Por: Edzna Montes De Oca
Seré franca con el lector, soy excesivamente cuidadosa al ocultar cartas bajo palabras y verdades bajo puntos. A pesar de ello, he recibido tantos chicotazos que mi prudencia pasó a otro plano. No me encanta la idea de exponer algo tan importante para mí pero tampoco logro fingir que me interesa otro tema, si no escribo sobre esto se me va a ir lo poco sano que me queda. En cambio no es tan simple hablar a carne cruda, por esto, me referiré a los sucesos y personas involucradas como verdad “X”. Prefiero limitarme a los destellos de lucidez que experimenté en esos momentos. Ni siquiera pensaba dar detalles sobre las tres noches cruciales, pero igual si esta ave la llevaré trazada en mi piel a vista de todos hasta morir, ¿qué más puedo arriesgar? Culpo a Venus retrógrado por la bomba que estoy a punto de lanzarme.
Lo sabes.
Hay dos tipos de “cuando lo sabes, lo sabes”. El primero es pleno, seguridad de un cariño real; el segundo es un dolor en el pecho y una garganta cerrada. Hoy me atrevo a jurar que Elizabeth Grant (Lana del Rey) pintó ambos sin fallo en canciones dolorosamente precisas y al menos este corazón taquicárdico y desvelado lo aprecia. En Margaret está lo dulce, el diamante en tu anillo:
The one that makes me sing
In a minor key
Diamond on your ring
‘Cause when you know, you know
If you’re askin’ yourself, “How do you know?”
Then that’s your answer, the answer is “No”
En Paris, Texas, el suave enfrentamiento con la verdad, la maleta en mano y la campana que ya no puedes callar:
When you know, you know
Then the more you know
It’s time to go
Y lo saben tan bien como yo, ese es el tipo de historia que te quita el sueño si no la dejas ser de día. Se desliza entre tus dedos y encuentra su camino fuera de ti. Lo sabes con la seguridad de que si no es hoy será mañana o esta noche. Aún si lo escondes entre canciones, balcones y aves, logra emerger.
Hace tres noches, a las 04:08 a.m exactamente, me cansé tanto que desperté. Me vi al espejo, esos no eran mis ojos. Lo único que me calmó fue imaginarme en esa desvelada un agosto atrás, con el corazón medio roto pero tranquilo, emocionado, las manos en paz y un balcón que me ofrecía todo. Tan sólo recordarlo relajó mi pulso, incluso ahora. El olor húmedo, la simulación del sol en plena lluvia, el vino, la risa de ellos en la mesa, de ella, el cansancio, el alivio. En el espejo redondo, esos sí eran mis ojos. A las 04:09 a.m decidí que los quiero de vuelta. Estoy cansada de actuar, no con los otros, conmigo misma. Cansada de pretender que soy el tipo de persona que puede dormir, siendo que llevo meses (o quizá ya años) sintiendo que mi corazón colapsa en taquicardias casi todas las noches, peleando por salir y escapar a donde ya sabe.
Hace nueve noches fue mi último golpe emocional, decidí que ya no permitiría otro. Y acepté con responsabilidad todo lo que mi verdad B requería: un botón de off. La verdad B era aceptar con todo el dolor de mi corazón que ya todo me estaba indicando que debía irme. Aceptar que no tengo la capacidad para hacer que funcione. Creo que siempre lo supe, es como el tipo de guión donde alguien resbala de tus manos a la orilla del risco, y es predecible que caerá pero sigues apretando todos los músculos, ya viste el final de la película pero la terquedad y esperanza de tu amor te convence que puedes cambiarlo todo. Y así con las muñecas desgarradas tuve que soltarlo. Tan necesario era que mi madre me abrazó. A veces dos personas que se quieren coinciden en una estación pero son parvadas diferentes y deben migrar. Jamás quise que toda una historia terminara así. Acepté todo y solo así logré quitarme la mano de la boca, lo saqué todo en voz alta a una persona y mi garganta se destapó, volví a respirar y pude reír sin pensarlo. Después de la realización salí con amigos y parte de la noche en serio creí que estaba terminando mi última batalla en la lista, porque sí, claro que tenía una lista. Fue liberador saber que no estaba loca, que realmente me hundí tanto en las ideas de alguien más que al final olvidé cómo sonaban mis propias canciones. Mutilé mis plumas una por una para que el viento de Venus no me llevara, solo para aprender que en realidad yo sí quería dejarme volar.
Más de esta Desvelada: Nadie te rompe el corazón
Reconocer la verdad B con maletas listas fue el primer paso de vuelta a la verdad A. Abandoné cosas y personas que amaba por un propósito que desde el principio mi estómago me dijo que no estaba bien, pero fui arrogante. Alguien añadió la palabra arrogante a mi vocabulario porque no la tenía, y tiene razón. Fui arrogante al pensar que podría ser suficiente en un cielo distinto al mío sabiendo que ya tenía un planeta, con personas que me aceptaban sin condición, y yo fui arrogante al venderme la idea de que eran malos para mí, todo para no sentir mi corazón quebrarse a cada paso que di lejos de ellos. Nunca quise irme. Aún así la distancia de diez siglos no pudo quitarme el amor que siento por ellos, la verdad sobre quienes son para mi y quien soy para ellos. No hubo un día en que no pensara en ellos.
Cuando ella murió no solo me dolió la pérdida, sino cada día que pude estar ahí y no lo hice. Raquel, el ave, toda la historia detrás de cámaras que va más allá de un cortometraje de verano, los que éramos fuera de cuadro, el hogar, el abrazo al qué pertenecer, una familia, todo eso lo perdí.
Hasta que lo sentí por completo pude dar un gran respiro y por fin decir que amo a estas personas, incluso si ya es tan tarde que no tiene sentido. Implicaba retomar todo lo que yo estaba haciendo, sin importar consecuencias y pérdidas porque no puedo olvidar que preservar mi vida lejos del fuego no valió la pena, mucho menos por el precio de perderla a ella. Sentí el corazón limpio al decidir que haría lo que tuviera que hacer, y soltaría lo que tuviera que soltar. Disfruté como dos segundos hasta que me quedé sola en la mesa y el universo aprovechó para darme un zape de recordatorio: verdad B concluida, sigue la A.
Y de todos los bares en Durango de todos los estilos, justo ahí en ese momento se les ocurrió poner “Nothing’s gonna hurt you baby”, de Cigarettes After Sex.
“Abrazarte sin hacerte daño, ¿a quién te recuerda?” el universo tiende a volverse cínico cuando finges no escucharlo.
Zape y zape fue lo que empezó a llover el resto de las noches hasta hoy. La lluvia se volvió huracán, la noche de las seis horas y un guión que nunca terminamos, el primer beso que pedí con los nervios de punta, la noche de imprudencia, la tierra de los gatos, el festejo después del último disparo, la cama de dos desconocidos, el gran abrazo, el desgarre al irme. Cada día clave se juntó para llegar a una noche tan larga que ni los pájaros del parque hicieron ruido. Me atrevo a decir que la verdad A nunca fue ninguna batalla, sino una fiesta dulce. Y yo que me he pasado la vida saliendo de batallas, tuve miedo de entrar. Mi problema no fue dejar las armas sino no saber qué hacer dentro.
Creo que la verdad A comenzó en el 2020. El año fue horrible a pesar de que disfruté de no salir. Pasaba el día esperando a que se fuera la luz para ser feliz de noche, ahora espero lo contrario. Y fue entonces, a finales de septiembre, que me sentí sembrando un vínculo del que crecería un gran almendro que no podría ni querría cortar. Hice trampa, no había nadie más en mi habitación pero definitivamente no me desvelaba sola. En silencio las raíces comenzaron a entrelazar el Sol hacia Venus y las sombras y los días largos dejaron de sentirse tortuosos. Podía expandirme y hablar hasta el cansancio sin temor a quemar, no había guardias ni defensas, todo corría como el río seguro que sabe a dónde llegar.
Desde entonces no paró de crecer, pero a un paso tan lento que no vi (o no quise ver) que la semilla estaba germinando. Luego pasaron demasiadas cosas tan rápido que cerré los ojos y al abrirlos ya era noviembre de 2021. El árbol sacaba sus primeras ramitas. Imposible no verlo salir poco a poco de la tierra. Y comenzó mi temor, con mi honorada maestría en autosabotaje, me convencí de temerle a capullos que aún no se formaban.
Hoy mis desveladas en solitario ya no son divertidas, se han vuelto profundas sesiones de conversación con la pared y recapitulación de sentimientos que no quiero ver de día porque tal vez no sé qué hacer con ellos. Mis discusiones ya ni siquiera van sobre lo que quiero del almendro sino sobre por qué me niego a aceptar que lo quiero y todo lo que representa.
Vi El Gran Gatsby mínimo dos veces al mes durante toda la pandemia y aún así no aprendí nada. Justo ahora lo único que quiero es volver a esas noches y quedarme ahí, no tener que volver aquí a donde arruiné todo. No duermo por soñar despierta lo que en otra realidad habría sido, debí esperar un poco más, o si hubiera hecho la pregunta, o simplemente un mundo en el que pude enmendar todo, porque ahora no tengo el derecho a preguntar por mis llaves. Solo puedo conformarme con su existencia y todas las memorias que se reavivan de noche. Tengo que encontrar una forma de que eso baste.
Cuando lo sabes, lo sabes. Aplica para todo. No hay otra forma de explicarlo, lo que tu quieras, algo bueno, malo, algo, simplemente lo sabes. Si no es tu espíritu es tu mente, si no el corazón, los huesos, el cabello, los ojos. Sentirás tus párpados arrugarse y morir hasta que no decidas ver. ¿Tienes terquedad, miedo, arrogancia? No importa, la verdad que no soportas se te verá hasta por los poros y la verás pasear por toda tu casa, pantallas, libros, calles, personas. La verdad es tan ansiosa de ser vista que si te vendas los ojos se pondrá frente a otros para que ellos te digan que sigue ahí.
Pero esto no es una película o un guión en el que pueda arreglarme, no hay botones de vuelta. Verdad B, A, da igual una no habría sido vista sin la otra. Despertar tres años en un minuto para salir de todas mis propias evasiones es probablemente lo más brutal que pudo pasar en una sola desvelada.