agosto 25, 2020

Historias del sol y las lunas

By In Enigmas

Primer Códice.  El viaje del tlacuache

En el camino de los soles, en el espacio sin tiempo, antes de las eras de los monos sin pelo, de los animales sin huesos, los seres eran: peleaban, cantaban y sangraban, morían gritando para volver a nacer. 

Una joya en la mano de la estatua del gran Dios sostenía los universos y los seres, les entregaba el ánima y les regalaba incontables mundos.

En el momento de las estrellas muertas, el tlacuache observó los infinitos ciclos del sol, las vueltas precisas de la luna. Escritos estaban en sus recorridos los mandatos del viaje, de su tránsito como ser, en su destino estaba peregrinar el mundo hasta sus límites.

En esos tiempos, en la noche aún se podían ver las grandes llamaradas rojas y amarillas cruzar el negro infinito, las que expulsaron con gran estruendo las iguanas primigenias al luchar para crear los soles, las estrellas, los soles negros y las estrellas que nacen muertas.

Cuando el sol apareció, el tlacuache comenzó su viaje. 

Con los ojos llenos de luz y paso a paso, observando el mundo, sin desviar su camino del trazo que le marcaba el sol, muchísimas lunas y muchísimos soles pasaron sobre su cabeza, pero el valle era infinito: por más pasos que daba, los cerros seguían en el horizonte, lejos, muy lejos de su alcance.

Cansado y hambriento, se detuvo a tomar agua del río. Después de beber se sentó a descansar, el sueño nubló la luz de sus ojos, haciéndole caer en un sueño profundo, sin recuerdos, ni pesadillas. Un sueño negro. Bajo un gran nopal quedó el tlacuache, solamente el sol, la luna y el nopal lo acompañaron en su largo sueño.   

Un día, con el astro luminoso en lo más alto del cielo, una canción vibrante lo despertó: era un venado con una pequeña luz brillante entre sus astas y una pirámide bajo esta estrella, los ojos cansados del tlacuache imploraron socorro al venado que agachó su cabeza, un extraño fruto verde iridiscente, coronado por una flor blanca y amarillenta, estaba dentro de la pirámide: el tlacuache la tomó para alimentarse.

Con nuevas fuerzas comenzó a viajar de nuevo, pronto los cerros quedaron atrás, el mundo se convirtió en un punto de luz azulada y opaca en el negro infinito. Los ojos del tlacuache se llenaron de luz de incontables luceros, cada uno de diferente color y forma, eran las almas que salen del centro del universo a encarnarse en las infinitas tierras del universo. También le tocó ver las infinitas almas que regresan al origen.

En el punto central más alejado del universo, el tlacuache encontró el planeta piramidal, al  que se llega por la puerta de los jaguares. Al atravesar la puerta se encontró de frente con la estrella original, el primer estallido, el signo que comienza todo. 

Debajo de ésta descubrió los universos escritos sobre grandes placas de papel amate con símbolos de fuego, códices de número infinito que flotan siempre uno tras otro bajo la protección de la estrella. El tlacuache pudo ver uno a uno los códices de cada ser: el universo de los tlacuaches, el de los jaguares, el de los monos amables y el de los monos sin pelo.

Ante sus ojos, todos los códices ardieron. 

Entendió que era el fin de cada uno de los universos,y comprendió  que todo, en infinitos ciclos, comenzaría de nuevo.

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