Por: Ana Compeán
Call my friends and tell
them that I love them
And I’ll miss them
But I’m not sorry
Call my friends and tell them that I love them
And I’ll miss them
Sorry
Billie Eilish
Desconocía la palabra distimia, hasta una mañana que mi terapeuta la mencionó después de explicarme que posiblemente yo padecía de una depresión cíclica y silenciosa. Me contó que suele ser una de las enfermedades más difíciles de diagnosticar, porque el paciente comúnmente se adapta o se ha acostumbrado a vivir con ella. Se presenta en personas que sonríen mucho, que pueden interactuar socialmente de forma “normal”, pero en el fondo hay algo oscuro que no les permite disfrutar de la vida plenamente.
“Ana, por lo que me has contado, posiblemente has tenido depresión desde que eras niña”. Me quedé sentada frente a esas palabras, en silencio, en ese sillón gris donde tantas veces me ha invadido el llanto. Una flecha de humo gris me atravesó por el centro, inundó mi pecho, mi rostro, mis ojos, mi cuerpo y mis pasos de regreso a casa.
Este texto lo escribo para hablar de las desveladas. Quizá no son las más memorables, pero sí son las que me acercaron al filo, y al mismo tiempo, a la claridad. Pasé más de un año durmiendo hasta la madrugada, cuando el llanto profundo y laberíntico vencía a mi cuerpo y lo dejaba caer. A veces sólo podía conciliar el sueño de esa forma. Creía que era una etapa, que era parte de mi personalidad altamente sensible, de mi signo en Cáncer, con ascendente en Cáncer y luna en Cáncer. O quizá era que “esta vez la depresión te afectó de una forma más intensa debido a los duelos que has atravesado recientemente”, dijo ella, antes de indicarme que debía atenderme urgentemente un psiquiatra.
No sabía si debía sentir culpa, por años estuve intentando levantar mis restos y vivir, reconstruirme después de que la vida me rompía, pero a la vez la nube gris me llevaba entre los espirales de la memoria hasta los días de la infancia. Quería gritar enojada, contra todo, contra nada; por la niña solitaria, la pequeña que se escondía en el ropero para llorar, la que prefería jugar sola, y tuvo durante los seis años de educación primaria únicamente una amiga, con la que compartía el tiempo del recreo en un aula, donde no corrían los sueños por el viento. Después la espiral de humo avanzaba hasta diferentes etapas de mi vida en los que me descubrí persiguiendo algo, sin alcanzarlo nunca.
¿Qué se siente estar bien?
If you need me
Wanna see me
Better hurry
‘Cause I’m leaving soon
Billie Eilish
Nunca fue normal romper en llanto imaginando mi propio funeral, o el curso del mundo sin mi presencia. Esa sesión con mi terapeuta inició con una pregunta que nadie quiere hacer y que nadie quiere responder: ¿Has tenido ideas de autolesión? Sí, anoche, cansada del llanto, del dolor de cabeza que este me detona, y de dar vueltas y vueltas en el pozo que se había convertido mi cama y mis sábanas. Tomé el celular, entré al buscador de Google y escribí: Cuántas pastillas de xxxxx medicamento necesito para morir. En ese momento le envié un mensaje a una amiga, tengo miedo, le dije. Ya no puedo.
Es muy difícil que alguien que no ha padecido depresión comprenda la falta de vitalidad con la que amanece un cuerpo que el día anterior estaba dispuesto a realizar planes, salir, hacer compras, pendientes, escribir. No, no podía. Simplemente, ya no podía.
Después del primer examen, que cabe mencionar, el único que reprobé en toda mi carrera como estudiante, el test que utilizó la psiquiatra para saber cómo me sentía en el presente, supe que realmente algo no estaba bien. Las personas a mi alrededor me decían que era una buena noticia tener un diagnóstico y un tratamiento a tiempo. Pero los primeros días me invadía una tristeza enorme que no sabía si podría atravesar, una tristeza por todas las lágrimas derramadas, los sueños que no pude alcanzar, los días que no pude disfrutar, aquellos en los que fingí, pretendí sentirme bien. Me había mentido a mi misma, y no lo sabía. Dormía de día, y de noche, cuando ya no había voces, aparecían las mías, preguntándose cómo podría lidiar con el futuro y con todo el pasado que arrastraba caminando en un pantano invisible.
La cercanía con la muerte siempre pareció una salida rápida, una forma de terminar con el dolor. Pero no podía imaginarme dañando a otras personas, y eso era lo más triste, no quería quedarme por mí, quería simplemente no hacer daño, fantaseaba con borrarme de sus memorias y desaparecer silenciosamente, como un ente que se eleva y deja la tierra. Pero cargaba con la culpa de un cuerpo, de un encuentro, de un primer llanto, un ataúd, una velación. Escribir esto es complicado, porque quisiera que nadie tuviera que sentir esto, o saber que alguien cercano puede sentirlo. Todos queremos salvarnos, pero yo no quería salvarme a mí.
He visto a mamá llorar, he visto a papá preguntarse, por qué mi hija, ¡no! Por qué mi hija tiene que pasar por esto. Y es el amor que les tengo, a ellos, a mis amigos, a quienes incluso ya no están aquí, que estoy intentándolo. Y espero un día intentarlo tanto por mí como por ellos. He sido cuidada, amada, abrazada, y contenida, como un cuerpo que se encuentra atrapado entre la vida y la muerte, como un cuerpo que cae constantemente en la oscuridad de los pensamientos y se enfrenta a la delgada línea que no he cruzado, y que espero no cruzar, porque ahora, puedo experimentar la idea de volver a soñar, la risa de mis sobrinos, las carcajadas de mis amigos, los besos que se quedan, los ronroneos de ese callejero que lleva conmigo más de once años. Soy su humana, estoy aquí para él como él está para mí antes de dormir. Se acurruca a mi lado y se asegura de que me quede dormida, para después vigilar la oscuridad de la noche que me ronda. Pero estas palabras, que parecen llorar por sí mismas, también agradecen, porque tengo tiempo, porque he ganado días, porque está valiendo la pena. Todos hemos sido cuidados, todos hemos cuidado de alguien y no soltar la mano de quien está en caída libre, puede ser a veces un milagro, que sucede como el vuelo de un pájaro que nadie ve, pero que sobrevuela la ciudad, el tiempo, y que atraviesa el gris de las tormentas.
Hay días en que dudo si podré vencer la batalla, me asusta también la idea de superar este tiempo porque, quienes han padecido depresión, son más propensos al resto de la población de volver a experimentarla a lo largo de su vida. Y yo me pregunto, si tengo 60 años, si ya no tengo a mamá, si ya no tengo la fuerza o esa red, parece cercana la línea, su filo, como una amenaza que promete permanecer siempre a mi lado. Pero estoy aprendiendo a confiar, como me lo pide mi terapeuta. Confía, Ana, yo confío en ti. Prometo, sí, prometo que lo estoy intentando.
Tell me love is endless