No me había dado cuenta de que el mundo había cambiado hasta que acabé llorando como una idiota por un casi algo; además, ni siquiera pude justificar las lágrimas dignamente porque pues no éramos nada.
Siempre me ha costado ser el algo de alguien y he invertido varios miles de pesos en psicoterapia y espiritismos varios para intentar entenderlo y ya que medio lo tenía, el mundo cambió. En los noventa se hablaba de frees; en los 2000 y durante casi dos décadas se habló de un estamos saliendo, aunque todo el mundo sabía que nadie salía a nada. Y la monogamia existía como esta madre omnipresente que cobijaba todo en el marco de lo políticamente correcto, disfrazada de falsa ilusión de haber encontrado a alguien con quien compartir.
Colgada, entre el poliamor y la monogamia
Crecí en los ochenta donde había cierta validación social en si tenías pareja o no; luego, en si había infidelidad y/o deslealtad, que no son lo mismo, te enterabas, pataleabas, perdonabas o no y rehacías tu vida, como si se te hubiera caído, luego iniciaba de nueva cuenta la carrera utópica de un amor bonito y monógamo que acababa en un y vivieron felices por siempre sin mostrar la verdadera parte final de la película.
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Mientras criaba sola un hijo y me enteraba a la mala que también era una MILF (Mother I’d Like to Fuck) nunca considerada para un todo, integré con resignado dolor gozoso la etiqueta. Diez años atrás ya era una irresponsable poliamorosa inconsciente de serlo que jamás comunicó sus necesidades físicas, afectivas y emocionales. Claro que lo pagué y entendí con terapias varias, años después.
Sin querer, o muy queriendo mucho, ser siempre la casi algo de alguien y la nunca nada de todos me permitió terminar de desencantarme de los silencios, omisiones y vacíos legales de la monogamia.
Criada en escuelas de monjas y en una sociedad mexicana llena de silencios jamás se me ocurrió preguntar un qué somos ni para dónde vamos para no parecer urgida como decía mi abuela, pero luego me di cuenta de que nunca iba con nadie a nada y en esa necedad me dejé varios raspones en el alma.
Luego llegó el feminismo a derribar el mito de que me hacía falta una mitad y que el amor todo lo puede.
Ahora hay que integrar el poliamor. Ese que en los sesenta era solo para hippies y descocadas según mi mamá, se ha vuelto una forma de vida en algunos países y en México en ciertos circulitos sociales con tendencias progres, neo tribus espirituales arcoiris que de dientes para afuera y para redes sociales abrazan una moda con la que justifican el miedo de romperse el corazón. Solo algunas personas me pudieron hablar de un poliamor más responsable, de vínculos, acuerdos, límites y comunicación; de autocuidado y cuidado del otro, de amor en una dimensión más humana y menos romántica, de un amor más adulto, más práctico y sin tantos vericuetos.
Yo solo quería un abracito
Con más de 40 años y un constante cambio de mundo, ahora tengo que entender mis sentimientos y necesidades para poder hablar y vivir de poliamor (con jerarquías, límites y acuerdos en los vínculos relacionales) y sus al menos cinco variantes, de la anarquía relacional y sus no límites-sí límites (compartir cuerpo, alma, corazón, todas juntas o separadas, sin etiquetas, ni tiempos, ni jerarquías) y encima saber dónde ponerme.
Todo eso solo para mantener el amor propio y la coherencia con los soliloquios tratando de entender qué carajos sentir después de tanto término para luego preguntarte con cuántos seres más tienes que dormir hasta encontrar unas babas adecuadas al cómo te sientes ese día.
Todo eso mientras además tratas de razonablemente etiquetar lo que sientes y enmarcarlo en alguna de las varias orientaciones sexuales. Ahora todo el mundo quiere racionalizar lo que siente, eso tiene el nuevo mundo.
Me hubiera gustado ser consciente de que fui poliamorosa y anarco relacional antes de que fuera mainstream y enterarme a punta de ya meritos, ghosteos en miscelanea y “no quiero nada nunca contigo” precedidos de miraditas de borrego y orgasmos varios que me cruzaron los cables, el hipotálamo y la voluntad. Nadie nunca me lo dijo y todo lo tuve que adivinar yo, solo un día éramos todo y al día siguiente no éramos nada, historias que acabaron en el retrete y en un cómo carajos no me di cuenta que nomás estábamos cogiendo, y encima tener que enarbolar una amplia sonrisa, limpiarse las rodillas y pronunciar un doliente “no me dolió”.
Los llantos por mis casi nada se volvieron más recurrentes, mis cuatro décadas no podían ignorar que las formas de amar estaban cambiando. Necesitaba beber, fumar y coger con el poliamor y todas sus teorías para que no me volviera a agarrar con los calzones abajo y el corazón envuelto en regalo. Muchas veces fui parte de estas formas de amar y ni siquiera me enteré, me dolió tanto y aprendí bien a la mala que los amores de muchos sin términos ni condiciones, sin responsabilidad afectiva, acuerdos explícitos y comunicación, muuuucha comunicación, es monogamia disfrazada de poliamor “pal Face”.
La verdad es que sí lloré, y no poquito, porque mi investigación acabó en heridas de la infancia no resueltas, un ego hecho pedazos, así como dinero que no tengo invertido en subsanar viajes, compras pendejas y berrinches varios que acabaron en el médico y rameadas con hierbas, todo para aprender siempre a preguntar si de alguien es el novio perdido que se llena la boca de relaciones abiertas a conveniencia.
Para no traicionarme a mí chingándome a otra persona que sí se compró el cuento de poliamor sin responsabilidad afectiva, para no dar paso a alguien que no pensó en mí, para quererme tanto y fijarme si traigo suficiente amor propio como para pagar la indiferencia y para saber dónde poner el alma, las nalgas y el corazón sin miedo a acabar llorando por casi historias que nomás me quitaron el tiempo y que, de haber sabido los plazos, términos, condiciones y número de participantes en los que nadie quiere perder nada pero sí ganar todo, no habría jugado a nada.