Mientras intentaba tomarme fotos con su cámara digital, yo adoptaba posturas absurdas intentando verme “estéticamente correcta”, alzaba el cuello, metía la barriga y relajaba la mandíbula. Aunque mi torso estirado parecía verse esbelto, mis dientes apretados intentaban retener una carcajada, de pronto mis mejillas hinchadas, la sonrisa de oreja a oreja y el estómago inflamado por una espontánea y auténtica felicidad, me sentía como Julia Roberts en Notting Hill o Anne Hathaway en cualquiera de sus magistrales comedias románticas, pero mi rom-com fue de bajo presupuesto y terminó como la Julia de “comer, rezar, amar”, solo que en vez de ir a meditar a la India me puse un podcast con audios de Deepak Chopra en el piso de mi recamara.
Nombraremos al siguiente personaje de mi pasado como Mr.Cringe, cuando lo conocí me preguntaba si su sentido del humor era una forma de evasión para no ser empático o pensaba que quizás su cinismo lo protegía de no querer mostrar sus sentimientos, o tal vez un aprendizaje de su linaje familiar para relacionarse, y aunque me hacía reír de él, de mí, de ambos, con el tiempo la relación se convirtió en un campo de batalla donde el que reía al último era el más cabrón, eso acabó con mi salud mental y la de él.
Cuando menos lo pensé ahí estaba yo, riendo mientras lloraba porque técnicamente yo era la chica de quién se desenamoran para luego encontrar a su verdadero amor. La ciudad y su departamento eran el set minado con restos de un amor ácido; el vato de camisas Hawaianas y calcetines de Star Wars me dijo que la comedia le había salvado la vida y poco después de iniciar su carrera en psicología su estilo cambió por camisas de colores sobrios, pantalones rectos, tenis casuales y de estar en una relación a otra. Irónico, ¿no?
Fue curioso porque durante el tiempo que compartimos él era espontáneo, un personaje que le veía el lado divertido a cualquier cosa, si había una discusión después de la disculpa siempre salían chistes y mofas de lo que había pasado una hora antes, a veces me enojaba más y otras parecía suavizarme, al punto en que no recordaba por qué estaba molesta. Recuerdo incluso al muppet que tenía para incluir en su rutina, todo eso me parecía fascinante, porque en mi mundo no cabía la idea de reír solo porque sí, como si debiera planear la felicidad.

Mi terapeuta de entonces me dijo que reírse de uno mismo, a veces resulta incómodo, o quizá hasta ofensivo, te ves obligado a mirar hacia dentro y encontrar lo absurdo de tus pensamientos, ver lo irracional de algunas creencias que pasan por la mente, distanciarse de situaciones difíciles para darles otra perspectiva, obviamente no aplica para todas las circunstancias, pero puede ser terapéutico.
En sesión:
-Imagina que la discusión que tuvo tu papá con Mr. Cringe fuera una escena de la familia peluche
-¡Jaja! Pido ser la sirvienta, la neta.
-Bueno esa es una elección interesante, ¿Qué papel quieres interpretar de ahora en adelante?
-Atrapada.
Cuando él se fue, mi autoestima quedó por los suelos. Reirme de mi misma era trapear el suelo, pero aún así empecé a buscar formas en las que pudiera seguir riendo, no pude sola, así que lo hice con ayuda de comedia hecha por morras, mis amigas y unas cuantas lágrimas, reír era en un acto de pura necesidad para aliviar el dolor que sentía. Quizá él tenía razón cuando dijo que la comedia le salvó la vida, algo de eso me causaba menos preocupación y estrés por no tener el control sobre lo que creía debía tener.
Mr. Cringe y yo teníamos un diario en formato de video sobre nuestra relación, lo hacíamos una vez cada mes, él se quedó con eso y yo me quedé con el recuerdo de todas las buenas risas que pasamos al grabar, del cringe que sentía por mi misma cada que lo hacíamos pero a su vez de la autenticidad y cercanía que sentía al final de cada video.
Jugar y bromear con libertad ya no era un tema de pareja, era algo mío que empecé a usar en mi día a día, al inicio esperaba con ansias que con un par de meses toda la historia se convirtiera en una divertida anécdota, pero honestamente no fue así de inmediato.
Aunque era difícil sonreír después de su partida, puedo decir que, paradójicamente tras un par años, me siento mucho más relajada y cercana a aceptar planes que incluyan unas cuantas carcajadas y dolor de estomago de tanto reír o comer que de otros más estructurados.
La felicidad es a veces y a ratos, por eso creo que compartir nuestros monólogos internos podría identificar o cautivar a otros quienes pasan por algo similar, quizá no es para todos ni salvará a toda la humanidad de la depresión, quizá solo necesitamos encontrar una tribu en la que podamos sentirnos cómodos riéndonos de nuestros traumas o tragedias y decir “JAJA sisoy”.