octubre 27, 2025

Una carta de amor para las apps que cambiaron mi vida

By In Ensayos

Por Alejandra Santamaría

Queridas aplicaciones que viven en mi celular y cuyos cuadraditos aprieto continuamente en la pantalla, nunca les he dicho todo lo que significan para mí. Lo he pensado mucho, en especial en estos últimos años en que mi vida en Berlín es más estable. Esa estabilidad le ha dado paso a la calma y a tener el espacio y la tranquilidad para sentirme agradecida. Y es desde ahí que quiero escribirles esta carta.

Primero es necesario que entiendan que nada podría haberme preparado para la avalancha de vergüenza y culpa que me envolvió cuando llegué a vivir a Berlín, Alemania, sin saber una sola palabra de alemán. Antes de viajar, varias personas que ya habían estado en la ciudad me dijeron, reafirmando e impulsando mi viaje: “en Berlín todo el mundo habla inglés.” Y es verdad. Es posible construir una vida acá en ese idioma. Pero cambiar de lenguas para habitar mi mundo, primero en inglés y ahora en algunas esquinas en alemán, desató una tormenta emocional imprevista en mi interior. 

En retrospectiva, veo dos causas para esta tormenta: una fue el choque de extrañeza que me generó estar por primera vez en un país en el cual no conocía el idioma. Antes de pasar mi vida para Berlín, había estado en dos países latinoamericanos y en Estados Unidos, lugares en los que entendía el idioma en el que las personas allí existían. Llegar y escuchar solo ruido en los anuncios del tren o ver letras combinadas sin ningún significado en los carteles de la calle, me dejó en shock.

La segunda causa es más personal, más difícil de remover y algo que vive en mí desde que puedo recordar, y es un sentimiento de culpa permanente. En mi cotidianidad, mi culpa encuentra razones para fortalecerse y fuentes de las cuales alimentarse casi que a diario. Esto es algo de lo que puede dar fé la aplicación de notas, porque cuando la culpa me agobia, recurro a escribir para poder desahogarme y tranquilizarme. Cuando me di cuenta que había tomado la decisión de irme a vivir a un país sin saber siquiera cómo decir “buenos días”, mi culpa se disparó y mucha de mi energía vital se derivó, por largo tiempo, a nutrir este sentimiento. 

Recién llegada con maletas

Como sucede al migrar, al comenzar a vivir acá, experimenté muchas primeras veces y las relacionadas al idioma fueron, en su mayoría, extrañas e incómodas. Cuando me acerqué a la droguería a las pocas semanas de haber llegado, preparada con mi “Ich spreche kein Deutsch, sprechen Sie Englisch? (no hablo alemán, ¿habla usted inglés?)” memorizada de otra aplicación – el traductor – y practicada antes de salir de casa, la mujer en el mostrador me dio una sonrisa odiosa y me devolvió la pregunta, envenenada: “no, ¿tú hablas ruso?” Y en una pelea con mi primer arrendador, un tipo enorme que tenía llaves de mi apartamento compartido y entraba y salía como si viviera ahí, mi vergüenza fue reafirmada cuando el señor dijo, a los gritos: “yo hablo inglés contigo porque soy muy buen tipo, pero la lengua franca de este país es el alemán”.

La vergüenza y la culpa comenzaron a influir en mis días. En la calle siempre utilizaba mis audífonos como escudos anti-personas y cada vez que me los ponía, le enviaba una plegaria silenciosa al cielo pidiendo que por favor nadie intentara hablarme. Esquivaba a las viejitas con cara de perdidas a las que les veía la intención de preguntarme algo, o a los repartidores que se acercaban a la entrada de mi casa. Si alguien comenzaba una interacción, repetía con pánico la frase que me aprendí de memoria diciendo que lo sentía mucho pero no hablaba alemán.

Reduje mi mundo a los espacios en donde sabía que no iba a tener ni el sentimiento ni la necesidad de disculparme por no saber el idioma, los espacios en los que podía existir en inglés o español: las clases de mi maestría, las salidas con mis compañeros del máster, el apartamento que compartía con varias chicas – todas extranjeras –. 

Veía con sorpresa como algunos de mis compañeros pedían, sin ningún trazo de pena o remordimiento, comidas y bebidas en inglés en restaurantes y bares, y solo me animaba a hacer lo mismo luego de ellos. Me sentía protegida si estaba en un grupo en el que alguna persona hablaba alemán, y así podía refugiarme y esconderme detrás de ella; o en un grupo con esos extraños y admirables seres que existían en los idiomas que conocían sin sentirse agraviados. 

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Comencé a resentir al idioma por lo incorrecta y culpable que me hacía sentir, y por los límites que le ponía a mi existencia en Berlín, aunque esos límites estaban cimentados en mis percepciones y sentimientos. Eran paredes que yo erigí y a las cuales reforzaba con el dolor y malestar que me causaban los momentos en que alguien en el mercado, en un restaurante o inclusive en mi universidad me hablaba sin amabilidad y con agresividad por no saber alemán; o en el fastidio de las personas a las que no les entendía lo que me decían en la calle. Además, en grupos de estudiantes internacionales en Facebook leía sobre personas a las que les pasaban cosas más graves: las insultaban de frente, les regaban café encima o las agredían de varios modos por vivir en Berlín sin alemán, lo cual reforzaba mi miedo y hacía gruesas a esas paredes detrás de las que me refugiaba.

Screenshot de una conversación con un chico

Ese mundo pequeñito en el que me escondí comenzó a ampliarse gracias a ustedes, en el momento en que decidí descargarlas en mi celular. La primera aplicación que quiero nombrar, la cual fue de las primeras en las que que abrí una cuenta y a la cual le agradezco desde las profundidades de mi corazón, es curiosamente una que ya cerré y no existe más en mis días. Por Bumble le di swipe a la derecha al perfil de un chico que decía que era un “entusiasta amateur de hacer pizza” y le pregunté cuál era su pizza favorita. Ahí, sin saberlo, encontré al hombre más dulce, chistoso, leal, tierno, inteligente y amoroso, al cual ahora, más de cinco años después, tengo el privilegio de amar y llamarlo mi esposo. 

Bumble, solo tengo agradecimiento por ti y te quiero mucho así ya no te utilicé más. Conozco además otras personas a las que ayudaste y que a través de ti también hicieron realidad su historia de amor. Pero sé que Berlín y las aplicaciones de citas como tú pueden ser una combinación desastrosa y en ese sentido, tuvimos suerte, nos llevamos super bien. 

Entre nosotras también hay una historia de amor porque mi gratitud hacia ti no es solo por mi esposo, sino que también fuiste el medio a través del cual conocí bares chéveres en los que pedir en inglés no era un problema, en los que me sentía cómoda y recordaba lo mucho que me gusta el plan de ir a un bar y conversar cosas profundas y bobadas a la vez con amigos entre cervezas. Así, a través de ti, una pequeña parte de mí volvió a sentirse en un ambiente familiar, y al mismo tiempo, familiar a mí misma.

Además, en tu plataforma, Bumble, llegué a ver a un par de personas de mi máster — e inclusive conocidos de Colombia con los que había hecho mi pregrado — quienes como yo también buscaban a través de ti amor y diversión. Pensé que si en ti podía encontrar conocidos, cosa que también me ocurrió cuando utilicé aplicaciones como tú en Colombia, de seguro la vida en Berlín tenía algo de similar a lo que mi vida había sido hasta el momento. De estos dos modos, me ayudaste a empezar a sentirme menos perdida y menos alienada de la realidad en la que vivía. 

Para explicar la siguiente aplicación a la que le agradezco es importante que sepan que me encanta ir al médico – aunque por mis comportamientos seguro ya lo saben. Me da felicidad ir a mis revisiones anuales con mi odontóloga o mi ginecóloga y tener la suerte de escuchar que todo está en orden; así como me siento liviana luego de ir a una consulta de urgencia y salir, al menos, con un diagnóstico que le da la calma a mi cerebro ansioso de saber que estoy enferma y puedo tomarme unos días para descansar y recuperarme. 

Creo que mi amor por ir al médico viene de crecer con un papá y una mamá médicos, que me familiarizaron desde pequeña con las visitas rutinarias. Y también al privilegio de ser una persona que hasta ahora no ha tenido enfermedades o dolencias serias, y siempre ha tenido buenas experiencias en este ámbito.

Doctolib, me encanta que a través de ti pueda encontrar los profesionales de la salud que necesito de acuerdo a su especialidad. Además, el hecho de que tengas filtros como el tipo de seguro del paciente, la ubicación del consultorio y los idiomas que el doctor habla, me simplifica la vida. Me has facilitado el proceso de construir una red de médicos acá, en especial sin hablar alemán perfecto y menos, alemán médico

Te agradezco mucho, Doctolib, pero no pretendo alabar al sistema de salud local, restarle importancia a los problemas que presenta o decir que acá mi acceso a la salud ha sido mejor que en Colombia, porque no es el caso. Pero hay algo especial en ti y es que, además de proveerme con médicos, lo que me mostraste con el filtro de idiomas es que en Berlín suceden millones de vidas, y no todas ellas, en alemán. El hecho de ver ese filtro tuyo en mi pantalla se sintió como una reafirmación de mi derecho de existir en esta ciudad sin hablar el idioma. 

Recién llegada

Acá quiero hacer una mención especial a una aplicación con la que tengo una amistad complicada y vieja, que baila frenéticamente entre el amor y el odio. Instagram, tú sabes que te borro todo el tiempo de mi celular, solo para verte a través del navegador de internet, o para volverte a descargar eventualmente. Que a través de ti la gente pueda hacer una exhibición curada de su vida y que hayan personas que influencian y a las que otrxs celebran, son gatillos enormes para mi ansiedad. Haces que me compare con todo el mundo solo para concluir — siempre — que no soy tan bonita, ni tan inteligente, que me falta viajar más, y que me faltan amigos y éxitos. 

Pero otra parte de ti en Berlín me ha llevado a nuevos lugares y a conocer personas de acuerdo a mis intereses. Gracias a ti vi el open call para nuevas miembras de la colectiva de mujeres y disidencias latinoamericanas que le había escuchado a una amiga y de la que ahora hago parte, LAFI. Cuando parcho con mis compañerxs de esta colectiva en alguna de nuestras actividades, vuelvo a sentirme en algún café o bar bogotano y hay una familiaridad hermosa en ella que no encuentro en ningún otro lugar, por lo cual la atesoro. 

Fotografía: Laura Jaburek

De modo similar, por ti he asistido a open mics de poesía en español e inglés y a sesiones de escritura creativa, espacios que para mí son pequeños pasos que doy en el camino de escuchar mis deseos y trabajar en mi sueño de ser escritora. En adición a contribuir a mis escritos y mi práctica, estos espacios son también refugios seguros en los que encuentro inspiración, motivación y apoyo en un oficio que puede ser muy solitario y desalentador. 

Para el final dejé la aplicación a la que más cariño le tengo y de la que estoy segura que me han escuchado hablar tanto con amigos, que yo creo que ustedes también me consideran una embajadora no patrocinada: Urban Sports Club. USC, me cambiaste la realidad al permitirme hacer una gran variedad de ejercicios en diferentes estudios de fitness, gimnasios, en clases al aire libre o inclusive piscinas. 

Mira, al llegar a Berlín, comencé a ver la comida de un modo que no lo había hecho antes. Cuando estaba triste o desmotivada, lo cual ocurría con frecuencia, comía brownies, tortas, helados o papitas de paquete, la comida más barata y poco nutritiva que encontraba y que me regalaba ese boost inmediato de dopamina que deseaba sentir en medio de tanto caos. Ese patrón me llevó a ganar varios kilos y mi nuevo peso me hizo sentir extraña y perdida dentro de mi propio cuerpo, reforzando la sensación general de sentirme sin piso y sin nada familiar a mi alrededor. 

Siempre me ha gustado hacer ejercicio y lo he hecho de diversos modos durante mi vida, pero recién llegada acá, pagar las tarifas de los estudios de fitness o gimnasios era imposible para los ahorros que traía en pesos colombianos y, además, el miedo que me generaba ir a hacer ejercicio en un sitio en el que solo hablaran alemán me frenaba a intentarlo. Tú, mi querida USC, tienes tarifas más asequibles que la mayoría de estudios e incluyes descripciones de cada una de las clases que ofreces, indicando casi siempre, si el curso es en inglés o en alemán, lo cual me facilitó muchísimo la vida. 

Gracias a ti pude volver a establecer una relación con el ejercicio, pues no tengo la auto-disciplina para salir a correr o ejercitarme con videos de YouTube en casa, y contigo empecé a mover mi cuerpo con regularidad. ¿Te acuerdas que al comienzo solo iba a clases de yoga y pilates, porque me daba miedo con mi bajo estado físico enfrentarme a clases más retadoras? Ahora ya llevamos juntas casi tres años y nuestro repertorio de clases semanales incluye reggaetón, spinning, clases de elasticidad, intentos de aprender pole dance; la locura y medio tortura que es pilates sculpt, y clases de entrenamiento con pesas. Me da risa recordar cuando inclusive me llevaste a practicar taekwondo con ese profesor que me parecía la reencarnación asombrosa de un guerrero maya. 

A través de ti puedo dedicarle tiempo y energía a mi cuerpo, lo cual es esencial para mi bienestar pues, como tú sabes, el ejercicio impacta a mi mente inclusive más que a mis músculos. Además de que me ayudas a regular mi depresión y ansiedad con actividad física, también abriste los límites que mi culpa le puso a la ciudad, literalmente. 

Bailando reggaeton

De tu mano he conocido estudios que quedan a una hora de mi casa, en barrios a los que raramente voy, en iglesias reutilizadas o en antiguas bodegas; en jardines, en parques e inclusive en parqueaderos feos al lado de bombas de gasolina. Tú me has llevado a encontrar diferentes profesoras de reggaetón a las cuales ahora persigo por la ciudad para trabajar en mi sueño imposible de ser bailarina. 

Encontrar en ti tantísimos espacios en inglés, y hasta algunos en español, me mostró de nuevo que hay muchísimas maneras y lenguajes con los cuales existir en esta ciudad y reafirmó lo que sentí con el filtro de idiomas de Doctolib. También le bajó el nivel a la mezquindad que encontré en las experiencias extrañas que tuve por mi falta de alemán y con la cual recubrí y caractericé a la ciudad por mucho tiempo. Contigo, Urban Sports Club, me sentí nuevamente reafirmada en mi derecho de estar acá y vivir mi vida, en cualquier idioma. 

Miren, queridas aplicaciones, la migración es un proceso desgarrador, desubicante y complejo, inclusive en migraciones privilegiadas y elegidas como la mía. Ustedes fueron respiros en estos años, fueron brisa fresca en mis días y espacios en donde encontré suavidad en medio de una realidad espinosa. También fueron y son atajos que me ayudaron en este camino que sigo transitando de definir mi realidad lejos de todo lo que conocía. 

Mi relación con Berlín y con hablar alemán (que ahora lo hago, de modo imperfecto y con mucho por aprender todavía) se han transformado en estos años a punta de dolor, incomodidad, esfuerzo y también amor, amigos, una gata suavecita y miles de experiencias a las que me he abierto y asistido, así sea con miedo, nervios y con la vergüenza que lentamente intento resignificar y así, sacar de mi ser. 

En este proceso de reconciliación, como les decía, le he dado espacio a la gratitud y ahí pude darme cuenta del rol fundamental que ustedes, pedacitos tecnológicos, tuvieron en mi vida, impactándola de un modo muy real: con personas de carne y hueso, con calles que mis pies recorren por primera vez – en un nuevo estudio o un nuevo consultorio – o en las que ya mis pasos son familiares. Me resulta muy extraño e inclusive gracioso como ustedes, que son un montón de líneas de código que alguien en algún momento tuvo la idea de programar, transformaron para siempre mi experiencia. 

Gracias por eso. 

Con amor, 

Alejandra. 

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