octubre 27, 2021

Sentidos renovados al salir de casa

By In Enigmas

Hace un año Carmen no se imaginaba todo lo que perdería al tomar tan importante decisión. Parecía el siguiente paso lógico en su vida, pero al hacerlo se dio cuenta de que no sabía nada y dejaría tanto atrás.

Desde que sus tíos compraron una casa tan grande sabía que el momento se acercaba, que querían llenar esos cuartos con vida y Carmen ansiaba vivir. Aceptó la mudanza que le propusieron fácilmente y en cuestión de una semana todo su mundo estaba en un cuarto recién pintado. A su memoria llegaron las escenas de cada película americana en la que los chicos llegaban a la universidad y les esperaba un ambiente de fiestas y diversión, pero no fue así, no al principio.

Enseguida se percató de la ausencia de sonidos. Ya no escuchaba el tintinear de las llaves con ese adorno de goma que nadie quería, pero qué cabía en todos lados. No estaba el golpe de una mochila contra la carísima mesa de madera que levantaría un grito de molestia. Ni de lejos podía escuchar una canción mezclada con el agua de la regadera y alguien cantándola sin afinación. Ya ni siquiera reconocía su nombre al ser gritado desde el primer piso.

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Después el olfato cambió y fue notorio que no podía distinguir del perfume de diario al perfume de marca que se esconde en la repisa. Ya no tenía que arrugar la nariz al oler ese desodorante masculino que parecía fumigar la casa. Carmen ya no podía oler desde su cuarto su platillo favorito y sentir cómo empezaba a salivar. 

Al pensar en comida recordó que ya nada le sabe igual. La lengua de Carmen desconocía aquello que no fuera una sopa con su debido tiempo de preparación y uso de los ingredientes adecuados. No saboreaba el pollo como cuando lo robaba del plato al deshebrarlo. No le pasaba por la garganta ni el Gansito que pensó le robarían del congelador.

También el tacto parecía desaparecer. Carmen se acostaba en su cama, pero no distinguía las telas ni las costras que alguna mancha de comida dejó. Ya no le desesperaba el calor de su cuarto porque le daba el sol todo el día, ni necesitaba la manta que adornaba la sala en invierno y protegía sus pies. No podía ni imaginar su piel erizada al ponerse una prenda recién lavada a mano.

Carmen pensaba que moría, que no era nada sin esas sensaciones tan conocidas. Lloraba en el patio, el único lugar tan grande como su vacío. Cuando unos pasos muy chiquitos le dieron darse cuenta de todo lo que ganó al tomar tan importante decisión y sí, no sabía nada, pero había aprendido mucho.

Al vivir sola Carmen pudo descubrir que sí tenía sentidos renovados y que solo le pedían que vieran su vida como lo que era ahora, independiente. 

Sus oídos se abrieron a nuevos sonidos que pedían su atención constante, nuevas llaves con nuevos cerrojos que tenía que memorizar, el distinguir del ladrido de su mascota por si era una advertencia o imploraba atención. Ahora podía escuchar su música sin mezclarse con otros gustos.

El olfato regresó con comida experimental que, aunque siguiera la receta al pie de la letra emanaba un olor sospechoso. Su nariz le mostró que era más de perfumes suaves y no dulces como siempre pensó por robarle a su mamá. Carmen no paraba de olerse el cabello por usar su propio shampoo que nadie se acabaría. 

Su paladar estaba feliz de saborear aquel cereal costoso que de niña solo veía en el estante y ahora estaba en su alacena. Sus papilas se ajustaban a los nuevos platillos entre caseros y prefabricados. Aprendió a decirse a sí misma “en la casa hay pollo”, cuando ni su boca ni cartera soportaban otra rebanada de pizza.

Carmen sí sentía, ya que en sus dedos notó la suavidad de nuevas cobijas y su cuerpo agradeció el estirarse tanto en una cama de su tamaño. Sentía el frío de su nuevo hogar que desapareció a la llegada de un ser vivo en forma de estopa. Aquellas patitas olor a cheeto y nariz fría que le mostraron que no estaba sola. La vio en un anuncio en Facebook, la última perrita de una camada que su dueño no esperaba. Inmediatamente su corazón se achicó, sus padres tampoco esperaban que su Junior viniera con una gemela, esa coincidencia le hizo pensar que su nueva vida, literal, necesitaba una vida en ella.

Delante de sus ojos habían pasado muchos cambios, por eso no sintió que perdió la vista. Se percató que dejaba el tapizado de colores que nunca le gustó y ahora solo veía paredes blancas que le aburrían. Observó cómo el dinero se acaba si no se administra. Vio como los platos se acumulan y el polvo no deja de salir. 

Había visto a su madre llorar mientras le ayudaba a empacar sus libros y le decía que no se fuera. Vio a su hermano apoderarse de su habitación, pero sin quitar las estampas que dejó en el closet. Se sorprendió de las lágrimas de su padre al confesar que estaba orgulloso por verla seguir sus metas. 

Carmen suspiró por todo lo que su decisión movió y no se arrepiente.

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