No me gusta dormir acompañada.
Desde que era niña, me cuesta conciliar el sueño cuando siento a alguien a mi lado. Y ahí estaba, poco antes de cumplir 21, en la sala de un violinista que acababa de conocer, sintiendo como el sueño me ganaba mientras estaba recargada en su pecho, sin entender lo que ocurría. Como en la escena final de Las Intermitencias de la muerte, de José Saramago, en la que muerte por fin puede descansar en los brazos del violonchelista.
Aún hoy, ocho años después, él es la única persona con la que puedo dormir.
Por algo el novio que llegó después no superaba los celos que le tenía, aunque juraba que sí.
Esta es la historia del Voldemort que jamás pensé que sería Voldemort.
***
19 de julio de 2012.
Entro al restaurante.
La mesa 12 de Valadez.
Mientras avanzo, giro un poco hacia la izquierda, guiada por la música, y descubro que dos músicos tocan mi canción favorita de Coldplay. El pianista está concentrado, pero el violinista me mira. Sonríe. Algo me paraliza.
“Conocerse es el relámpago”, escribió Pedro Salinas.
Con el paso de los años, recordaré esa noche como la escena en El gran pez en la que el mundo se detiene cuando encuentras al amor de tu vida.
Coldplay suena toda la noche. El pianista, que será por siempre nuestro Cupido, se levanta y me dice que me dedican la última canción. Yo tomo mi cámara fotográfica y sin pensarlo avanzo hacia ellos. Les tomo una foto y luego, por presión de Cupido, el capitán de meseros me toma una con ellos.
El relámpago, por siempre atrapado en una imagen.
Un mes después, el mismo día que me quedo dormida en su pecho, el capitán de meseros le dirá, en secreto, que por la forma en que lo veo no sabe si me enamoré de su música o de él.
Y yo pensaré que es lo mismo, que me atrapa su música como sus labios juegan a atrapar mis lunares y le confesaré que sí, que no entiendo nada, pero estoy enamorada.
***
Mis amigos y yo solíamos bromear con que seguramente ganaríamos el concurso de Martha Debayle en el que le pagaba la boda a la pareja con la mejor historia de amor.
Yo todavía creo que lo hubiéramos logrado.
Había una familiaridad que siempre nos acompañaba, como si nos conociéramos desde veinte años antes. Por algo nuestra canción hablaba de la gravedad. Hay algo jalándome hacia él, todo el tiempo. Desde Durango o Madrid o Ciudad de México a Guanajuato. Haciéndome sentir en casa, sin dudas, desapareciendo el miedo. “Nadie me entiende como él”, le dije una vez a Lore. Y era verdad.
Y supongo que por eso nunca pude hacer el cierre.
***
Es 2015 y los dos hemos terminado otras relaciones.
Un mensaje de texto me llega a Madrid.
Una exposición de Leonora Carrington en Guanajuato.
Una terraza.
Un abrazo sin luz.
Siempre fuimos Coldplay y ahí ya éramos Taylor Swift.
“They loved each other recklessly”.
“Are we out of the woods?”
***
Es diciembre de 2020 y yo he pasado un año jurándole a todas mis amigas que encontré la clave, que el violinista y yo podemos ser sólo amigos. Pero un día, alguien me pide que me mude con él a Chihuahua y yo respondo que no sin siquiera considerarlo. La idea me parece absurda, pero me doy cuenta que siempre he estado completamente dispuesta a mudarme a Guanajuato.
Y ocurre el quiebre.
Diario recibo fotografías de los ojos verdes del violinista, de su casa y de sus sobrinos: dos niñas de ojos grandes y piel blanca, un niño de rizos negros. Y me doy cuenta que nada ha cambiado, que llevo años engañándome. Que daría lo que fuera por vivir con él en una casa con terraza en Guanajuato, rodeada de sus partituras y mis libros.
Siento que algo se abre de nuevo y se rompe al mismo tiempo.
Porque sé que él no quiere compartir su vida con nadie. No conmigo, al menos.
Hace tres años, le dije en una nota de voz por WhatsApp que no quería ser siempre la chica que nunca elige.
Ese audio sobrevivió en mi celular desde entonces, y lo encontré por casualidad en diciembre: un golpe de realidad.
“Sé que un día será demasiado tarde para estar contigo”, me dice. Y yo, que lo que mejor sé hacer es aferrarme a todo lo que amo, no entiendo cómo puede sólo esperar ese día, resignarse a que el tiempo disuelva el relámpago.
Y sé que nunca salimos del bosque.
Que espero que este sea el cierre.
Que toca dormir sola.
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