agosto 25, 2021

Las flores me recuerdan a ti, Abu

By In Ensayos

En memoria de Candelaria Ruiz Santillán

El sol se hacía presente un sábado a eso de las 8:30 a.m., mamá nos había dejado a mi hermana y a mí con la abuela Victoria, sobre mi espalda cargaba una mochila, en su interior un par de bolígrafos, una libreta, varios juguetes y unas cuantas monedas por si queríamos comprar algo. 

Dentro de la casa se encontraban las mismas personas de todos los sábados a las casi nueve de la mañana: mi abuela, mi abuelo y mi bisabuela, doña Cande.

Que ella estuviera ahí muy temprano significaba una cosa: comprar su “mandado”. 

Antes de que la mochila pudiera tocar el sillón, mi bisa –Abu– ya estaba pidiéndome que sacara mi libreta para hacer una lista y luego surtirla en la tienda que tiene mi abuela. Me gustaba mucho ser quien escribía y hacía las cuentas, posiblemente mal, pero lo intentaba. 

Recuerdo exactamente cómo era el orden y qué pediría, mientras sus manos arrugaditas se cruzaban sobre el delantal y sus dedos jugaban entre sí para tratar de acordarse. Comenzaba a dictar: “Un jabón de teja, tres papas, una cebolla, ¿tienen cerilleras? Póngame dos, ¿galletas crackets? También unas –eran sus favoritas–, que no se le olvide ponerme las sopas, un cubito de caldo de pollo, café, tres rollos y unas Sabritas de sal”. 

Al terminar de empacar todo, sacaba su monedero, unos billetes hechos rollito que se extendían sobre la codera del sillón, y luego de juntar exactamente el total, se lo entregaba a mi Vicky, era una pelea constante por no aceptarlo y ella querer pagar porque era negocio.

Después de almorzar le acompañaba hasta su casa, que estaba muy cerca, para llevar las cosas y ayudarle a acomodarlas. Siempre me mantenía a su lado, necesitaba un apoyo extra a su bordón, el cual era muy fácil de reconocer por el ruido que hacía un pequeño balín suelto. 

Su hogar era como estar en una pequeña casita de juguete, varios árboles frutales, decenas de plantas sobre el jardín y en el interior un olor a comida de rancho -como decía ella-, galletas y café. 

Ese día me llamó demasiado la atención un par de florecillas de distintos colores, pero en un mismo tallo, me quedé pensando por unos segundos si eso podría ser posible y luego alcancé a mi Abu. 

Antes de que pudiera formular mi duda, porque ella era experta en el tema, dijo: “Son amores de un rato, un día pueden florear amarillos, otros blancos, otros rosas o dos colores a la vez”, terminó de sacar la última cosa de la bolsa y me hizo una seña para que le siguiera hacia afuera.

—No se te olvide, amores de un rato—, repitió de nuevo mientras con mucho cuidado empujaba una barrica para tomar asiento cerca de las flores.

—¿Quieres un brotito?—, bajó su cabeza y me miró por arriba de sus pequeños lentes. Asentí y con mucho cuidado lo sacó.

Duramos exactamente una hora y media hablando de flores, pero particularmente de esas, me explicó los cuidados y la historia de por qué se llaman así. Agradecida por aquella lección de botánica, me despedí y regresé con la abuela; a partir de ahí, me volví muy fan de las plantas. 

Años después iba hasta su casa y tomaba el pedido de lo que quería, porque mientras el tiempo transcurría, ella podía un poco menos, aunque nunca dejaba de hacerse la fuerte, tanto así que salíamos a ver y regar sus plantitas por las tardes. 

Cuando recién empecé a estudiar comunicación, la visité para contarle, me escuchó atenta sentada sobre el pequeño sillón cerca de su cuarto, asintiendo a lo que le decía, tal cual lo hacía yo cuando ella me hablaba de las flores. Se mostró feliz y me dijo que le echara ganas en todo momento, para ser alguien en la vida e ir por lo que uno quiere. 

Mientras me aconsejaba, pensaba en lo rápido que iba envejeciendo, su bordón ya no era su apoyo, ahora una andadera y daba pasos aún más pequeños y lentos de lo normal. No quería que le pasara nada, todavía había mucho que aprenderle y obviamente tenía que ver a su bisnieta como toda una licenciada. 

Y lo logró.

Para 2018 la familia decidió realizar un día de campo por las vacaciones de semana santa. Aunque la Abu ya batallaba un poco para andar, la llevamos para que se despejara un rato y conviviera con sus bisnietos, que somos demasiados. En ese entonces yo ya llevaba al menos unas dos materias de fotografía vistas, así que sin dudarlo comencé a tomar fotos a todos, entre ellos a doña Cande, quien se veía pensativa. 

Cuando las edité observé detalladamente sus facciones, se podían ver los años vividos, la sabiduría y sí, el cansancio. Recuerdo que esa foto la subí a Facebook y tuvo muchas reacciones, no sé si porque fue una buena captura o por el simple hecho de mostrar a una gran mujer. 

A partir de ahí ya no fue lo mismo, mi Abu no podía ni siquiera estar de pie, así que sólo se la pasaba en su cama tratando de continuar, aunque la terquedad era constante por moverse y volver a lo de antes. 

En ocasiones cuando iba a verla y quedarme un ratito a platicar, me pesaba bastante el verla llorar porque se había “acabado”, como decía ella. Yo, en mi intento de seguir dándole ánimo, sacaba algunos chistes u otro tema de conversación, pero también temía mucho por lo que pudiera avecinarse en cualquier momento. 

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Todo continuaba de lo más normal, este año pasamos su cumpleaños con mucha precaución porque la pandemia de covid continuaba. Para este 2 de febrero, le llevamos una rosca con chispas de chocolate, mi Vicky le hizo su comida favorita -picadillo dulce- y no faltaron las flores que tanto le gustaban. La pasó feliz y rodeada de mucho amor.

Meses después la Abu se puso mal, yo pedía a todos los santos que no pasara a mayores y que por ninguna circunstancia fuera a dejarnos. Recé como alguna vez me enseñó y funcionó. 

Fui a visitarla, pero por alguna razón no me conocía, quizá era el medicamento, así que sólo me limité a decirle que todo estaba bien y que tenía que echarle muchas ganas porque todavía había mucho por hacer. 

Mientras ella estaba en el hospital, me puse a pensar en lo mucho que le temo a la muerte. Incluso me cuestiono el por qué sucede, ¿por qué la vida se empeñaría en dejarte un vacío y llevarse a quien más quieres?

Bastantes semanas después de cuestionarme todo esto, sucedió.

Junio 2021

La brisa corrió por la ventana entreabierta, las gotas de lluvia comenzaron a sonar más fuerte, un par de relámpagos se hicieron presentes, después cayó un trueno y pensé en ti, abue, porque alguna vez dijiste que te daban miedo y te escuché rezar.

Miré el reloj, eran casi las cuatro de la mañana del martes, me levanté mientras la conversación de mi mamá era más extensa, me recosté a su lado y luego colgó. La miré intrigada, guardó silencio unos minutos y luego confirmó la ausencia de alguien, ese alguien que no podía creer que eras tú.

Horas más tarde, desperté esperando que todo fuese un mal sueño, pero no. 

Caminé a mi habitación y saqué el álbum de fotos, busqué entre todas una donde estuvieras tú para tenerte muy presente y por fortuna te encontré en varias, en dos de ellas estábamos tú y yo solas, sonriendo. Una en mi primer año de vida y la otra cinco años después en mi graduación del kinder. 

Llegamos a donde estabas, nos dirigimos hacia el féretro, te veías tranquila, con una paz que seguramente todos habían notado, sé que estabas mejor y eso me mantuvo con calma, aunque no evitó que te llorara, porque sabía que no volvería a escucharte. 

Me despedí de ti un par de veces, te pedí que ahora te fueras en paz, habías dado todo y por todos, y tu familia había estado muy cerquita para contarle a los que vienen cómo era la bisabuela Cande. Te agradecí por todo lo que me dejaste y guardé tus recuerdos aún más cerquita del corazón. 

Días después de tu partida, en distintos lugares detecté ese dulce olor a flores, ni siquiera lo pensé dos veces, sabía que eras tú. 

A lo largo de mi vida he visto cómo las personas pierden a sus seres queridos, de lejitos, sin sentir esa ausencia tan cerca. Podía ver como mis amigos, compañeros, amigos de mis papás, amigos de mis abuelos, amigos de mis amigos, lloraban y externaban su dolor de distintas maneras.

Y ahora estaba yo buscando como calmar el dolor y honrar tu presencia. 

Nada volverá a ser lo mismo, aunque estoy segura que estarás presente en cada paso que dé y cuando necesite claridad a una respuesta o algo que quiera hacer, serás la primera en tratar de guiarme. 

Te veo en un tiempo, Cande, mientras tanto, no dejes de aparecer en cada flor que encuentre, porque es justo ahí donde pienso verte siempre. 

Hasta pronto, Abu.

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