agosto 25, 2024

El dilema del erizo

By In Especiales

Por Fernanda Hernández

¿Hasta dónde podemos acercarnos sin lastimar a otra persona y sin que ella nos lastime? Esa pregunta me rondó la cabeza una noche en la que fui con Raúl al Under, un antro en el que el post-punk, el synth pop y rock se adueñan de la pista y de los cuerpos de los bailarines.

Parece una pregunta profunda para hacerse en una noche de baile, música y alcohol, pero fue justo la borrachera la que nos trajo la reflexión

—Busca en YouTube, el dilema del erizo, vas a ver—, nos decía un chico al que encontramos en una de las salas para fumadores.

—Ya, carnal, ahora lo busco—, le respondía Raúl, medio de mala gana ante la petición.

—Pero búscalo—, insistía el chico, que no quería soltarnos hasta que no lo encontráramos.

Lo que quería que encontráramos era un fragmento de Evangelion, un anime de culto, donde explicaba esta paradoja. En realidad, el origen de esto viene del filósofo alemán Arthur Schopenhauer y apareció publicado por primera vez en 1851, casi siglo y medio antes del estreno de Evangelion.

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La parábola de Shopenhauer explica que los erizos buscan el calor de los otros durante el invierno, pero el dolor que les causan las espinas de los otros los obligan a separarse. El frío, sin embargo, hace que se reúnan de nuevo, así que debieron encontrar una distancia adecuada para poder brindarse calor sin lastimarse.

Se trata de una metáfora de las relaciones humanas, de cómo la vulnerabilidad es necesaria para tener conexiones significativas, aunque esto signifique arriesgarnos a que nos lastimen.

No recuerdo por qué comenzamos a hablar del dilema del erizo, ni por qué la insistencia del chico, aunque sospecho que solo buscaba hacernos plática para que le disparáramos una caguama y seguir la fiesta, pero, por lo menos a mí, la paradoja me siguió dando vueltas esa noche mientras la música me hacía vibrar el cuerpo.

El dilerma del erizo
Foto de Ruslan Alekso de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/foto-de-personas-en-concierto-1928131/

Raúl y yo nos habíamos vuelto muy cercanos en la primavera de 2022, a pesar de conocernos por lo menos desde hace ocho años. Nos reencontramos en una marcha en febrero después de no saber el uno del otro desde 2019, cuando los dos formábamos parte de una iniciativa para proteger los derechos de los periodistas.

Los dos pasábamos por momentos muy complicados de nuestras vidas. Yo venía de terminar una relación de pareja en la que los celos y el estrés emocional me tenían agotada, triste y solitaria. Raúl, por su parte, estaba ahogado en deudas, angustiado por su carrera. 

Nos servimos de tabla de salvación en un momento en el que ambos, de alguna manera, sentíamos que nos ahogábamos.

Los dos habíamos decidido abrirnos al otro, mostrar nuestras heridas y nuestras inseguridades, nuestras muchas dudas sobre nosotros mismos y los caminos que habíamos decidimos tomar.

“Eres mi Virgilio”, me decía mucho por entonces, en referencia al filósofo romano que guiaba a Dante a través de los círculos del infierno en la Divina Comedia. Nos ayudábamos a atravesar los avernos que nosotros creamos.

Él no dudó en mostrarme los sitios que amaba. Me llevó a una sucursal del Under en el sur de la ciudad. Esa noche necesitábamos dejar de pensar un rato y mover el cuerpo. Un DJ vestido de vampiro era nuestra guía esa noche, con su selección gótica y punk, que nos hacía saltar, mientras él hacía movimientos dramáticos, como el protagonista de una película expresionista.

Foto de cottonbro studio: https://www.pexels.com/es-es/foto/blanco-y-negro-hombre-pareja-amor-10071552/

Esa noche, quizás, fue en la que rompí la distancia adecuada que Raúl y yo habíamos encontrado en nuestra convivencia. Después de bailar por horas y de beber mucha más cerveza de la que mi cuerpo podía aguantar, lo besé. Lo rechazó de inmediato y me alejó de su cuerpo estirando ambos brazos.

“Fer, eres una mujer increíble, pero quiero tenerte en mi vida mucho tiempo, no solo un rato.

Me conozco y te conozco, sé que si intentamos una relación de pareja esto durará dos o tres años y nos iremos de la vida del otro para siempre, y yo no quiero eso, yo te quiero cerca”, me dijo, consolándome. Ese rechazo se sintió como pequeñas espinas clavándose en mi piel.

No creo que estuviera enamorada de Raúl, ni entonces ni nunca, pero quería volver a sentir lo que sentía en mi relación, esa cercanía física. Él no era la persona que podía proporcionarme eso.

Poco después del beso fallido, un empleado llegó a decirnos que el lugar estaba a punto de cerrar. En la salida, nos sorprendió un amanecer naranja. Pedimos un taxi para irnos juntos, mientras esperábamos vimos al DJ saliendo del brazo de una chica. “Vaya, hasta él sale de aquí con pareja”, dije ironizando.

Desde entonces, Raúl y yo hemos mantenido una distancia adecuada, como buenos erizos, para darnos calor y refugio, pero sin clavarnos de nuevo espinas.

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