Tratándose del olvido definitivo, asignable a la desaparición de las huellas
es vivido como una amenaza: contra el olvido hacemos memoria,
para ralentizar su acción, incluso para mantenerlo a raya.
Paul Ricoeur en La memoria, la historia, el olvido.
Uno de mis más grandes miedos es la idea del olvido, no de la persona que fui, soy y seré y que, en el futuro inevitable terminarán refiriéndose a mí en tiempo pasado, sino en la omisión de los recuerdos que han marcado muchas injusticias a lo largo de la historia de la humanidad. Ese olvido me aterra porque me recuerda el control que se ejerce sobre el colectivo social a partir del uso de poder y el tener necesidad de una historia oficial llena de momentos épicos que omiten, en ciertas ocasiones, la cruel realidad detrás de esos sucesos. Aquí muchos debatirían sobre la existencia del archivo histórico como la verdad absoluta y que sustenta la existencia de esos momentos. Mi respuesta a esas personas que buscan la utópica (me refiero a imposible, pero hermosa idea) de una verdad absoluta, es partir de la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría si esos archivos los concibiéramos como fragmentos de una memoria que nunca estará completa y puede estar sujeta a interpretarse desde quien la observa en la actualidad? Si bien la memoria es un territorio muy complejo, todos recordamos de manera diferente y construimos nuestros recuerdos desde fragmentos que van armando una imagen total de esa realidad que creemos como verdadera.

Es probable que este pensamiento pasara por la mente de Cristina Rivera Garza, quien logra teorizar sobre este tema en varios ensayos como Escrituras geológicas o Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación, donde, si bien su enfoque se establece en la noción de destacar geografías y el uso del archivo histórico dentro de la narración de relatos, ya sean ficcionales o no, coincido con la escritora mexicana que existe un carácter de interpretación de esos fragmentos de la memoria que pueden tomar rumbos diferentes, dando así un camino de análisis de lo histórico que no sólo es la perspectiva de quien escribe, ya que quien recibe el mensaje aplica otra interpretación y las nociones de los geográfico y lo histórico terminan por difuminarse con el paso del tiempo. Es como enmarcar una imagen y basarse sólo en ese marco para recuperar información de un recuerdo o suceso, es decir, dejando muchos elementos fuera de foco. Aquí quiero aclarar la existencia de una puesta en duda de la memoria y del archivo histórico, no para desmentirlo ni negarlo, sino para contemplarlo como maleable por las personas que tienen acceso a él.
Interpreto desde mi lectura que Cristina Rivera Garza trata de demostrar esto en su escritura, ya que, siendo historiadora, ha notado la maleabilidad de la investigación e interpretación histórica y, desde sus libros ficcionales y no tan ficcionales, ha logrado concebir historias que parten de la narración de un archivo histórico. Aquí es importante abordar el libro que fue la inspiración para estas líneas y el que comenzara un proceso de reflexión obsesiva sobre el uso de la memoria en el arte, la literatura y en la historia. Me refiero a Autobiografía del algodón, publicación muy leída por los estudiosos de los textos de Cristina Rivera Garza, pero que es necesario dar a conocer en general por la propuesta estilística donde el documento histórico, lo narrado por José Revueltas y la experiencia de una reflexión propia, convergen para crear un relato sobre los sembradíos de algodón en Tamaulipas, junto con la migración y desplazamientos de los indígenas en la búsqueda de trabajo para subsistir.
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Dentro del relato existe un manejo del archivo histórico bajo el testimonio, el uso de fotografías, los textos que corroboran sucesos, entre otros; donde la autora denota su interés por la interpretación de los fragmentos de la memoria que va encontrando y que marcan el inicio de la escritura a futuro de un relato. Donde la experiencia personal se entrecruza con esos recuerdos de un recorrido realizado por la autora a través de una Tamaulipas sitiada por la guerra contra el narcotráfico y la guerra contra los cárteles por parte del calderonismo en México, al igual que la necesidad de una búsqueda de un origen familiar con uno de los recolectores de algodón. Esta recopilación de textos es un gran ejemplo de cómo nuestro imaginario social ha omitido ciertas partes de la historia, ya que no muchas personas guardan memoria de la huelga ocurrida en ese lugar, pero que al rescatarse pueden volver a ser narradas. Escucho al lector objetando por la ficción dentro de la literatura que se inspira en este proceso, pero ¿no la historia también puede convertirse en una forma de ficción? O replanteando de manera más puntual, ¿qué tanto de la historia es veracidad y qué tanto es interpretación de unos fragmentos?

Mi intención no es considerar a la narrativa de Cristina Rivera Garza como la máxima veracidad, sino como la creación de un relato que nos lleva a sucesos cargados de injusticias hacia comunidades sociales marginadas fuera del imaginario social mexicano establecido. Donde la migración indígena al norte de México por falta de trabajo no debe interpretarse solamente como la búsqueda de supervivencia, porque el migrar tiene dos caras de la misma moneda como bien lo menciona la autora en la página 156: “Migrar también es borrar. Y ser borrado”. La frase es importante para hablar del rescate de esos fragmentos, de evitar borrar las injusticias que cometimos como sociedad y poder seguir recordando lo que somos capaces como seres humanos, tanto de lograr ayudar a otros, como de perjudicarlos de manera violenta.
Regresando a la migración, la idea de borrar algo del mapa tintado a partir del relato nacional es una forma de olvido, de omisión que reubica personas para seguir una clara ideología nacionalista excluyente de algunas partes del espectro social. Por eso pienso que el trabajo de Cristina Rivera Garza, no pensado como el único en su tipo, es importante para conservar y pelear contra ese proceso ideológico cargado de utopismo, donde los afectados suelen quedar fuera del esquema cis-heteronormado-blanco. En el caso de Autobiografía del algodón, existe una mirada hacia lo indígena y el mundo de la agricultura al que han sido sometidos por el sistema. Un sistema que se basa en desmemorizar y tratar de archivar en un estante los actos de injusticia cometidos por el Estado. Este tipo de escrituras son importantes para ir en contra de la desmemorización, de ese olvido sistemático que comienza a replicarse como las ondas de un estanque hasta que alcanza niveles masivos a nivel social.
El trabajo de Cristina Rivera Garza es importante para conocer eventos históricos que no son muy conocidos, pero también se debe tener en mente que la obra de la autora se puede interpretar como un posicionamiento político ante el olvido sistemático. Actualmente, leer narrativas de este tipo es importante para indagar en las memorias dememorizadas. Más en una era donde la ultraderecha está tomando fuerza y el conservadurismo puede tratar de invisibilizar ciertas experiencias que no son consideradas importantes, es decir, de aquellas minorías sociales que son violentadas por las ideologías conservadoras que buscan un imposible social. Estas narrativas se convierten en un medio de memoria que, desde la literatura, logran rescatar las huellas y fragmentos de esas experiencias para luchar en contra de ese olvido definitivo.