agosto 25, 2022

Palimpsesto

By In Ensayos

Por: María Inés Canto

PALIMPSESTO. — Escrito debajo de una mujer.

Evohé (1971)

Cristina Peri Rossi.

A Cristina Peri Rossi la conocí en fotocopias: algunos cuentos y su novela La nave de los locos (1984). Su literatura estaba prohibida en Uruguay, de donde era originaria, por ser una intelectual crítica de la dictadura y una mujer abiertamente lesbiana. Nada más peligroso: mujer, lesbiana y parada en su propio lenguaje literario. La editan en España, su país de exilio, y pedir alguno de sus libros a Lumen en costos y envío era un sueño monetario inaccesible. 

Estaba obsesionada con sus textos. La buscaba por todos lados y el internet no era lo que es hoy en día. En el 2006, gracias a un verano de investigación promovido por la Academia Mexicana de las Ciencias pasé 9 semanas en la biblioteca de la Universidad Veracruzana en Xalapa, Veracruz. Ahí leí El libro de mis primos (1969), Solitario de amor (1988), Los museos abandonados (1968), La rebelión de los niños (1989) y otros textos que me llevé en fotocopias hasta Mérida, Yucatán, mi ciudad. Mucha narrativa, pero nada de poesía.

Para esos años, en Mérida solamente existía una librería que tiene el nombre del autor de La divina comedia. Su oferta se había ampliado un poco desde que se abrió la carrera de Letras en la universidad estatal, pero era difícil encontrar títulos de autoras, en especial autoras latinoamericanas que no escribieran realismo mágico. Así que fue una sorpresa encontrar la Poesía reunida (2005) de Cristina Peri Rossi en sus estantes y un azar que tuviera el pago de un trabajo en la cartera. Compré con mucho amor esas 850 páginas de papel.

Esa noche de septiembre, abrí el libro y en el “Prólogo”, la misma Peri Rossi dice: 

Evohé fue mi primer libro de poemas, pero el quinto de mi obra. La palabra del título es de origen latino, la onomatopeya del grito de las bacantes en las ceremonias dedicadas al dios Baco, llamadas también bacanales u orgías, cuando los sentidos se liberan y los cuerpos exaltado se transforman por las máscaras, las pinturas, las libaciones y la libido desatada. El libro tenía un subtítulo: <<Poemas eróticos>>. Y dos citas. La primera, de la poeta más grande de la antigüedad, Safo, decía así: <<Otra vez Eros que desata los miembros / me tortura dulce y amargo / monstruo invencible>> (p. 10-11)

El corazón me latía muy fuerte debajo del ventilador que distribuía olas de calor de 40 grados por el cuarto. El primer verso es el epígrafe de este texto. Leía pólvora, la piel se me erizaba y debía pararme a ratos de mi mesa para respirar un poco:

“¿Qué es lo que quiere, esa poeta?”

(p.36)

Seguía leyendo y las lágrimas se empezaban a reproducir como gusarapos diminutos en mis mejillas. Esa voz me llegaba muy cerca. Siempre he tenido el vicio de hablar con las autoras de tú a tú, así que le dije:

—Yo te conozco, llevo meses leyéndote; pero nunca habías sonado así. Para.

Cerré el libro y mi cuerpo me dijo que algo muy grande había sucedido. Algo para lo que no tenía palabras. Me quedé despierta toda la noche pensando en Cristina y en esa fotografía en blanco y negro que la capta de frente con una camisa obscura a medio abotonar. Cristina tiene el pelo revuelto y una mirada directa, muy sensual; lista para contestar el reto. ¿Cuál? ¿Qué? 

Diez años después besé, por primera vez, a una mujer en el muelle de Santa Bárbara, California. 

Ella y yo nos habíamos identificado como lectoras similares, nos intercambiábamos libros en otras lenguas que no eran las nuestras. Nos sentábamos en la escalera de su apartamento e imaginábamos una casa con mucha luz donde se pudiera pintar y hacer yoga por la mañana; adivinábamos viajes y un día resolvimos el problema de Knapsack

Una noche de abril, fuimos al muelle para ver el eclipse de luna llena reflejado en el agua. Yo pensaba que ese efecto era lo más cercano de un abismo dentro de otro abismo. Mientras caminábamos, vimos a unos pescadores que fumaban y escuchaban banda; ella hablaba de su compañera de casa cuando la tomé del brazo para mostrarle a unos jóvenes con trajes de neopreno parados en el borde del muelle a punto de saltar. Alguien dio una señal y desaparecieron en el agua —practicaban apnea acuática —. Yo la miré y le dije que entendía lo que sentían, que sabía porque arriesgaban la noche en medio del mar. Ella se quedó en silencio y me abrazó. Ahí fue cuando sentí el mundo con los ojos abiertos y en todos los colores y en todos los segundos. La humedad entre mis piernas delataba algo desconocido. ¿Cómo había sido posible dormir y despertar tantos años sin esta sensación en el cuerpo? ¿Cómo había aprendido a escribir sin el cuerpo de otra mujer? 

Esa noche pude nombrar lo que Cristina reveló aquella noche de desvelo:

“Soy una mujer lesbiana. Y nunca, nada, se ha sentido más cierto.”

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