo lo suficiente para continuar con mis obligaciones de cuidados y en casa. Trabajo a mis horas, a mis tiempos y procuro no saturarme. Mis padres dicen que tengo otro semblante. Y como a veces sigo desvelándome, me pregunto si ya terminé con mi venganza.
Para que no vayan a buscar curas a Google, Sleep Foundation declara en este artículo escrito en inglés, que las investigaciones sobre la procrastinación del sueño están en un estadío temprano y en su cualidad de concepto emergente aún hay muchos debates detrás de la psicología y factores que nos lleva a voluntariamente reducir horas de sueño. En este texto enlistan tres factores para considerar un desvelo como procrastinación del sueño, los traduzco a continuación:
● Un retraso en irse a dormir que reduce el tiempo total de sueño.
● La ausencia de una razón válida para quedarse despierto más tarde de lo previsto, como un evento externo o una enfermedad subyacente.
● La conciencia sobre las consecuencias negativas que tiene el retrasar el sueño.
Sobre a quién afecta más este fenómeno, mencionan que es muy temprano para aseverar, dada la falta de información, sólo se conoce un estudio conducido en Polonia al respecto y en él se concluyó que las mujeres y estudiantes son más propensos a la procrastinación del sueño. Esta organización ubicada en Estados Unidos también considera que el postergar las horas de sueño como venganza logró su auge como consecuencia del COVID-19 y el estrés que le provocó a muchos trabajar desde casa, particularmente por la falta de límites respecto al horario extendido, lo cual afectó su tiempo libre y contribuyó a acentuar diversos trastornos de sueño en todo el mundo.
Consecuencias de la pandemia entonces, sí, de manera general; de la situación económica del país y de mi escenario personal de forma particular coincidieron para pensar que sacrificar mi sueño era la mejor decisión en los últimos dos años. Me gustaría decir que aquí inicia mi camino alejada de las jornadas extenuantes, pero no es así, mi situación de salud apremia, solo quise crearme el privilegio de un paréntesis y lo logré con el apoyo de mis cuidadores. Mis necesidades económicas no se han esfumado entre el romance, así que si tengo la oportunidad de un trabajo formal bien remunerado, sé que la tomaré.
Mientras llega la oportunidad, aprovecharé estos días con sus noches más serenas y libres para disfrutar la esencia del desvelo: el disfrute, el soñar despierta y dedicarme a lo que me gusta sin culpa. Reivindicado mi orgullo por ser desvelada.
Vagando en mi mente solo me quedan dos cuestionamientos sobre este tema. Primero, si podré evitar recurrir al desvelo en venganza en un futuro. Segundo, si somos esa generación que puede inferir, con base en la realidad que compartimos y leemos constantemente, que detrás de cada post de renuncia hay un trasfondo de desgaste, hartazgo, explotación o maltrato y que confirió una liberación para proteger la salud mental. ¿Creen que algún día dejemos de felicitarnos por renunciar? ¿O eso ya llegó para quedarse?