“Una promesa entre amigos significa no tener que dar un motivo”
Phoebe en Friends
El plan era simple: ir por un elote y un café, tomar fotos aesthetic y platicar de nuestros conflictos con la idea del amor romántico, disfrutar de la presencia de la otra hasta volvernos dos desconocidas.
P y yo estudiamos en el mismo bachillerato, aunque nos conocimos en el último año, coincidimos en un proyecto estudiantil de inglés y nos fuimos a dar recorridos turísticos por nuestra ciudad con otros chicos de la escuela, todos intentando mejorar nuestro speaking. Ella y yo habíamos quedado en el mismo equipo, desde el primer momento nos reímos mucho juntas, ella aún tenía brackets y el cabello muy corto, yo tenía fleco y los chokers eran mi accesorio favorito.
Cuando terminamos nuestra etapa de bachiller, yo opté por ingresar a una carrera que parecía interesante pero no llenaba mi corazón y la abandoné al término del primer semestre, P había decidido entrar a una licenciatura elegida por sus padres, aunque tenía sus dudas, parecía estar de acuerdo en su elección, pero también abandonó esa carrera a los seis meses, íbamos a la par con ese tema.

Pasaron algunas semanas desde que ambas nos dimos la noticia de dejar la universidad cuando ella dejó de responder los mensajes, no había actualizado su feed de instagram ni reposteado nada en Facebook. Algo no parecía normal, ella era de las que compartía constantemente. Intentaba llamar a su número pero entraba al buzón, empecé a asustarme un poco así que recurrí a todos los amigos que teníamos en común, nadie se había comunicado con ella. Con todas las noticias terribles mi corazón se agitaba cada vez más y mis pensamientos más catastróficos me hicieron ir a buscarla a su casa, jamás había ido ni sabía cómo llegar, ¿por qué si parecíamos cercanas jamás visitamos nuestras casas? ¿Por qué ni mi papá ni sus padres nos conocían? ¿Alguna vez les había hablado de mí? Ni siquiera en la graduación tuvimos una foto, sólo una selfie que no supe dónde quedó, eso era algún tipo de señal que preferí evadir en su momento.
Llegué a su casa gracias a que un amigo en común sabía donde vivía por una fiesta que tuvo a escondidas de sus padres. Y ahí estaba yo, parada frente a una casa con ventanales gigantes en un punto alto de la ciudad.
Toqué la puerta y salió su mamá con un rostro serio y frío.
—¿A quien busca?.
—¿Esta P?
—¿Quién la busca?
—Diana…
Me dejó esperando por veinte minutos hasta que se abrió una reja alta con puntas de lanza, pasé un jardín con un pequeño huerto y el ladrido de un perro al fondo, entré a lo que parecía un estudio, sólo había un escritorio y una silla de oficina, esperé unos minutos cuando se abrió otra puerta y ahí estaba ella, delgada, cabello suelto, largo y negro; ojeras y un semblante de una profunda tristeza. Sólo pude abrazarla sin decir nada, eso fue un momento que nos unió todo el verano.
Un día saliendo del hospital donde hacía mi servicio social nos encontramos en una feria, cuando nos miramos ambas dimos gritos de emoción y saltamos hasta abrazarnos, continuamos saltando y gritando porque nos nos cabía la emoción en el pecho, íbamos acompañadas pero en esos momentos las únicas en el mundo éramos ella y yo, realmente me dio mucha felicidad encontrarla, debido a que ya no nos veíamos a diario como en la etapa de bachillerato así que esos pedacitos de vida en la que lográbamos cacharnos iban de nostalgia a euforia.
P y yo nunca fuimos la típica amistad que es inseparable, de esas que tienen pijamadas y sus padres las reciben en casa con un plato caliente de sopa y las tratan con la misma confianza que a una hermana o prima. Lo que formamos ella y yo sólo fue un compañerismo en momentos difíciles y otros muy alegres, nunca fueron periodos largos de tiempo y nunca tuvimos una pelea con gritos, ni siquiera con stickers, cuando teníamos opiniones distintas simplemente “escuchábamos pero no juzgábamos”.
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De pronto las conversaciones eran cada vez más cortas y las salidas se tornaban silenciosas, algo había cambiado. No algo, yo había cambiado, definitivamente no quería seguir hablando del ex que me hizo odiar mi película favorita ni de stalkearlo con la cuenta fake de P para saber si ya tenía otra relación. Seguir alimentando esos pensamientos y conductas dañinas dejaron de ser cómodas para mí. Y cuando escuchaba sus razones del porqué seguía con el chico con quien mantenía una relación abierta pero la hacía llorar demasiado, sabía que no tenía derecho a decirle qué hacer. Cuando por única ocasión después de un tabaco le dije lo que realmente pensaba acerca de su situación con ese hombre pareció tomarlo muy bien, se rió y me dijo: “tienes razón y lo sé”. Ese día nos despedimos normal para luego compartir por Instagram una foto de nuestros fideos de ramen y un mensaje que sería el último:
—Sabes que te admiro mucho, sin duda me siento muy orgullosa de ver la mujer en la que te estás convirtiendo.
VISTO.
Esperé a que respondiera algo y no pasó. Supe que nuestra amistad había llegado a su fin.

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¿Qué es la amistad entre mujeres? Elena Ferrante escribió una novela increíble sobre este tema (una saga de cuatro libros, de hecho), lo leí con dificultad y resistencia y para la mitad lo dejé, y no me avergüenza decirlo, la verdad encontré incómodo de pronto al leer cómo la rivalidad, la envidia y la competencia se hace presente en tantas conductas entre dos mujeres que llevan años de convivir, conocerse y saber guardar tan bien sus secretos, me hacía sentir molesta.

“Era un temor antiguo, un temor que no había superado: el miedo de que al perderme trozos de su vida, la mía perdiera intensidad e importancia”
La amiga estupenda, Elena Ferrante.
Luego de mi (no) lectura del libro me quedé con dudas sobre mi relación con P, me resultó frustrante pensar que la amistad, que en mi mente se estaba gestando, de un día para otro se había extinto. ¿Había sido yo la desconsiderada? ¿Era yo quien envidiaba la vida de la otra teniendo una actitud egoísta? Pensé en cuántas amigas mujeres he tenido a lo largo de mi vida y con cuántas aún tengo una relación. Opté por pedirles su opinión y su respuesta me dejó con más preguntas acerca de las creencias que compartimos (o no) P y yo, pero la más importante era esta: ¿que nos unía?
No podría comparar la relación que tengo con mis otras amistades, cada una se ha fortalecido de diferentes maneras y a su tiempo, con miles de instantes especiales, y lo que nos ha unido a través del tiempo como dice Vane, mi amiga más “constante” por así decirlo es que sin importar lo incómodo que sea siempre me dice las cosas con honestidad, o como yo diría “al chile”, los límites han sido importantes en nuestra relación, la forma en cómo nos decimos las cosas es una habilidad que hemos ido desarrollando dentro de nuestra amistad, cosa que con P no llegó a concretarse, parecíamos huir de la verdad.
Yo creo que la amistad resulta nutritiva en todos los casos, es decir si termina o si perdura da igual, algo aprendiste de ello y cambió tu forma de ver a la persona o mirarte a ti mismo. Pueden salir cosas increíbles, pero ¿es necesario que todas las relaciones humanas sean para siempre?
Sostener relaciones en dónde los comentarios ya no son opiniones con objetividad en busca de un bienestar, sino desde una crítica mordaz, te lleva a una autovaloración mala. Lo sé porque lo experimenté y no con P, más bien ella y yo hablábamos de ese tema por nuestras relaciones con el sexo opuesto, pero nunca entre nosotras. No le dimos espacio a la negociación de cómo fortalecer mejor nuestra comunicación, porque al llegar a la incomodidad, sabiendo que sobrepasamos los límites de la otra, pudimos tratarlo con la sinceridad que nos caracterizaba. Yo no lo veía, pero nos estábamos sosteniendo la una a la otra mientras transitamos nuestro propio duelo para luego soltarnos y eso no significa que como no fue para siempre no fuimos realmente amigas Duró lo suficiente para dejarme grandes momentos y cambios.