abril 27, 2022

Rompe el pacto: cuatro historias de acoso, violencia y hostigamiento en medios de comunicación

Testimonios en primera persona sobre experiencias con comunicadores y reporteros de Durango

By In Entrevista

El periodismo, los medios y los profesionales que trabajan en ello son complicados, pero ser mujer ejerciendo la profesión lo es aún más. Aparte es incómodo y desgastante. 

A veces el silencio es más cómodo para no crear conflictos. Tolerar los innumerables desplantes a tu trabajo y comentarios hacia tu persona (por miedo a las represalias si hablas) se vuelven una forma de supervivencia. Darse por vencida es muy “cobarde”, ¿por qué desistiría de algo que me gusta? Invertir tiempo y formarte para grandes cosas no podría irse por la borda así de la nada ni por nadie… o sí. 

Durango, un estado ubicado al noroeste de la república mexicana, está lleno de arquitectura colonial que parecería sigue atrapado en esa época, la voz corre muy rápido, todos se conocen entre todos y lo malo que pasa nunca se cuenta… o al menos no en voz alta, específicamente lo que pasa en los medios de comunicación. 

Al frente de los medios podemos ver hombres condenando lo que pasa con las mujeres, aliados al movimiento feminista, a las denuncias por acoso, hostigamiento y violencia, pero cuando se corta la transmisión, salen de cuadro, termina la edición en el periódico y el público no los ve, algunos se convierten en todo lo que juzgaron. 

Cuatro comunicadoras decidieron contar su historia. Por expreso deseo de todas y en virtud de cuidar su integridad y trabajo, sus nombres quedarán en el anonimato. 

“La bienvenida”

Apareció en la pantalla de una videollamada la joven de unos veintantos años, al fondo había una pared con lo que parecería ser fotografías. Estaba sonriente, y nerviosa, según dijo, pero lista para narrar su historia. 

Todo comenzó cuando en un evento deportivo Miguel Ángel Vargas Quiñonez comentó que estaba buscando una reportera para su periódico. Mi mamá, quien es deportista y lo conocía, me contó, pues yo estaba buscando salirme de donde laboraba, se me hizo una buena opción. 

En mi primera entrevista con él, mi mamá me acompañó porque sus instalaciones están en carretera Parral y yo no sabía cómo llegar; estábamos ahí a la hora prevista. Él dijo que pasáramos ambas, a mí se me hizo un poco raro, porque en una entrevista de trabajo no lo permitirían, pero bueno, quizá era porque se conocían o por respeto. 

Comenzamos a platicar sobre las actividades que iba a hacer, me preguntó que dónde estaba laborando y así, en realidad fue muy breve hablar sobre el trabajo porque todo se empezó a centrar en su “familia perfecta” –dijo haciendo comillas con los dedos y mostrando una mueca de fastidio–, en él, que tenía sus hijas trabajando ahí en el periódico, etcétera. Estuvimos ahí alrededor de 20 minutos y de esos, cinco se trataron de lo que iba hacer como reportera. 

Mi mamá salió de ahí convencida de que era un señor muy educado, respetuoso y responsable. Yo lo aprobé, nada se me hizo extraño en ese momento. Luego de la “entrevista”, en mi Facebook ya tenía su solicitud de amistad, tampoco se me hizo tan extraño y lo acepté. 

Todo fue súper rápido, un lunes fui a la entrevista, el martes llevé mi papelería y el miércoles ya quería que me presentara, y dije “qué emoción, qué padre”, pero yo había avisado en mi otro trabajo que terminaba la quincena, así que me presenté y les dije que ya me iba.

Un día antes de mi primer día en el periódico, Miguel Ángel me citó para “afinar” los últimos detalles, recuerdo que yo salía a las 7:00 de la tarde del que en ese entonces era mi trabajo, se lo había comentado, pero dijo que no importaba, que me esperaba. A mí se me hizo complicado porque yo vivo muy lejos, de orilla a orilla, e irme hasta allá era llegar muy noche. 

Ese día no traía saldo en mi celular, pero como ya iba tarde dije “equis, cuando salga lo checo”, fui sola. Llegué y estaban absolutamente solas las instalaciones, no había nadie más que él; entré y me llevó hasta su oficina, pasé y yo no me había dado cuenta que cerró la puerta con llave, me senté y él frente a mí, todo normal, como si fuera una entrevista. 

Hizo una pausa tratando de recordar lo siguiente, mientras su mirada se perdía por unos segundos en el techo, a los costados, después continuó con la historia.

Me preguntó qué me gustaba hacer, si hacia ejercicio, que si tenía novio, que cada cuándo lo veía a él, todo se volvió muy personal y en el momento que le dije que el tener pareja no intervendría en mi trabajo, me dijo «muy bien, entonces si yo te pidiera que te quedaras más tiempo un día, ¿no hay problema?», respondí que no. 

Ahí todo bien. 

Empezó a decirme la rutina de mañana, que entraría a las 9 de la mañana, que llegaría con tal persona para ver qué fuentes me tocarían, le dije que estaba bien. Todo lo que me estaba diciendo era algo que había mencionado antes, entonces no entendía para qué me había citado de nuevo si iba a decirme exactamente lo mismo, en ese caso me hubiera mandado un mensaje, pensé.

Tomó un largo respiro. 

Llegó un punto donde se me quedaba viendo demasiado, me empecé a sentir súper incómoda, me veía de una manera extraña, no como profesional, ya no platicábamos de nada en sí, pero tampoco me dejaba retirarme del lugar, aunque ya le había dicho que tenía que irme.

Hubo muchos silencios incómodos hasta que me dijo «bueno, básicamente era todo, no sé si quieras pasar atrás para ver las instalaciones», pero yo ya las había visto en la entrevista, no tenía caso. En ese momento me di cuenta que todo eso no era normal, así que insistí en que me tenía que ir porque era muy tarde y yo vivía muy lejos, que no me gustaba manejar a esas horas.

Pronunció un “está bien”, me levanté para caminar a la puerta y yo esperaba que él hiciera lo mismo para acompañarme o algo, pero lo vi y seguía sentado y medio riéndose, justo ahí empezó mi miedo y pensé “esto no puede ser posible”. Cuando vi que no se levantó, volví a insistir que ya me iba, pero él no me dijo adiós o hasta mañana, porque sabía que no podía salirme. 

Caminé hasta la puerta, giré la chapa y nada, estaba cerrada. Volteé, me sonrió y se levantó, caminó hacia mí, me agarró la mano y me dijo «trabajar con personas como tú es lo que me motiva a seguir con mi medio». Le dije que si me podía abrir para poderme retirar y me dijo «no, te digo que todavía es muy temprano y aparte, todavía me queda darte la bienvenida a este medio»

No dije nada, me agarró de los dos brazos, me pegó a él, me agarró por atrás de la cabeza e insistió en pegarme a él, estaba súper incómoda porque en ese momento estaba muy cerca de mí, me estaba tocando. Lo que hice fue poner así mis manos –levantó ambas manos tratando de ejemplificar– entre él y yo, le insistí que me tenía que retirar, me empezó a dar besos entre el cachete y el oído, y me dijo «es que no te vas a ir de aquí hasta que yo te dé la bienvenida a este medio», como pude lo hice para atrás, agarré mi celular y le dije que si no me abría haría una llamada y no quería un problema, él se río y en ese momento pensé “este wey sabe que no traigo datos, que no traigo saldo. Estoy jodida, él sabe que no puedo hacer nada”, su seguridad me hacía creer eso y entré en shock por algunos segundos. 

Nuevamente hizo una pausa, agitó ambas manos explicando su desesperación por aquel momento, negó un par de veces y comenzó a tronar sus dedos nerviosa. 

Frente al escritorio había un sillón, me agarró del brazo y me iba a jalar hasta ahí, rápido tomé de nuevo mi celular, le enseñé que estaba hablándole a mi mamá y fue como «¿mamá? Sigo en el periódico, pero ya voy saliendo, ¿en dónde estás?», no sé exactamente qué dije en relación a que ella estaba muy cerca del lugar y él lo creyó, se levantó del sillón y se acercó a abrirme la puerta, mientras yo “seguía” en el teléfono con mi mamá diciéndole «no me cuelgues, deja me subo al carro y vamos hablando, no pasa nada, pero no me cuelgues», le dije a él “gracias” y antes de salir me agarró, pensé que se había dado cuenta de la llamada inexistente, trataba de darle la vuelta al celular para que no se diera cuenta, me le quedé viendo y me dijo «te veo mañana aquí a las 9 y tu bienvenida queda pendiente» y salí. 

Llegué corriendo al carro, arranqué a toda velocidad y me estacioné en la Carnation (oficinas gubernamentales no muy lejos de la redacción), ahí ya había gente, podía gritar, todo estaba bien. Me quedé como 40 minutos llorando y luego me fui a casa, le conté a mi mamá y le dije que yo no iba a trabajar ahí JAMÁS, lo bloqueé de Facebook, WhatsApp y llamadas.

Al día siguiente era cuando debía presentarme, no fui y como lo tenía bloqueado, se comunicó con mi mamá a través de mensaje diciéndole «estoy esperando a su hija, ella sabe que tiene que venir a trabajar, tiene un compromiso conmigo y esto no se puede quedar así».

En ese tiempo yo tenía sólo un año laborado desde que egresé, no sabía si denunciarlo, pero mi mamá me dijo «contempla que él tiene mucho poder en los medios, tiene toda su vida dedicándose a esto, es súper amigo del gobernador, básicamente no tenemos pruebas de que pasó esto, se podrían cerrar las puertas en medios si lo haces y no procede, pero yo te apoyo». Entonces lo pensé y me dio miedo que nunca pudiera encontrar trabajo en mi carrera por haber denunciado a ese hombre y sin pruebas tangibles, entonces lo dejé así. 

Resopló y negó. 

Fue algo que me generó muchos traumas, él tenía mi información, mi currículum, mi dirección y sin problema podría venir a buscarme, y quizá esto fue exageración de mi parte, pero días posteriores, para entrar a mi casa hay una caseta y registran las visitas y registraron algunas de autos que nunca habían ido, que yo no conocía y decían que iban a mi dirección. Viví traumada mucho tiempo porque yo decía que era él, que ya sabe dónde vivo, si mi mamá salía, le pedía que me llevara con ella, no me quería quedar sola. Todo fue muy complicado. 

A la semana, me buscaron de mi actual trabajo y como director había un hombre, dudé mucho, me daba miedo entrar a un medio y que volviera a pasar lo mismo, pero todo fue muy bien. 

Cuando me tocaba cubrir, me encontraba a Miguel Ángel en los eventos y yo me quedaba petrificada, no sabía qué hacer, me daba muchísimo miedo, lo veía y empezaba a llorar, me salía del lugar porque él me daba mucho miedo, incluso llegó a fingir que se acercaba a mí.

Después esa situación, me lo encontré en un evento deportivo, me vio y por primera vez ya no me dio miedo y había muchos amigos de varios medios, se me quedó viendo, le sostuve la mirada enojada y en segundos me bajó la mirada y se retiró. 

Una vez le conté esto a un amigo comunicador y me dijo «no manches, eres la tercera chava que viene y me cuenta algo de ese wey. Él así se las gasta, a mi amiga le jugó exactamente lo mismo». Me empezó a contar las historias de sus amigas y todo era igual, la primera imagen que quiere que tengas de él es que es el “hombre de familia”, que lo primero que le “importa” es su esposa y sus hijas, pero no es cierto, sólo es para que le tengas confianza y no dudes de él. 

Hace dos años lo denuncié en los tenderos que colocan en las marchas de 8M y luego subí una publicación en Facebook haciendo referencia al caso, pero no señalándolo directamente, ahí se acercó una chava conmigo, igual que trabaja en medios, me dijo que ella nunca trabajó con él, pero que a su amiga le hizo algo. 

De ley su nombre aparece en los tendederos, a estas alturas él ya sabe que lo estamos denunciando y estamos hablando. Hablar de esto es una manera de alertar a las demás, porque no me gustaría que a alguien más le pasara. 

¿Por qué no denunciar? – cuestioné. Se encogió en hombros mientras hacía un gesto de disgusto. 

Es complicado, como todos se conocen entre todos, es sencillo que prefieran creerles a ellos que a nosotras, si lo hacemos se nos pueden cerrar las puertas para trabajar en otro medio. Que ojo, no puedo decir que en todos los medios pasa lo mismo, pero en la mayoría hay historias así porque los líderes son los hombres. 

El paraíso de los machitos

Se acomodó en la silla, suspiró, cruzó las manos sobre la mesa y comenzó… 

Hace tiempo entré a Garza Limón, yo me acababa de graduar, no tenía experiencia en medios y por eso me quedé ahí. Empezamos a trabajar bien, de lo más normal, pero la violencia iba escalando de muchas maneras. 

Todo iba desde violencia económica hasta acoso sexual. En referencia a la primera, los hombres que laboran ahí, no importa el cargo, ganan más que las mujeres, su estabilidad económica está por encima de todo. 

Las reuniones de trabajo estaban conformadas por varios hombres, aunque no fueran del equipo, y nosotras. Las ideas que presentábamos no eran tomadas en cuenta y las respuestas siempre eran «ay, pero ustedes qué van a saber mijas». Pero si mi compañero decía algo, lo más mínimo, se le aplaudía.

Me quejé con mi jefe directo por la situación y siempre argumentaba con un «ya ves cómo es Don Carlos, entiéndalo, tiene otras ideas». Él (el jefe) nos apoyaba, pero todo era disfrazado, nosotros le planteamos las propuestas y las “hacía suyas” para presentarlas. 

Con los reporteros pasaba lo mismo, si yo estaba en ese turno y necesitaban algo, entraban y decían «ay, es que está usted, no me va a resolver. Deje le hablo a su compañero» y yo le decía que le podía ayudar, pero la respuesta era «no, es que tú qué vas saber de política, qué vas a saber de esto»

Las diferencias eran notorias. Los jefes en ese momento, siempre nos decían que no sabíamos y que nuestro trabajo no servía, únicamente a las mujeres. Como que querían presionarnos para entregar resultados y lo hacían violentándonos psicológicamente, nunca fueron insultos, pero si «tú no sabes, estás tontita, no entiendes, ¿por qué no suben los números?» Cuando era todo lo contrario, sabíamos hacerlo, pero era claro que no querían que una “mocosa” les dijera cómo hacer las cosas. 

Estaba tensa. Resopló, dio un sorbo a su café y continuó. 

Respecto a lo sexual, era muy notable. No había un solo departamento en el que no se “sabrosearan” a una chava, incluso los jefes. Por ejemplo, el encargado de informática siempre era súper acosador, llegaba y te respiraba y hablaba cerca del oído, intentaba estar cerca de ti y hacia comentarios como “ay ya viste qué buena está” o “ya viste cómo se puso” y al final era para incomodarte a ti también, porque nunca eran directos. 

Una de las experiencias que más recuerdo en ese aspecto –hizo una pausa, esta vez más larga– es con Antonio Gaytán, quien era el jefe de noticias, no sé si todavía. Él era súper acosador, llegaba y te agarraba donde quisiera, donde más le gustara. Te saludaba de beso, según, pero siempre era cerca de la boca y se mantenía ahí por segundos.

Recuerdo mucho una ocasión en específico. En Garza Limón hay unas escaleras, yo siempre las usaba en lugar del elevador, aquel día yo iba bajando y él subiendo, me saludó como siempre “Hola mija, ¿cómo está?” y yo respondí a su saludo con un “Hola Toño, ¿cómo está?”, como siempre, normal, pero esa vez me tomó del brazo, me volteó y me dijo “oiga, pero qué bien se le ve ese pantalón, eh”, mientras me veía de arriba hacia abajo, me sentí muy incómoda. No dije nada y siguió su camino. Son momentos que no pensabas iban a pasar, aunque lo consideraste en algún momento y “planeaste” cómo sería tu reacción, en realidad sólo te quedas paralizada y pensando en lo que te dijo. 

Mientras narraba lo anterior, sus manos jugaban con la servilleta que estaba cerca del vaso, su expresión era de desagrado, miraba hacia el fondo por unos segundos y después hacia la mesa.

Desde ahí iba insegura al trabajo. Mi entrada era a las seis de la mañana, a esa hora no hay nadie, sólo los de noticias. Estaba él (Antonio) y su camarógrafo, me daba mucho miedo bajar al estudio porque yo tenía que llevarle ciertas hojas o pedirle información. Pensaba “estamos solos, no sé qué va a pasar. Si digo algo, no sé si alguien me va a creer a mí o al sujeto que tiene 30 años en esta empresa”. 

Algunos días después le comenté al jefe de editores lo sucedido y como es su amigo, sólo dijo «ay, yo creo estás imaginándote las cosas. Yo no creo que fue así, él no es así», entonces para mí fue como «ah, ok, ¿a quién le digo? Si le digo a mi jefe, es más amigo de él. Entonces van a decirme que yo estoy loca». Luego le platiqué a mis compañeros editores y todos me dijeron «es que Toño es así, él así se lleva con las mujeres», incluso me dieron a entender que no me sintiera “especial” –agregó con una risa irónica que luego se volvió un gesto de enojo–, que él “agarra” a todas, que era una más. Me alarmé, cómo era posible que ya había pasado y ellos lo tenían tan normalizado.

Dejó escapar un largo suspiro y negó, su molestía era notoria. 

Después de que dije lo que pasó, todos me veían mal y me hacían comentarios como «no, no te me acerques porque ya te estoy acosando», se burlaban de la situación.

En testimonios de otras personas, sólo me acuerdo de una señora que era editora también me dijo que una vez la agarró de la cadera y la acercó a él, pero que le dijo que no se llevaban así. Sin embargo, terminó la historia con un «pero ya sabes cómo es él», otra vez normalizando la situación. 

Incluso Antonio hacía comentarios despectivos hacia el físico de las mujeres. En una ocasión le hablaron de edición por una nota que él escribió sobre la diputada Gabriela Hernández. Se le llamó la atención por la redacción y dijo que él no la había hecho, que ya no cubría a la “China” porque ya no estaba “buena”, ahora era “gorda”. Nadie le dijo nada, todo fue “equis”. Justo ahí me di cuenta que entre hombres se cuidan, se cubren y todo para ellos es “cotorreo”. Además, entendí que no debía decir nada porque al final la perjudicada iba a ser yo. 

Realmente era un miedo ir a esa oficina, cuando renuncié fue una liberación total. Duré dos años, no me había salido porque yo decía «necesito hacer experiencia, relacionarme», pero el punto de quiebre fue cuando la violencia y acoso estaban muy marcados, sobre todo conmigo y mi compañera. 

Me afectó tanto que tuve que ir al psicólogo –río irónicamente, se hizo un poco hacia atrás y volvió, colocó los antebrazos sobre la mesa y continúo–. Me cuestionaba el por qué estudié esto, que no servía para eso. Todo me marcó mucho, quizá a mi compañera no porque ya había trabajado en otros medios y decía “es que en todos los medios es igual”. Incluso, recuerdo que ella una vez me dijo «mira, si quieres seguir en los medios tienes que aceptar las cosas como son y aceptar que no vas a poder llegar a un lugar y cambiar las cosas sólo porque a ti te molestan». Yo lo entendí desde lo profesional, pero de manera emocional no podía. 

Una larga pausa se hizo presente, suspiró mientras negaba.

Lo que más me da coraje de esta persona en particular, es que cada 8M se llena la boca en televisión abierta diciendo que él “apoya” al feminismo, que esas sí son las formas, que hay mujeres desaparecidas, que hay mujeres acosadas, violentadas y muertas, que él apoya el movimiento porque tiene hijas, tiene esposa, “cómo no va a apoyar”. 

Actualmente tengo un amigo que trabaja ahí en el área de televisión y dice que el acoso es peor con las mujeres, si antes estaba horrible, ahorita mucho más. Las acosan en su cara y ellas no pueden hacer nada porque ya “tienen” lugar ahí. 

¿Denunciar o dejarlo así?

En realidad, no puedes denunciar y si lo haces no pasa nada, no faltan políticos, empresarios y otros medios que salgan a respaldar a los agresores, ese es uno de los mayores pactos patriarcales que existen en los medios de comunicación en Durango, y no sólo de acoso sexual, sino laboral, te hacen sentir menos como persona y profesional, no valoran tu trabajo y te cuestionas el por qué te tendrían que creer. 

Lamentablemente esas personas seguirán ahí, seguramente hasta que se retiren, no van a hacerles nada, y lo que me causa tristeza es que lleguen chavas nuevas, como yo llegué algún día, y comiencen a normalizar lo que pasa. Ese es mi mayor miedo, que ellas lleguen con muchas ganas de aprender y realmente te digan que no tienes nada que aprender ahí porque eres mujer y “tú qué vas a saber de medios”. 

Quizá no es tan grave la situación, pero hablo por muchas que no lo han dicho en esa empresa y que se lo callan porque necesitan el trabajo, son madres o se independizaron y necesitan el recurso económico.

Conozco a muchas personas que lo tienen normalizado y lo cuentan en forma de anécdota “chistosa”, como si no fuera nada grave. 

Justificar lo injustificable 

Al otro lado de la pantalla ya estaba ella, saludó con la mano, dio un respiro antes de comenzar su historia. Aclaró que no era tan “relevante”, pero era momento de que se supiera la clase de personas que existen en los medios. 

Mi primer trabajo fue en un medio impreso, me tocó estar en la sección de deportes, donde había puros hombres, todo normal al iniciar, hasta que me cambiaron a ser editora del periódico.  

Con el cambio de área venía el salir tarde, porque había que revisar todo antes de la impresión. El periódico estaba lejos de donde pudieras tomar un camión, Vargas siempre quería llevarme a mi casa o me llevaba a abordar el transporte. Acepté alguna vez porque era muy alejado, pero lo extraño era que siempre iba agarrándome o besando la mano. 

Me sentía muy incómoda, siempre le dije que no me gustaba que me tocaran o se me acercaran, lo siguió haciendo varias veces, sin importarle lo anterior. Este director siempre ha tenido mala fama porque hace ese tipo de cosas y con mujeres que han trabajado en su medio.

Ante la situación, quería mi cambio o la renuncia, pero me cuestionaba mucho el hacerlo porque yo apenas había salido de la escuela y no tenía experiencia. Incluso llegué a justificar lo que hacía porque me llevaba o acercaba a mi casa.  

Un día hablé, fui a decirle que iba a renunciar porque ya no se me acomodaba el horario y porque salía muy tarde y no quería, entonces me dijo “no, no renuncies, te cambio de área”, acepté por el tema de ser recién egresada y querer “hacer” currículum. Ahora hacía entrevistas, pero nada de la situación anterior cambió, todo era lo mismo, sólo que en la mañana. 

Si yo llegaba y no saludaba, iba a mi lugar para abrazarme y saludarme de beso, durante el tiempo que estuve laborando ahí siempre fue lo mismo, hasta que me harté y renuncié. 

Después de la renuncia me ponía a pensar que había estado mal, que debí “aguantar” porque estaba empezando. Más tarde me di cuenta que no, no era así y el haber tomado la decisión de irme fue buena antes de que pasara algo más grave, como han contado otras chicas.

Expectativa vs realidad

Eran las cinco y cuarto de la tarde cuando llegó a la cafetería. En la salita privada del lugar comenzó a contar su historia, no sin antes aclarar: “si quiero que salga su nombre”.

Me encontraba en una marcha estudiantil grabando y tomando fotografías cuando tuve el primer contacto con Marco Antonio Espinosa, un periodista “importante” –hizo comilla con los dedos– de Radio Fórmula, a quien siempre había admirado por apoyar diversas causas y movimientos, incluido el de las mujeres –dijo la chica de unos veintantos años tomando una bocanada de aire para continuar–.  Me observó durante un tiempo considerable, hasta que se acercó y dijo que mi trabajo le parecía bueno, que si me gustaría integrarme a su medio porque necesitaban una reportera. En ese momento yo estaba buscando laborar, pues estaba por salir de la universidad.   

Acepté, era una buena oportunidad y tenía muchos sueños e ideas muy frescas, quería hacer lo que siempre había querido como periodista. Me presenté a una entrevista de trabajo, él se mostró empático, amable, el mejor compañero y líder –enfatizó en las dos últimas palabras y negó–. 

Una vez que quedé en el puesto, nos llevábamos bien, me daba consejos, me orientaba y era amable, todo eso durante los primeros tres meses ahí, pero todo cambió hasta convertirse en otra persona, se le había caído la máscara. –miro un poco hacia arriba y asintió– Creo que el cambio fue al contarle que me hablaron del municipio para trabajar con ellos en comunicación social, yo se lo comenté porque le tenía confianza, pero fue un error, pues la violencia hacia mi persona comenzó, de menor a mayor escala. 

Primero creó una rivalidad entre mi compañero y yo, me quitó fuentes informativas para dárselas a él o tomarlas. La libertad que me dio al inicio para cubrir notas o reportajes me la fue quitando de a poco, me decía a quién entrevistar y a quién no, me prohibió preguntar información en los eventos, todo tenía que hacerlo en las oficinas de los funcionarios. En ese entonces mi casa quedaba muy lejos de Radio Fórmula, al inicio habíamos hecho un acuerdo, yo podía ir a reportear desde que salía de mi casa y evitar llegar a la oficina y luego irme, esto para no desperdiciar tiempo, pero todo eso cambió así –chasqueo los dedos y se encogió en hombros– de la noche a la mañana. 

Empecé a verlo como que quería que me “esforzara más”, pero no era la forma. Sé el trabajo como reportera, pero hay una delgada línea entre decir las cosas a forma de “te estoy orientado” y decirlo por joder y no valorar el trabajo. 

Para ese entonces me tocaba cubrir Cabildo, un día llegué y de manera muy grosera dijo «¡No quiero más notas de municipio! ¡Ya no!». No entendía, ¿cuál sería mi rol entonces? Todo funcionaba como censura, sólo para mí, al parecer. 

Hizo una pausa y soltó un suspiro molesto.

Una de las cosas que más me dolió e hirió fue estando en la conducción del noticiero. Abría micrófono para las reporteras, en ese entonces sólo yo, al inicio todo bien, pero después me coartó esa libertad: si hablaba me interrumpía y seguía platicando con el invitado. Así que, de los 40 minutos de programa, sólo me daba espacio durante tres y era justo para presentar la entrada de mi nota. Lo peor es que no podía retirarme de cabina, tenía que esperar a que él acabara, aun cuando yo no hacía nada.

Todo empeoró cuando comencé a cuestionar su actitud y la forma en cómo hacía menos mi trabajo, incluso a mí. Hablé con el director de Radio Fórmula y con Marco, pero no pasó nada, justo ahí empecé a “convertirme” en la “indisciplinada y loca” para ellos.

Hubo muchas discusiones tanto por mensaje, como en persona, la razón era porque quería disponer de mi tiempo 24/7. Tenía conversaciones donde me amenazaba si no hacía tal trabajo, le respondía que no podía y terminaba con un «Así son las cosas. Ya no voy a seguir hablando contigo porque eres una muchachita que no quiere entender. No voy a seguir peleando contigo porque no vale la pena. Así la dejamos», y eso llevó a que el ambiente se tensara.

Ahí empezaron mis ataques de ansiedad –asintió haciendo una pausa, miró hacia el techo unos segundos y resopló mientras regresaba la mirada–, tenía miedo de salir a reportear y no llevar las notas suficientes, me daba miedo llegar, te lo juro que sí, casi al punto de llorar, su sola presencia me ponía muy mal. 

Muchas veces llegó a “corregirme” las cosas, aunque estuvieran bien, todo era para fastidiarme. Y sí, muchos que no trabajan en los medios seguramente no lo van a entender y van a decir que hacía todo eso porque era mi jefe, pero la forma en que lo hacía era tan déspota y humillante que me hacía sentir muy mal y cuestionar si era buena para el periodismo.

Estaba molesta. Hacía pausas para contar con exactitud cada punto. Prosiguió.

Implementé mi propio mecanismo de defensa, ser “grosera”, así lo llamaba él a cuestionar el trato que me daba y cuando no estaba de acuerdo. Cada que lo hacía, me repetía que era grosera y tenía un mal comportamiento, que “no era profesional”. 

Hubo un punto en el que dije «tiene razón, yo estoy haciendo mal las cosas. Si esto no funciona es por mi culpa», la manipulación que él hacía era tanta, que llegué a creer que yo era el problema. 

Resopló nuevamente, miró hacia el techo por unos segundos. 

Es que me acuerdo y me da mucho coraje… Marco siempre me trató mal por el simple hecho de ser joven. 

Pasaron los meses, continuó todo igual, así que intenté cumplir lo que él decía, me doblegué y cuando lo hice, él cambió. Ahora era amable, como al inicio. Me llamó a junta y me dijo «yo vi un cambio en ti, estás haciendo muy bien las cosas, te felicito, vas por buen camino, hay que seguir así». Ahí empecé a hacer clic de la manipulación y violencia. 

Empecé a relacionarme y platicar con otras compañeras periodistas, un día me confesaron que hicieron una apuesta de a ver cuánto duraría yo, que siempre hacían lo mismo con todas las chicas que llegaban a Radio Fórmula, porque NADIE se queda. Comienzan a platicarme de varias mujeres violentadas por él, incluso una chica me dijo que ella vivió lo mismo que yo, pero también acoso, pues él le decía que ella estaba “enamorada” de él y por eso se portaba así, “respondona”.

Yo no era la única, había más víctimas. 

No sólo se portaba así con sus compañeras de Radio Fórmula, sino con otras mujeres del medio y la política, les llamaba “putas” por su comportamiento, su forma de vestir o su trabajo. A las reporteras de otros medios no las bajaba de estúpidas, de pendejas, de que no sabían nada, criticaba su labor periodística. El nombre que se te venga a la mente de alguna compañera, de cualquier medio, era criticada e insultada por Marco.

Pasaron los meses y todo fue escalando muchísimo hasta que fue intolerable. Me di cuenta que tenía que irme de ahí cuando terminaba mis entrevistas y me dirigía a la oficina, pero antes de entrar me quedaba una cuadra atrás para llorar. Me sentía impotente, infeliz y ya no me gustaba lo que hacía. Todo era control sobre mí. 

En las noches me dormía con mucha desesperación y miedo, no quería despertar, el día después me daba pavor porque sabía que iba a vivir eso de nuevo. Yo vivía y trabajaba en automático, llegó un punto donde yo ya no sentía nada. 

La imagen que tenía de él cambió conforme pasó el tiempo, afuera dice ser “aliado” del movimiento feminista, pero a una mujer no le permitía tener libertad laboral, la manipulaba para que cambie a su modo y cuando lo lograba, todo está bien, eres “la buena”. Me daba mucho coraje por cómo lo veían afuera, lo alababan sin saber lo que hacía. 

Su enojo incrementaba conforme hablaba, podía notarse en su tono de voz elevado, el movimiento de sus manos, algunas pausa y las risas irónicas.

Todo eso era como los secretos de familia, todos sabían lo mierda que era y no decían nada. Además, era un tema personal con las mujeres, porque a los hombres no les hacía lo mismo, a ellos les permitía ser muy libres, se les daba muchas oportunidades, pero a las mujeres siempre les coartaba su libertad y les exigía demás. 

¿Sabes de denuncias en su contra? 

Dio un sorbo a su bebida y asintió rápidamente.

Sí, había varias denuncias en el sindicato, pero él tenía mucho poder, tanto que sólo recibió un ultimátum sobre retirarle su licencia. Y sí, me arrepiento de no haber puesto una denuncia, quizá el haberlo hecho haría que no estuviera más al frente de los medios, pero no lo hice porque tenía mucho miedo de las consecuencias. 

Renuncié casi a finales del 2017, y si alguien se pregunta por qué me aguanté, fue porque no tenía opción en ese momento, yo quería cumplir las expectativas que otras personas habían puesto sobre mí, quería crecer profesionalmente, quería hacer más, por eso me quedé, era el único trabajo que tenía y acaba de salir de la universidad. Así que mi única opción fue aguantarme –confesó mientras hacía una mueca de disgusto y dejaba que se escapara un suspiro–.

La situación afectó tanto mi vida que tuve que irme de la ciudad y renunciar a lo que siempre quise ser en mi carrera. 

Justo ahí me pregunté, ¿qué tan grande es el pacto patriarcal en los medios? Porque todos sabían lo que hacía y lo seguían protegiendo. Lo digo porque cuando todo eso pasó, lo hablé con el presidente del Colegio de Comunicólogos porque le tenía mucha confianza y su única respuesta fue «así es esto, no puedes hacer nada, te tienes que aguantar y si no te gusta, haz tu medio». Sé que sus intenciones no fueron groseras, pero fue muy indiferente. No fue la única persona que me lo dijo, todos llegaban a la misma conclusión “tienes que aguantar, no lo vas a cambiar”.

Todo esto es parecido a lo que viven las víctimas cuando van a denunciar a la fiscalía, las revictimizan, no las escuchan y no hacen nada. 

Pasaron los años, denuncié en redes sociales todo lo que me hizo y me llegaron muchos mensajes de chicas donde me contaban que a ellas les pasó y que todo sigue siendo igual.

Hasta hoy, si lo veo por la calle tengo que cambiarme de acera, darme la vuelta o lo que pueda para no encontrármelo de frente, porque me da miedo. 

Jugueteó un poco con el popote que estaba delante de ella, agachó la mirada y contuvo un poco de aire.

Todo esto me sirvió para darme cuenta que las personas no son lo que parecen y que es muy peligroso admirar a alguien y ponerlo en un pedestal, hacerse expectativas es horrible, porque cuando le conoces se te cae y es muy duro enfrentarte a eso.

*** 

Días después de las entrevistas, se publicó una encuesta para comunicadoras en Durango donde se les preguntaba si alguna vez han sufrido de acoso, violencia u hostigamiento en sus centros de trabajo.

Al menos el 71.4 por ciento de las 15 participantes aseguraron que sí, ya sea en televisión, prensa, radio o medios digitales; en puestos como reportera, editora, community manager, locutora, escritora, conductora o editora audiovisual.

En su mayoría, los casos no fueron tomados en cuenta, algunas confrontaron a su victimario, otras renunciaron a sus trabajos y varias decidieron callarlo para evitar cualquier tipo de problema y mantener su puesto. 

Parecería que el apoyo y acompañamiento para las víctimas es nulo, a pesar de contar con cinco organizaciones de comunicadores y comunicadoras en el estado [Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras (AMMPE), Amigos Comunicólogos y Comunicólogas, Colegio de licenciados y licenciadas en Comunicación (COLEC), Periodistas y profesionales de la comunicación (Prepoc) y Comunicación Oro],  quienes las “respaldan” en caso de encontrarse en situaciones que ponen en riesgo su integridad y profesión. 

Pero ha quedado comprobado que sus “protocolos” de apoyo no están hechos para las mujeres, menos en casos como los anteriores. Basta recordar la denuncia por acoso sexual que interpuso una presentadora de Televisa Durango contra un conductor del noticiero estelar; lo único que pasó fue que el sujeto siguió protegido por su organización (Preproc) y varios colegas, quienes aseguraron “él no es así”, y hoy sigue a cuadro.

La situación no cambia, hasta la fecha, con los hombres mencionados en los testimonios. No hay sanciones, no hay castigo, pero sí hay encubrimiento y celebración, porque para no “perder” un amigo o un elemento prefieren callar y manejar una postura tibia.

El pasado 9 de marzo en México se creó una iniciativa llamada #MiAgresorSigueAhi, un espacio para denunciar a comunicadores que han violentado a mujeres del gremio y los mismos que siguen sin un castigo y con mayores privilegios en el ejercicio periodístico; además de respaldar al #MeTooPeeriodistasMexicanos creado en 2019. 

Respecto a Durango, se tienen los famosos tendederos de denuncia, pero sólo aparecen el 8 de marzo de cada año. Mientras se espera que llegue ese día, muchas comunicadoras siguen en la lucha constante por salvar su integridad o su puesto de trabajo. 

Es cierto cuando dicen que todo se ve “bonito” en la pantalla o de lejos, porque dentro, cerca y sin público, muchas veces es un infierno. 


Leave a Comment