marzo 15, 2022

Dos Méxicos

La Marcha del #8M en la Costa de Oaxaca fue distinta a la de otras ciudades

By In Crónica

Salieron luego de las cuatro y media de la tarde, tal y como lo habían anunciado en redes sociales, tenían pañoletas moradas y verdes, unos preciosos  carteles violetas y toda la pinta de estudiantes, con bien poquitos rastros de las alrededor de dos mil 500 mujeres que viven entre Puerto Ángel y Zipolite,  es decir, asistieron menos del 5 por ciento de las mujeres que viven entre estas comunidades; aún así, el movimiento morado se dispersaba, poco a poco por la costa de Oaxaca

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Y es que hay dos Méxicos, el de las grandes marchas por el 8 de marzo, con contingentes que no terminan de pasar por las calles de centros históricos como el de la Ciudad de México, Sonora y Oaxaca; con colectivas bien definidas y dirigentes con cara y sin miedo, y este, el de los pueblos chicos y los infiernos grandes, en donde alguien te vio, en donde uno denuncia cualquier cosa para luego tener que salir huyendo para conservar la vida, el de las comunidades más pobres que más normalizan la violencia contra las mujeres. Y ellas, unas mujeres recién acabadas de crecer, encabezaban la visibilización de la importancia de cuidar la vida de las mujeres. 

Eran poco más de cien mujeres, sus pieles doradas por el sol y todo el cansancio de haber hecho malabares para acabar de estudiar y/o trabajar para luego llegar a la marcha eran más evidentes que en las grandes ciudades. Mexicanas y extranjeras caminaron bajo el sol por la carretera de Zipolite a Puerto Ángel. Casi cinco  kilómetros bajo una sensación térmica de 30 grados centígrados: también pasaron por la curva donde murió Sol, una estudiante por la que todavía nadie ha encontrado justicia, donde jóvenes han casi perdido la vida por putos 20 pesos y un cochino celular, donde los accidentes automovilísticos están a la orden del día solo porque pasaron por la carretera de la impunidad, en donde se evidencia que los recursos no llegan para el reencarpetamiento e iluminación de una curva que a todo el mundo le da miedo. Si no hay dinero para eso, mucho menos para garantizar la seguridad de las mujeres que viven lejos de las ciudades, en este caso, el de las que viven en la costa de Oaxaca. 

Son dos Méxicos porque mientras en las ciudades hacen pintas y queman todo, en la costa aún se percibe el miedo de las represalias que aquí casi todas se vuelven reales, el miedo en la costa está justificado por testimonios de mujeres víctimas de abuso sexual y por la ausencia de justicia, por eso la marcha, con su centenar de mujeres, en comparación con las más de 80 mil que se han contabilizado en marchas feministas de la Ciudad de México, fue tan significativa.

Casi todas eran estudiantes y algunas de sus maestras, artesanas y otras tantas habitantes de la comunidad. Ya no tenían miedo de gritar fuerte ninguna consigna, ni de cantar por las 10 mujeres muertas a diario en México. Aún así asistieron muchas más que el año pasado, dijeron algunas habitantes de la comunidad. 

Hubo quien les dio agua y también quienes tomaron fotos para el recuerdo desde sus terrazas. Mujeres que nacieron aquí y miraban de reojo el contingente sin soltar la escoba ni dejar de barrer, porque no hay tiempo para esas cosas, señoras que refunfuñaban que la marcha era una estupidez, taxistas y vehículos particulares que se unieron con sus claxons, ayudando a las menos de 10 cacerolas que clamaban justicia y una vida libre de violencias para las mujeres de la costa. 

Sí, hay dos Méxicos: el de las grandes ciudades, con mujeres que se acuerpan porque son muchas y siempre hay alguna cerca; y el de ellas, con pequeños grupos de mujeres que se dan cuenta que ante la desprotección del Estado y de sus compañeros hombres solo se tienen a ellas. Así que conocidas y desconocidas se despiden en un abrazo luego de la marcha, convencidas de que el año que viene habrá más mujeres, y si no, de menos saben que no están solas porque hay varias por ahí entre las calles, con la pañoleta morada escondida entre sus cosas.

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