junio 25, 2025

108 días… ¿con él?

By In Ensayos

A veces no escatimo si de potenciar mi autoestima se trata. Conocí a Richard en una tarde de ocio, mientras pasaba el tiempo en una de esas plataformas para conocer personas. Mi intención no era buscar a alguien para formalizar una relación. Yo sólo buscaba mirar y por supuesto, que me levantaran el ego.

Hicimos match y surgieron las preguntas básicas: edad, país de origen y a qué me dedicaba. Yo siempre fui muy honesto; me siento orgulloso de ser un hombre colombiano que vive en Tijuana, guapo, alegre, altruista y con estudios enfocados en temas de migración.  Él, un médico bien parecido nacido en Alemania, pero que desde muy niño vive en New York. 

De inmediato Richard se mostró interesado en mí. A partir de ese día comenzó a enviarme mensajes vía WhatsApp dándome los buenos días, me preguntaba cómo estaba y fue él quien comenzó a compartirme fotografías de su día a día. Yo le “seguí el juego”. En una semana, Richard se dirigía a mí de forma atenta y cariñosa: comenzó a hacerme parte de su vida aunque todo fuera a distancia.   

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Foto de Thirdman de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-con-iphone-6-plateado-5592313/

No podía creer que un médico de New York estuviera interesado en mantener una relación conmigo. Y no porque yo no lo mereciera, estoy seguro de lo que soy y lo que tengo; sólo que la situación se parecía más a una serie de HBO: un romance palomero y con mucha ficción. 

Todos los días nos enviábamos audios y ambos hacíamos un esfuerzo por comunicarnos; él intentaba hablar español y yo intentaba hablar en inglés, aunque la mayoría de las llamadas eran en su idioma. Entonces me di la oportunidad de confiar y creer en todo lo que Richard me mostraba; su vida era maravillosa y yo lo podía comprobar durante las videollamadas que me hacía en las guardias del hospital donde él trabajaba, incluso en la calle.

Pese a que el idioma parecía un impedimento, aquello se dio de forma orgánica y, después de muchas semanas, Richard me dijo que quería visitarme durante sus vacaciones. Yo no podía creerlo. Entonces comencé a organizar mi tiempo y armé un itinerario para pasearlo por la ciudad. Richard jamás había visitado México y yo quería que mi ¿novio? tuviera una buena experiencia.  Los días siguientes, Richard me mostró su pasaporte y un boleto de avión con destino a Tijuana. Ambos estábamos felices porque nos íbamos a conocer.

El día del viaje llegó y Richard me mantenía informado sobre su ubicación. Su vuelo contempló una escala en Monterrey.  Una vez en el aeropuerto me escribió para decirme que lo habían retenido porque se le había olvidado declarar, en los Estados Unidos de América, la salida de más de 10 mil dólares. Por ese motivo un funcionario de migración le estaba solicitando la cantidad de 5 mil pesos para ingresar a México. 

Fotografía: cortesía. La imagen original fue intervenida | Al hacer una búsqueda inversa de la misma llevaba a otro usuario.

Me sorprendió mucho que Richard desconociera las restricciones de dinero que se aplican cuando una persona hace vuelos internacionales, porque no era la primera vez que él viajaba a otro país. Su pretexto fue decir que “había salido con prisa y había olvidado ese detalle”. 

En aquel entonces yo trabajaba en una Asociación Defensora de Derechos Humanos de migrantes y tenía contacto con abogados. En cuestión de horas pregunté sobre las probabilidades de que Richard estuviera pasando por un acto de corrupción. Por ello le pregunté ¿cuál era el nombre del funcionario a quien se le debía hacer el depósito? Pero Richard no me supo explicar. Le recalqué que yo no tenía dinero y que la única forma en la que lo podía ayudar era canalizándolo con algún abogado/defensor que le diera seguimiento a su caso

Todo comenzó a parecer muy extraño. Le pedí su ubicación en tiempo real y esta arrojó que, efectivamente Richard estaba en Monterrey, pero no en el aeropuerto, sino en un barrio catalogado como “peligroso”. Fue hasta que le pedí su visa cuando descubrí que el romance que yo había vivido por 108 días solo había existido en mi cabeza. La visa era falsa. 

Decidí seguir con su juego y medir hasta dónde podía llegar. Richard seguía insistiendo en que le depositara dinero, que en cuanto le entregaran la maleta me lo devolvería. Le dije que lo mejor que podía hacer era solicitar el regreso a EUA para concluir con los trámites que le permitieran ingresar a México. 

Richard me reclamó, me dijo sentirse ofendido porque no le ayudé, porque lo dejé morir solo. En ese momento dejé de llamarle. Días después, Richard se volvió a comunicar conmigo, diciéndome que había pasado tres días en el aeropuerto. No le creí y desde ese día no volví a tener contacto con él.

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Aún me sorprende la habilidad de las personas para armar un escenario, envolverte con discursos románticos y después buscar la forma de aprovecharse de ese cariño que construyeron de forma malvada. Tanto a mis amigues de confianza, quienes celebraban mi “romance a distancia”, como yo nos sorprendimos por la forma en la que nos engañaron porque todes pecamos de ingenuidad y caímos en el juego. Entonces descubrimos lo cruel que puede ser la inteligencia artificial (IA) y el uso del deepfake, una forma de generar videos que imitan con mucha precisión la voz y apariencia de las personas; este tipo de IA es común en venganzas con tintes pornográficos, y un medio de ingresos para los estafadores de esta generación.

Han pasado dos años de aquella “ruptura” y pensar en Richard me causa risa. Ahora soy más cauteloso al usar las plataformas de citas porque no quiero volver a pasar por la misma situación. De vez en cuando bromeo con mis amistades y les confieso que aún siento un poco de coraje. Y es que el hijo de puta de Richard era guapísimo

***Nota. Agradezco a mi amigo Orlando* (su nombre fue cambiado por motivos de seguridad) por compartirme su historia y permitirme contarla. Cuando Eder atravesó por esta situación éramos roomies y compartimos casa en Tijuana. Tavo (el otro roomie) y yo, fuimos testigos del enamoramiento y, junto a Eder, nos ilusionamos. Pero también sentimos coraje por la estafa. A partir de ese momento consideré la necesidad de narrar esta historia, porque a todes nos puede pasar.

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