Este texto fue escrito como parte de un ejercicio de la 9na generación de la #RedLATAM de Distintas Latitudes.
Por Carolina Díaz
Fue diagnosticada con artritis reumatoide desde hace más de veinte años, pero Donata Carvajal Quispe no ha dejado de moverse a pesar de sus limitaciones físicas. Es una mujer indígena, con discapacidad, abuela de tres, pero también una persona torturada por el Estado por ejercer su derecho a la protesta.
Ha viajado más de 10 mil kilómetros para contar, en un comité de las Naciones Unidas en Ginebra, que en 2024, mientras se manifestaba sentada, una vez más, contra el autoritarismo y la represión del gobierno, 20 policías la detuvieron, la desnudaron, llenaron su cuerpo de moretones, la hicieron dormir en un hueco con desechos humanos y se burlaron de su ropa y de su lengua, el quechua.
“Nunca dejaré de gritar Dina asesina”, dice, como consigna contra la presidenta peruana. No pierde la esperanza, tampoco la dulzura. Responde a los golpes con abrazos. No quiere ser como ellos. No quiere ser como el hombre de pie a sus espaldas, quien, minutos antes, aseguró que el Perú siempre ha respetado los derechos humanos.
A pesar de todo, Donata confía: nunca nadie ha conseguido sostener una mentira durante tanto tiempo.

Tal vez te interese leer: Archivos como resistencia al olvido. Cristina Rivera Garza y su narrativa