agosto 25, 2020

Nosotros y la muerte

By In Ensayos

Ilustración: Mariela de la Peña

Quiero que toquen el Pávido Návido en mi funeral. Lo decidí en la primavera del 2017. Ese día le pregunté a algunos de mis familiares cómo querían que fuera su despedida, qué música querían en la misa o el entierro, qué no querían. Una tía respondió que para ella serían canciones alegres en la celebración religiosa, alguien más que no quería ser incinerado. 

Ese año el morir fue todo un tema, la interpretación cambiaba según la persona. Perdimos a alguien joven repentinamente; también se fue una tía segunda que tenía diabetes; luego el esposo de una prima de mi madre con cáncer, y en diciembre se fue mi abuela. 

Durante dos años casi todo me devolvía a eso, las pérdidas, la pérdida de Paulina. Pero yo no era, ni de cerca, la única. En mi familia materna nos resistimos a olvidar a los muertos. Somos algo parecidos a la familia de la película Coco. 

Acá la muerte se exalta, se grita, se siente. La relación con los que se fueron no termina sino muchas generaciones después. Las flores seguirán llegando a las tumbas y las fotos estarán en los álbumes hasta que un bisnieto o tataranieto diga que no sabe quiénes son esas personas.

Creo que es cosa del abuelo y de las personas que perdió. 

Su madre murió a los dos años. Su primera esposa no logró llegar al término de algunos de sus embarazos y luego murió en un parto. Como huérfano y viudo, siguió llevándoles flores aún cuando se casó, tuvo siete hijos y se mudó del pueblo. Incluso luego de ser abuelo. 

Eso lo heredó mi tío. Le lleva ramos o arreglos a sus padres, a los abuelos, a la viuda de su papá y a los tíos lejanos. 

Además, cada aniversario de Don Chuy hacemos una misa en El Pozole, una localidad pequeña de Canatlán, en el estado de Durango, donde mi abuelo y abuela vivieron sus primeros años como familia. Invitamos a los que quieran asistir y después de eso comemos todos juntos: barbacoa hecha al horno, frijoles charros y arroz. 

Sí, nos reunimos para recordar a los que se fueron y la mayoría les lloran como si acabara de suceder, sentimos su ausencia a pesar de los años. 

Pero esto no es algo “familiar”, en México se nos enseña qué es la muerte desde la educación primaria, tal vez desde el jardín de infantes. Tenemos una fecha para hablar de eso. 

Y en este mestizaje cultural se nos enseña que “se han ido, pero de alguna forma seguirán con nosotros”. La espiritualidad nos llega en los símbolos que adoptamos del pasado, el cempasúchil, la ceniza, las veladoras, las cruces. De norte a sur pedimos por los nuestros, aunque sea de formas distintas, les lloramos y les extrañamos. 

Y mientras algunos arman altares, otros piden misa o hacen rosarios, limpian las tumbas o pasan la noche del 1 de noviembre en vela. Muchos más llevarán al conjunto musical de preferencia y comerán con ellos, vaciarán una cerveza a la tumba o solo dejarán las flores favoritas y se irán de ahí. 

Más allá del robo que fue Coco a la película mexicana de Día de Muertos y que pueda estar llena (o no) de estereotipos, nos recordó que acá la relación con la muerte es doble, triple o cuádruple, porque la burlamos, le hacemos frente, la aceptamos como el único destino posible, pero siempre, siempre, recordamos con cariño y un asomo de tristeza a quienes ya no están con nosotros.

Una tristeza colectiva

Ahora que hay miles de muertos, millones, por una sola causa, me pregunto cómo es ese luto colectivo. ¿Qué sienten individualmente los que han perdido a alguien y no pudieron tener su duelo? ¿Qué sienten los que nunca han perdido a alguien y ven la amenaza tan cercana? 

Un psicólogo me dijo que el impacto profundo no lo está generando la muerte como tal, sino el duelo, un tema que también hemos visto repetido nota tras nota. 

Para ahondar en esto me recordó sus etapas: negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Esas etapas que no tienen orden y pueden suceder todas o no, llegan de forma distinta a “lo acostumbrado”. Porque algo que ya era difícil transitar,  ocurre en el confinamiento y la ira o la depresión son acentuados. 

Y lo demás. El miedo al virus, al contagio. La carga de información diaria: cifras, consecuencias, nuevos casos, de acuerdo con el especialista. 

También está la búsqueda de culpables y la ira que se remarca con esto. El señalar a los que no cumplen con las medidas, el coraje y frustración que eso genera mientras se vive en carne propia los estragos de una enfermedad. 

La distancia que se toma como medida prevención los deja sin su red de apoyo, amigos, familia o pareja y dificulta más trabajar los sentimientos negativos, sin ayuda y en soledad. Y por último, el no tener ese funeral “como es debido” para poder despedirte. 

Esos adioses que, como dije, son tan nuestros.

¿Cómo fue tu primer funeral?

Mucho se ha escrito sobre el tema los últimos meses, para pensarnos de manera personal y colectiva.  Yásnaya Aguilar lo hace de forma bellísma y su Breve apunte sobre la muerte me recordó cómo me presentaron mis abuelos el respeto a los muertos, la primera vez que vi esto de frente y la manera en que se fue metiendo en casi toda mi escritura. 

El primer funeral que recuerdo de manera más consciente es el de mi abuelo. Yo no tenía más de 12 años y desde ahí conocí las dos caras de esto. La fiesta de su vida representada en todas las personas que viajaron de diferentes puntos para velarlos y todas las visitas al cementerio que vendrían años después, junto al descanso que significa para una persona de 84 años dejar este mundo. Por el otro lado estaba el dolor de los hijos que aún superada la pérdida lloran cada aniversario y colocan una fotografía en su memoria. 

Su funeral me impactó tanto que escribí el primer cuento fuera de ese “molde de historia de hadas”. Lo llamé El Día que murió el abuelo y con él gané algún lugar en un concurso de la preparatoria. Exalté las emociones y cualidades de mis tías y tíos porque eso vi que trajo su pérdida, emociones a todo lo alto. 

El texto de Yásnaya también habla de esa imposibilidad de hablar naturalmente de la muerte frente a los demás. Con esto pensé en la ex pareja que no había perdido a nadie y que decía no poder entenderlo al 100 por ciento, pero también recordé esa escena en las películas de Harry Potter donde solo aquel que ha presenciado la muerte puede ver a los Thestrals. Entonces de una manera egoísta lo traslado a preguntarme: ¿sólo los que hemos sufrido una muerte trágica en nuestro círculo podemos hablar de la muerte? ¿Y cómo vemos ahora las miles de muertes que tienen los otros, pero que tenemos de manera colectiva? 

La segunda muerte cercana que me tocó vivir fue el 23 de marzo de 2017. En dos semanas perdimos a mi prima, 22 años. Tenía la misma edad que yo. Ya pasaron tres años y siento que en mi familia todavía hay algo alrededor del tema que permanece. No sé decir qué es. Quiero creer que no es dolor y no me atrevo a decir que es el sentimiento permanente de extrañar a alguien, aunque sepas que ya no estará. 

Pero ese evento repentino nos tiene ahora acá. Cuidándonos, sin vernos como lo haríamos en otros veranos (cantando karaoke o compartiendo hamburguesas). Sabemos que una enfermedad, la que sea, nos puede arrebatar a alguien en pocos días, semanas o meses. 

Esa marca de vida que nos genera un hecho nos hace ver a los demás en estas circunstancias y entender que no es sencillo. Que ningún luto es fácil y que cada uno tendrá su forma de afrontarlo. Que las redes comunitarias son más necesarias que nunca, porque las redes de contención emocional cercanas tal vez no puedan estar. 

El consuelo tardará en llegar, y definitivamente no estábamos preparados para perder a millones de personas. Pero sé que hay muchos que no pensaban perder a su papá, su mamá, su hija o hijo o al amigo de la oficina; al vecino o al amigo de la infancia. Sé que no habrá consuelo posible, pero en diciembre de 2017, cuando le llegó la paz a mi abuela, este poema de Netzahualcóyotl dicho por un sacerdote (de nuevo la mezcla cultural) nos la dio a mi familia y a mí. Espero que todos sanen. 

Yo lo Pregunto
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.

***

Pensar en la muerte es de los actos más egoístas que cometo, que cometemos. A veces me siento mal por eso, pero ahora quizá sea más importante que nunca. Decir que no es sólo un número más. 

Cuando hablan de miles de fallecidos mi intento de empatía es pensar en mi propia pérdida y saber que ese sentimiento está ahora en millones de personas y espero que su luto extraño les dé esos momentos de pensar en esa persona, la luz que trajo a su vida y poco a poco puedan sanar.

Todos sabemos que la muerte, la nuestra, es la única certeza. No es tan fácil cuando nos quedamos a llorarle al otro.

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