Por la madrugada al ritmo de cumbias y chilenas, tras nueve horas laborales, tenía salsa en la blusa y el aroma de la cocina en mi cabello, sólo quería terminar la jornada y llegar a casa, tras nueve horas sirviendo y recogiendo mesas. Después de varios eventos aprendí trucos para no sentir el cansancio, descubrí la “maña” con las propinas y a llevar chanclitas en mi mochila para descansar al final de cada jornada, rompí más de veinte platos y muchas, muchas copas, gané poco y mucho a la vez, conocí a grandes mujeres de entre 15 y 30 años, la mayoría de ellas eran madres solteras, jefas de familia con dos o tres empleos para cubrir sus gastos, mujeres menores que yo que mantenían la promesa de llegar a casa y ayudar con lo poco que ganarían esa noche, mujeres con sueños tan grandes que no cabrían en este texto, pocas contaban con privilegios como el de tener escolaridad para conseguir otro empleo aparentemente mejor remunerado, algunas dobleteaban jornada o mesereaban los fines de semana porque a pesar de ser su descanso preferían ir por “una lanita extra”
En la cocina teníamos de diez a quince minutos para comer, tomar un plato de lo que había quedado del buffet de la mañana y si tenía suerte compartir un vaso de Coca-Cola con mis compañeras de turno, mientras me contaban sus historias de terror en otros restaurantes o cafeterías me hacían sentir parte de algo pero aún no descubría de qué; a veces ni siquiera terminábamos de comer porque ya teníamos que estar preparando la siguiente comanda.
“Nunca estuve tan delgada como en esa época”.
Mi compañera de turno soltó una carcajada y asintió con la cabeza, empatizando con ese pésimo chiste.
Poco a poco nos volvimos cercanas, me hablaban de sus experiencias con la violencia, el abuso de poder y confianza, adicciones, carencia ecónomica, entre otras situaciones, con lagrimas en los ojos y otras por medio de chistes expresaban sus inconformidades, se mofaban de sí mismas o del padre de sus hijos que peleaba por no pagar la pensión alimenticia, ninguna trabajaba bajo seguridad social, no tenían prestaciones de ley ni vacaciones, dejaban a sus hijos con su madre, alguna amiga o hermana, pues dejarlos con un hombre, incluso si fuese familia, era impensable, las mujeres tienen menos posibilidades de obtener empleos de mayor nivel, y de progresar en su carrera profesional, siendo la maternidad una de las circunstancias principales que provocan esa discriminación, la división laboral de los cuidados y trabajo en la casa, es muy clara.
Pude notar claramente esa línea divisoria con otras mujeres de mi círculo social. Vanessa tiene 25 años, actualmente es freelance (trabaja de forma independiente), es Licenciada en Derecho y ha podido viajar a Europa por intercambios estudiantiles, le pregunté cómo era la cosmovisión del empleo siendo mujer y en sus condiciones actuales:
—El haber estudiado derecho es un privilegio para mí, aunque sé que no todas las personas se encuentran en las mismas circunstancias de decir “no” a un empleo que no te brinde lo mínimo indispensable por ley.
—¿Cómo sería tu empleo soñado?
—Pienso que aquel en el que pueda generar un impacto positivo en mí y en las personas que me rodean, donde pueda elegir mis tiempos.
Con la respuesta de Vanessa me quedé muy intrigada, así que empecé a hacer un recuento de mis empleos, ya que los espacios laborales actualmente han dejado de ser “el sueño”; A los dieciocho años fui a mi primer evento como mesera, oficio que me acompañó y pagó mis cuentas hasta finalizar mi licenciatura, trabajé en cafeterías, restaurantes, hoteles, eventos privados y hasta para eventos de gobierno, en uno de esos eventos fui con una amiga de la secundaria, Sarahí, nos conocimos desde los doce años, ella y yo compartimos muchas risas en esa época, me enseño a usar un sacacorchos, actualmente es enfermera y su idea del trabajo digno es poder brindar una atención buena a sus pacientes, siempre y cuando le den los recursos necesarios, Sarahí y yo compartimos más que una jornada como meseras, fuimos parte de la misma jurisdicción sanitaria en nuestro servicio social, así que coincidimos en lo que nosotras llamamos “la mafia de blanco”, el sector salud público mexicano es una tristeza.
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En otro de esos trabajos informales, sin prestaciones de ley y con múltiples faltas a los derechos humanos, conocí a Danna, una joven de 20 años que recién terminaba su bachillerato, decía que uno de sus sueños era abrir su propio restaurante, o al menos en ese momento eso deseaba, de igual forma le pregunté:
—¿Cómo sería el empleo de tus sueños?
—Quisiera un trabajo donde haya equidad, justicia para todos, sin favoritismos, y tengan una mínima comprensión y respeto al ámbito de la salud.
Danna y yo también compartimos unos tostiesquites para reforzar nuestra amistad saliendo de la chamba.
Un ecosistema de “claroscuros”
Dime qué tipo de capital tienes y te diré quién eres, poder, derecho y clase social a las que perteneces, yo por ejemplo crecí rodeada de personas que fantaseaban constantemente con algún día hacerse ricos, hija de la clase obrera pero con el privilegio de recibir estudios de instituciones privadas, ahí tuve la oportunidad de conocer a Itzel, actualmente con 25 años, fue mi compañera de licenciatura y ahora estudia su maestría y es servidora pública así que se me ocurrió preguntarle a diferencia de las demás:
—¿Has notado alguna desigualdad en tu entorno laboral siendo mujer?
—Sí, considero que es significativa la brecha laboral actual y al menos en el espacio laboral donde estoy en su mayoría son hombres los que ocupan los puestos más importantes y aunque sí existan algunas mujeres en estos puestos, son utilizadas sólo como la imagen del mismo y muchas veces hay un hombre atrás de este puesto dando las indicaciones de lo que hay hacerse.
Entendí que detrás de cada decisión personal en el oficio o cualquier otro medio de trabajo hay toda una estructura, patrones culturales patriarcales, las mujeres están devaluadas incluso antes de ejecutar un puesto de trabajo, pero que la juventud y belleza también son capital, cuando te integras al mercado laboral en un marco de desprotección, informalidad e inequidad salarial siendo mujer tendrás que enfrentar además a la violencia estética, Catherine Hakim, una socióloga británica habla en Capital erótico sobre como la belleza es una herramienta potencialmente igualadora, lo que me dejó en claro es que esa aparente ventaja lleva doble filo, en donde estos espacios que pueden llegar a ser violentos y discriminatorios también pueden ser lugares afortunados.
Volviendo al recuento laboral, recordé que a finales del 2020 le hice a la emprendedora, hacia playeras a mano y algunas otras manualidades que pasaron a ser un hobbie, así pude asistir a varios tianguis y colectivos de mujeres que llevaban diversos emprendimientos, en uno de esos me encontré con Dany artística plástica, actualmente trabaja en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, ella tenía diversas piezas pictóricas y también postres deliciosos hechos por ella.
—¿Cómo estás? ¿Ahora en qué andas?
—¡Estoy en el IAGO!
—Y ¿cómo ves el ambiente laboral?, ¿cómo te está tratando el gremio?
—Como artista creo que encontré buenos nichos llenos de mujeres donde nos apoyamos entre todas, pero en espacios más masculinos creo que puedo asegurar que no soy tomada en cuenta como artista, sólo como una chica a la que puedes ligar, una aficionada al arte.
—Y ¿cómo sería tu trabajo soñado?
—Creo que estoy viviendo mi sueño, y es tal y como lo pensé. Aunque más adelante me gustaría trabajar en la industria del cine como artista.
Me sentí bastante aliviada de leerle y saber que estaba viviendo su sueño, creo que en cuanto haces lo que te hace ser auténtico estás más lejos de versiones tuyas basadas en voces externas y más cerca de ti.
¿Cuál es el verdadero sueño laboral?
Así como mi historia existen miles, hay tantas mujeres que hoy siguen luchando por conseguir un espacio en aquella oficina que idealizaron desde pequeña, donde le dijeron que si quería una plaza tendría que llevar su famosa “mochada”, mujeres en búsqueda de un local comercial para empezar su emprendimiento, mujeres cuidando su huerto porque de donde comen también comercializan, todas con el único objetivo de llegar a un espacio al que llamarán “casa”, coincidir con esas mujeres que encarnan con resiliencia su capacidad de resignificar la experiencia laboral, el poder habitar espacios de trabajo, lograr inspirar a otras mujeres profesionistas y/o emprendedoras a continuar, no todas nacimos en las mismas condiciones, sin embargo podemos marcar una diferencia en espacios comunes con otras mujeres.
Gracias a eso sé que definitivamente deseo que me sea remunerado monetariamente mi trabajo, el esfuerzo de lo que puedo ejecutar mis conocimientos, donde tenga un espacio digno y seguro, que despliegue mi más grande potencial y me brinde la oportunidad de tener lo más importante, mi tranquilidad y salud.