El otro día en el grupo de WhatsApp del #TeamDesvelada recordaron la fecha del pitch para esta edición y cuatro personas respondieron que tenían bloqueo creativo. Yo, bromeando, puse que escribiéramos de por qué no podíamos escribir. Y sin querer queriendo, salió el tema para mí. Los textos que he publicado aquí, por lo general (creo yo) tienen cierto estilo. Intento mezclar alguna anécdota personal con un dato duro o con alguna reflexión de un libro, una película o un podcast para, de cierta manera, fundamentar mis emociones y dar una congruencia a mis vivencias. Pero hoy no. Hoy sólo se trata de escribir por qué no puedo escribir.
Esta pregunta se contestará con varias situaciones que han estado viviendo conmigo por más de un año. Y más pronto que tarde, mi vida se vivió en una especie de elipsis que empujó el tiempo en distintas direcciones que se fueron abriendo con el paso de las semanas.

- La más pretenciosa sería decir que no escribo como antes porque ya no soy la de antes. Pero ya está más que psicoanalizado que estamos en constantes cambios, por lo que sería algo que dirías para evadir una conversación o adentrarte en el meollo del conflicto. Además, ¿cómo escribía antes? Supongo que con más soltura porque vivía en un estado desentendido y privilegiado de la vida en el que no tenía que hacerme cargo de mucho (o de nada). Sólo existía. Y probablemente sigo buscando esos espacios de tiempo despreocupados que tenía en mis veintes donde romantizaba mi ritual para ponerme a escribir: irme caminando a algún cafecito de la Roma o la Condesa, sentarme en una mesa aislada lejos de la puerta, pedir un café, ponerme mis auriculares y una playlist melancólica para pasar horas y horas de la tarde para solamente escribir dos hojas. Pero mi vida ya no funciona así, y creo que no ha sido hasta este momento que lo estoy describiendo que me doy cuenta que eso de romantizar las acciones ya no me sirve de nada. Necesito practicidad en mi rutina porque con un niño de cuatro años vivo entre el mundo de dinosaurios, carritos, mocos y berrinches y el otro de preocupaciones, pagos de colegiaturas y temas legales. Pareciera que es a propósito o planeado, pero lo chistoso de esto es que me encuentro escribiendo estas líneas en un iHop en las notas de mi celular y haciendo pausas porque mi hijo viene de vez en cuando a la mesa a decirme que se lastimó el dedo, la rodilla o la pierna y quiere que le dé un beso de “sana, sana”. Y se me alegra el corazón porque siempre me dice que los besos no sanan, y que ahora los busque me pone feliz. Así, la vida es tan simple y bonita en acciones tan pequeñitas como éstas.
- Entre la rutina del día a día, pasé por alto que el corazón de La Desvelada es una plataforma sin etiquetas o un formato específico; esto es un espacio seguro donde te muestras tal cual eres y bienvenido aquel o aquella que resuene en las letras. Y lo mundano y aburrido de la vida me cegó (momentáneamente); en lo cotidiano también están las historias. ¡Es básico! ¡Es obvio! Pero a veces sólo nos enfocamos en escuchar o encontrar respuestas complejas como si esas fueran las únicas que develan los misterios de la vida.
- ¿Y por qué olvidé que la fuerza también estaba en lo cotidiano? Porque me encontraba cansada mentalmente de estar pensando sobre pagos que necesitan mantener la vida de otra persona ajena a mí; de pensar sobre qué proyectos puedo hacer para seguir teniendo ingresos extras; cansada emocionalmente de estar paralelamente viviendo una demanda de pensión alimenticia porque el narcisista del padre de mi hijo un día que se enteró que estaba saliendo con otra persona decidió ya no hacerse cargo de nada. (SPOILER: ya no estoy saliendo con esa persona y qué paz porque SEGUNDO SPOILER: pasé la prueba de discernimiento, aprendí la lección del patrón y él iba a ser lo mismo que lo anterior) y todo eso me llevó a dormir mal, muy, muy, mal y traía sueño acumulado y obviamente comencé a sentirme exhausta, malhumorada, irritable. Hasta el punto en que estaba cansada de estar cansada.

- No he escrito mucho (por lo menos aquí porque la pluma sí se mueve en mi diario) porque desde hace un año que estoy en construcción. Si yo fuera una casa, digamos que entré en tiempo de renovación y tuve que tirar cimientos, paredes y rediseñar la estructura. Y ahora me encuentro en la fase de amueblar con lo necesario. Así que en los últimos meses necesitaba buscar algo más adentro de mí, una comunicación más personal con algo superior a mí y han sido horas —desordenadas— de escuchar una y otra vez (incluso varias veces el mismo video) sobre las enseñanzas del Lama Rinchen Gyaltsen; horas de escuchar podcasts de temas de metafísica; horas de seguir aprendiendo para darme cuenta que no sé nada y concluir que mi vida será un constante aprendizaje. Y no es queja, estoy muy feliz con eso.
- No había escrito porque comencé y terminé un curso en línea de escritura de novela que compré hace 3 años y no había comenzado a hacer ni la primera lección. Lo que después me llevó a repartir mi tiempo en:
- Leer (¡por fin!) El héroe de las mil caras de Joseph Campbell, un autor que había escuchado hace diez años en un taller de guión cinematográfico que cursé en Ciudad de México y del que había tenido ganas de leer y del que me sentía un fiasco por no haberlo hecho —cuando me acordaba solamente—. Pero al final qué bueno que nunca lo había leído porque no le hubiera entendido. Se supone que es la recomendación para la construcción de arquetipos y para saber hacer el arco narrativo de una historia, pero este libro es una sorpresa porque va más allá de eso. Habla sobre temas metafísicos y Jung, habla sobre mitología y cómo en varias culturas se comparten cosmovisiones; se adentra hacia el Origen, de ese que hablan en los mitos de creación o en los fundamentos de algunas religiones orientales. Y según mi Kindle llevo el 36%. La lectura va lenta, pero segura.
- No he escrito porque también he dudado de si lo que digo tiene sentido para alguien, a veces pierdo la batalla (por instantes) y me pregunto si estas palabras tienen un propósito.
- No he escrito públicamente porque estoy corrigiendo una novela que, honestamente, no sé qué fin tiene. Pero ahí sigo. Te lo digo, no sé si es terquedad o fe.
- No he escrito porque a veces no me da la gana. Es bien sabido que la inspiración te encuentra trabajando, pero yo a veces no quiero que me encuentre, es más, me quiero esconder de ella porque me rehúso concienzudamente a no hacerlo porque me gana la pereza, el sueño, la incertidumbre, o la peor de todas: me gana la ausencia de sentir esa magia divina que nos da una razón de estar en este mundo.

- Y porque tengo una obsesión con los números pares, atestiguo la última razón de por qué no he escrito: sólo hablo de una situación o una emoción hasta que ya acabó. Cuando ya ha pasado un tiempo en que el dolor ha transmutado en aprendizaje y crecimiento es cuando con un poquito de humilde sabiduría puedo sentarme a compartir lo que viví, cómo lo viví, lo que percibí, lo que me enseñó… Me permito comunicar cuando me siento fuerte para hacerlo porque ya caminé el proceso, ya me caí, me sacudí, me levanté, me entrené y me desplacé a otro punto. Pero esta vez no es así. Y pareciera que no tiene lógica pues a pesar de que escribir sobre temas personales sea una apertura de vulnerabilidad, siempre he tenido esa distancia con el pasado para sentirme lista y hablar sobre ello. Y todo lo redactado aquí lo sigo viviendo, todavía no siento que pasé de nivel, al contrario, me siento en el mundo 4 del Super Mario Bros donde todo era gigante: las tortugas, las flores carnívoras, las pirañas. Así que a pesar de que escribir sobre vivencias personales sea tal vez percibido como una valentía —o inserte su adjetivo favorito— esta vez siento la exposición directa (lo cual es una buena prueba para disminuir el ego) ya que todo lo sigo viviendo en el día a día. Las diez razones siguen siendo mi presente constante.
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Escribir se ha vuelto un reto. Ahora se siente como una prueba de fe para ver si es lo que realmente quiero hacer. Porque si es lo que quiero, entonces siempre encontraré un espacio para ello. O, si no lo es, o me rindo, poco a poco lo iré dejando hasta resignarme y luego voltear a este momento cuando tenga cincuenta años y pensar con una punzada de culpa sobre el sueño que alguna vez tuve sobre escribir. No sé dónde está la línea entre mi terquedad o en mi fe, así que no solamente resisto sino lucho contra esa voz que quiere arrastrarme a lo oscuro y me vuelvo a presentar en una silla incómoda que no está a la altura correcta de un escritorio que tiembla cuando tecleo con avidez y me mantiene encorvada hasta lo más incómodo de la médula.
Y aunque el aprendizaje se ha ralentizado, aquí sigo. Y aunque se sienta como un reto, ahí en esa incomodidad está mi respuesta.