Hubo muchas traiciones a mi alrededor en el 2018. Y no es como si la traición nunca me hubiera encontrado antes o después, pero hasta ahora, esas se mantienen como las más dramáticas.
Me desvelé mucho ese año, principalmente pensando en cómo podía dejar de sentirme a la deriva y en porqué todos actuábamos de la manera en que lo hacíamos. Pero la que tengo más presente es la desvelada de mitad de año, que empezó con el suéter negro de la traición.
Cuando supe que a quien creía mi mejor amiga de la universidad me había traicionado, le compré ese suéter negro a su enemiga. Sentí que de alguna forma eso balanceaba las cosas, pero la verdad es que no sabía qué más hacer. No quería enfrentarla porque significaba enfrentar todo lo que nos había llevado a ese punto, así que escapé. Me mantuve ocupada por semanas hasta que a un mes de mi cumpleaños, borracha de insomnio y harta de mis pensamientos nocturnos, le envié un mensaje en la madrugada. No me contestó hasta la mañana, pero la conversación se tornó rápido en grandes bloques de texto.
La carga de resentimiento implicada en sus respuestas me entristeció. Siempre creí que ella me comprendía, pero ahora era evidente que no. Así que me disculpé por no saber manejar nada, aunque al hacerlo sentí como si algo me hubiera pisado. De modo que en un intento de sentirme menos chiquita, me puse el suéter negro de la traición y subí al camión para irme a trabajar.
Supuse que eso sería todo para nosotras, hasta que cuatro horas después llegó su respuesta, enlistando todo lo que le molestaba de mí desde el año pasado.
Parecía insinuar que todo lo que yo había hecho era parte de un plan manipulador, cuando la realidad era que estaba luchando por no caerme a pedazos porque estaba atravesando y sintiendo cosas que nunca había sentido en casi todos los aspectos de mi vida y que no pude procesar hasta meses más tarde. Cuando le contesté esperé su respuesta con manos temblorosas y un nudo en la garganta. Sin embargo no llegó. Lo que llegó fue una ráfaga de mensajes de él.
Siempre aparecía en los momentos perfectos para distraerme de mis problemas y ahora me ofrecía una cena acompañados de un amigo. Ese día por fin decidí que si él y yo íbamos a ser amigos, estaba bien. A la velocidad a la que los estaba perdiendo, necesitaba uno.
Aunque no esperaba que esa noche se volvería un punto importante en mi vida.
Tampoco esperaba que mientras me sumergía en cerveza, varios platos de comida y risas, el mensaje final llegara. Yo no quería leer más cosas hirientes porque luego de un pesado verano, al fin estaba divirtiéndome. Pero en lugar de borrar la notificación, la abrí por error y mis ojos lo escanearon antes de poder detenerlos. Era el mensaje más largo de todos y el nudo en mi garganta reapareció. La lista de cosas que había hecho mal continuaba y esta vez implicaba que no sólo ella me consideraba odiosa.
—¿Qué pasa?—, me preguntaron los dos muchachos.
Pero no quería contarles. Él, que me creía imparable, no podía saber que alguien me había herido así. Además no quería contaminar nuestra divertida noche con ese drama. Me tragué mis sentimientos y les dije que no era nada.
Más tarde, sola en mi cama, me pregunté si todas las decisiones que tomé esa noche fueron un error. Pero, de nuevo, escapar se había sentido como la mejor opción.
Escapar de la confrontación con la cena.
Escapar de las llamadas de mi padre, pidiéndome que volviera a casa temprano.
Escapar a otro bar con él y su amigo.
Escapar a la calle con vasos rojos para no desperdiciar nada.
Escapar en el taxi, arropada por sus brazos.
Escapar de todo en sus besos, bajo las estrellas.
Escapar de él cuando la realidad nos atrapó.
Escapar del suéter cuando llegué a casa.
Escapar de lo que acababa de suceder contestando finalmente el mensaje. Tratando de expresar lo mucho que sentía ser un desastre emocional y que ella se hubiera sentido tan personalmente atacada. Le dije que la quería mucho a pesar de todo.
No pude escapar de mi cabeza ni de mi corazón desbocado. Sentía mi pulso en los oídos y la horrible sensación de que todo lo que hacía terminaba en desastre. Todo era mi culpa y quería regresar el tiempo para hacer todo diferente.
Pero aunque tomó años, eventualmente pude ver qué era exactamente lo que necesitaba.
Gracias a esa noche dejé de escapar. Aprendí a aceptar mi responsabilidad pero dejar a la otra persona con la suya. Aprendí quiénes eran mis verdaderas amigas y que aunque a veces una desvelada cambia todo, casi nunca es para mal, sino todo lo contrario.