agosto 25, 2021

Lo que te iba a contar

By In Ensayos

Ya lo sabes, uno de los recuerdos de la infancia de los que más habla nuestra familia es de cómo D y yo nos quedábamos dormidos mientras comíamos sopa en casa de mi abue o de alguna de mis tías. También ya lo sabes, no sé si es una virtud o un defecto, pero tenemos esa habilidad de poder dormirnos en casi cualquier lugar o momento.

No, no soy la mejor para desvelarme y cuando lo hago debe haber razones de peso: tareas  o trabajos importantes, una fiesta o cumpleaños que me trae mucha pero mucha felicidad o pasar la noche acompañando a una persona que amo y está enferma. 

Foto de Pavel Danilyuk en Pexels

Recuerdo que te mudaste a Durango en 2015 para estudiar acá. Yo empezaba mi quinto semestre de la universidad (uno de los que se sintieron más pesados) y estaba muy enfocada en seguir mi plan de vida de ser una estudiante brillante y sumar puntos para ser ESO que quería ser profesionalmente. Así que cursaba mis clases, hacía mis prácticas profesionales y los fines de semana tomaba clases de inglés que debí haber cursado muchos años atrás. 

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Entre todo eso, algunas veces aceptaba tomar una caguama contigo y J los viernes, a veces sólo éramos tú y yo. Me da nostalgia pensar en todas esas noches de taquitos o sándwich de queso viendo Modern Family o Harry Potter, o sólo hablando de vatos y cantando en el karaoke canciones viejas de Sin Bandera. 

Regularmente, quizá nueve de cada diez veces, yo me quedaba dormida en la mesa a un lado de la caguama mientras ustedes seguían buscando canciones en la laptop. ¿Recuerdas mi coartada? Era que a la mañana siguiente tenía que estar en mis cursos de inglés, comenzaban a las 9:00 y duraban alrededor de cinco horas. 

Obviamente eso ameritaba una burla parecida a la de quedarse dormida sobre el plato de sopa. 

***

Fue un sábado de 2017. No recuerdo por qué J y yo elegimos ese día. Sé que era sábado porque a la mañana siguiente me quedé a dormir en casa mientras mis padres iban a misa. 

Nos preparamos para dormir lo menos posible: algo de beber, chamarras para estar cómodas (pero no tanto) y series descargadas. Nuestra guardia empezaba entre 9:00 o 10:00 de la noche y no dependía mucho de nosotros la hora del fin a la mañana siguiente. 

En el fondo a mí me daba miedo quedarme dormida, como pasaba siempre. No era válido quedarle mal a J, mucho menos quedar mal contigo. Me daba más miedo que algo pasara mientras estábamos nosotras ahí, que tuviéramos que tomar decisiones, hacer llamadas o recibir malas noticias. Todas esas son cosas posibles cuando estás en una sala de espera en terapia intensiva. 

No sucedió. Las horas pasaron y J y yo hablamos mucho. Vimos series. Volvimos a platicar. Quizá cerramos los ojos por unos momentos sin quedarnos dormidas por completo. Estuvimos alertas. No recuerdo de qué iba la conversación, supongo que mucho fue acerca de ti, de los viernes de caguamas y las cosas que te gustaban. A mí me invadía la idea de que si lograba no dormir, te lo contaría cuando salieras de ahí. 

J y yo terminamos el turno a una buena hora por la mañana y finalmente nos fuimos a descansar. Había sobrevivido todas esas horas sin caer, estuve para ti sin que me ganara el sueño. Esa era mi idea de un chiste muy simple para intentar hacerte reír luego de pasar días en el hospital, pero nunca pude contártelo. 

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