febrero 11, 2022

Fugaces

By In San Valentín

Por: Itsa Graciano

Nunca fuimos nada, pero nosotros sabíamos que éramos mucho más.

No logro recordar cómo llegué tan lejos contigo. Todo eran pláticas casuales sin ninguna intención más allá de la amistad, hasta que un día nos estábamos besando en tu cuarto con Cigarettes After Sex de fondo. Todo se detuvo. Aún recuerdo tus labios suaves y delgados. Ese día hablamos sobre cicatrices queloides porque ambos tenemos y nos pareció más que una coincidencia. Yo me lucÍa explicando y tú me alentabas para continuar, parecía gustarte cuando me ponía de sabionda.  

Tal vez podría ser muy obvio que me ibas a gustar, al menos mis amigos lo daban como un hecho. Y efectivamente me gustaba tu cabello largo, recogido en un chongo con pequeños mechones despeinados al frente, aunque siendo sincera lo prefería suelto y rebelde. Tu nula masculinidad frágil me decía: “chica, aquí es”. Tus manos, mis favoritas, con tus anillos que no podían faltar. 

Pero al final me terminaste gustando más por quiénes éramos estando juntos. Todo se sentía con mucha armonía, siempre fuiste esa persona con quien los silencios nunca eran incómodos, siempre había un son de energía bonita, que me daba tranquilidad, paz. 

Nunca hicimos un montón de actividades random como cualquier pareja, y es que técnicamente jamás lo fuimos, pero compartimos un montón de tiempo y nuestra verdadera esencia. Nunca parábamos de hablar, nuestras interminables conversaciones solían extenderse hasta la madrugada, era justo ahí cuando más compartíamos el uno del otro, y no me refiero a lo sexual, siempre fue mucho más que eso. Pasamos tantas madrugadas riendo y, por supuesto, llorando. Siempre fui tu compañera de duelo o al menos eso fue lo que te brindé. 

Comencé a tomarle gusto a la cerveza y terminé queriéndote a ti, tanto que no logro desprenderme del sentimiento. Te di tanto de mí y hay tanto de ti en mí. 

Una vez dijimos que estábamos conectados en un universo paralelo a éste, claro, porque jamás podríamos estarlo aquí. 

Sin embargo, no voy a hablar sobre las heridas que ocasionaste ni de las que yo pude causar, sólo mencionaré que al final todo se convirtió en un daño colateral e intencionado y nos perdimos. 

Tuvimos muchas primeras veces y sabemos que dejamos una huella en el otro. Tengo una lista larga de momentos que están dentro de las mejores cosas que me han pasado en mis cortos veinticuatro años. 

Uno de ellos es cuando mentí sobre ir al Salto, en la sierra; en realidad me quedé tres días en tu casa, vimos películas, comimos mucho, bebimos en casa y jugamos alcoholizados, incluso un poco astrales. Fuimos a una fiesta familiar y tu entorno me recibió como si fuera más que tú amiga, se sentía bien. Al tercer día tuvimos que hacer un viaje express hacia El Salto sólo a recoger mis converse, que habían sido la excusa del falso viaje y la evidencia de este mismo. Al regreso no alcanzamos asiento juntos en el autobús pero una señora nos ofreció el suyo. En el camino fue cayendo el atardecer, escuchábamos música y me quede dormida en tu hombro. 

Estuvimos presentes en momentos que podríamos llamarlos trascendentes, algunos fueron más dolorosos, otros un alivio y siempre nos mantuvimos juntos, sabíamos que nos teníamos para apoyarnos o para quedarnos llorando hasta que se nos pasara un mal día. 

Sabes cosas de mí que jamás podría contarle a cualquier persona, me conoces tan bien que reconoces qué estoy pensando con un simple gesto en mi rostro, sabes lo predecible que puedo ser. Nadie ha prestado atención a mis expresiones fáciles tanto como tú. Y yo simplemente me sentía querida por actos como estos. 

No dudo que haya significado algo para ti, pero merecía más que eso. 

Te amé y quise decirte que te quiero cada día. Ahora sólo soy farola de una noche sumida en la oscuridad. 

La chica que te quiere hasta llorar.

Leave a Comment