agosto 25, 2021

¡Lo vi en la radio!

By In Ensayos

Por: Emmanuel Meraz

Una pregunta que aparece comúnmente cuando alguien se entera de mi ceguera es: ¿cómo sabes si es de día o es de noche? Como si el hecho de no ver ocasionara cambios en la percepción del tiempo o en la sensación de sueño. Preferiría que me preguntaran cuáles son las consecuencias emocionales de haberme dado cuenta, a los 15 años, de que mi resto visual había llegado a cero, sería mil veces más interesante, pues de ahí han surgido historias… tal vez no alegres, pero historias al fin y al cabo.

Hoy me desvelé a propósito, para entrar en ambiente y recordar aquellas noches en las que el mundo parecía caerme encima. Sí, me he mantenido insomne con fútbol al otro lado del planeta, o tratando de limpiar las lágrimas de alguien a quien amo, pero fueron aquellos momentos de la adolescencia los que, sin duda, dieron significado a mis madrugadas.

Todas las noches me acompañaban un radio AM/FM y unos audífonos. Por supuesto, los iPod, podcasts y cualquier cosa que lleva un “pod” en su nombre no estaban ni siquiera en la imaginación de nadie. Cuando escuchaba que Juan Ramón Sáenz se despedía con su clásica frase “aquí se respira el miedo”, sabía que esa sería una madrugada larga, larga. Venía después el programa Bionatura, del Dr. Abel Cruz, donde él daba recetas para cualquier enfermedad que sus radioescuchas decían tener; luego Los amos del camino, donde transportistas hablaban con los locutores para reportar accidentes y compartir sus experiencias para no dormir mientras manejaban un camión. A continuación transmitían la repetición de Lammoglia, la familia y usted, en el que el Dr. Ernesto Lammoglia aconsejaba a madres desesperadas por la situación en su hogar; y, antes de las 6:00, comenzaban las noticias con Óscar Mario Beteta… y un día más de llanto en la secundaria.

Si en aquel tiempo no me hubiera encontrado sumergido en un duelo por haber perdido la vista, habría sido interesante escuchar la historia que Josué contó en La mano peluda, o conocer para qué servía el nopal mezclado con piña, perejil y naranja, receta de Bionatura. Sin embargo, esas noches me sentía desesperado, porque debía dormir para que nadie preguntara al día siguiente por mi expresión de cansancio y tristeza.

Las madrugadas de Radiofórmula ocurrían dos o tres veces por semana. Fueron años de desvelos y lágrimas en los que mi única compañía era la radio. Cuando aquella programación me aburría, cambiaba al FM y escuchaba Los 40 principales, donde había un programa de 00:00 a 6:00 de la mañana, conducido, casi estoy seguro, por Bazooka Joe. Ahí no había historias de terror, ni recetas para adelgazar, ni llamadas de señoras preguntando qué hacer si su marido tenía una amante; ahí solo estaba un locutor y música, mucha música.

Foto de Skylar Kang en Pexels

Una noche, girando el dial, encontré que mi radio sintonizaba la señal del canal 5 de televisión. No sé si eso era verdad, o mis alucinaciones por no dormir habían llegado ya a un nivel preocupante. Digo que no lo sé, porque en aquella estación/canal escuchaba infomerciales de productos, anuncios de hot lines a las que nunca me atreví a llamar y, lo más extraño de todo, muchas películas que nadie parece haber visto.

No necesitaba la pantalla para disfrutar, por ejemplo, de la historia de Frances Kroll, la última secretaria de Scott Fitzgerald; tampoco para intrigarme con lo que vivió un delincuente conocido como “Chilly Willy”, a quien le habían borrado la memoria como parte de un experimento social para rescatar convictos. Desde mis audífonos conocí a un joven que viajaba a Costa Azul, donde una chica involucrada en tráfico de órganos le quitaba un riñón para venderlo… y también a Lily, una modelo que fue víctima de una trampa diseñada por su marido.

Ya en la mañana, al llegar a la escuela, me encontraba ansioso por contar todas estas aventuras a mis amigos. Cuando ellos me preguntaban dónde había visto las películas yo respondía: “lo vi en la radio”. Conocí entonces el poder de contar historias y, lo más importante, descubrí que no me hacía falta ver para imaginar rostros, paisajes o efectos especiales.

Han pasado casi veinte años desde entonces y no he podido encontrar las películas que ayudaron a despertar mi imaginación. Tal vez, ahora que lo pienso, mi radio nunca sintonizó la televisión y yo, a fin de cuentas, siempre pude dormir. Como sea, cada vez que me pregunten diré que la receta para superar la depresión debe llevar entre sus ingredientes principales, el ver las cosas en la radio.

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